El país de las maravillas
La mejor juventud Por Jose Cabello
Si el compañero Manu Argüelles empleó el término ‘Mundos que se desmoronan’ como título explicativo para dos de las películas –Amour Fou (Jessica Hausner, 2014) y Fuerza Mayor (Turist, Ruben Östlund, 2014)- dentro de la Sección Oficial del Festival de Cine Europeo de Sevilla, yo me sumo para añadir un mundo más, otro universo aislado, con sus propias normas y costumbres, construido a través de los propios personajes que, aunque inconscientes, hacen de la película un enclave especial cambiando las reglas del juego y forzando que sea la historia la que siga el halo de los personajes y no al revés. Esto ocurre en El país de las maravillas, un film que se empapa de la peculiar manera de vivir de una familia de apicultores italianos, una familia compuesta por cuatro niñas, entre ellas Gelsomina, mayor de las hermanas y principal mirada sobre la que El país de las maravillas centra su atención.
El país de las maravillas explota la naturalidad de estas niñas tanto en sus actos como en su actuación, pero a pesar de defender la simpleza y sencillez que tanto prodiga el propio padre de las criaturas, el concepto no deja de cuestionarse cuando tal naturalidad no parte como una opción sino como una imposición de la fuerza del patriarca. A esto se añade, teorizando con el extremo, el hecho de que ninguno de los padres haya intervenido demasiado en la crianza de las dos hijas menores, dos niñas con actitudes mucho más cercanas al salvajismo que a la sana relación entre Hombre y naturaleza. Entre tanto, Gelsomina ansía una vida normal, como la del resto de sus amigas, lejos de la vieja granja y de los discursos antiglobalización de su padre, una vida más acorde con las preocupaciones propias de una chica de su edad. Gelsomina está cansada de sentir el peso sobre sus hombros, un peso que la coloca como cabeza de familia y le atribuye una enorme responsabilidad en el funcionamiento de la granja. El hastío de Gelsomina provoca una ruptura irreversible en la relación padre-hija, pero el alejamiento solo conducirá a un mayor volumen de tareas ya que el padre solo entiende la figura del hijo como un lacayo al que exige servidumbre.
La película coge el nombre del único sueño de Gelsomina, un sueño similar a otras niñas también contagiadas por el espíritu triunfador que venden los medios de comunicación a través de certámenes de belleza, Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006), o competiciones de canto y baile, Miss Tacuarembó (Martín Sastre, 2010). En este caso, ‘El país de las maravillas’ es un concurso televisivo donde las familias compiten con productos que ellos mismos elaboran. El concurso pone de manifiesto, como ya hiciera Reality (Matteo Garrone, 2012) la escasa calidad de una televisión infectada con el sello berlusconiano. Incluso en el comportamiento de los concursantes con la presentadora del show, se observa un componente de admiración más cercano al de las deidades que al de un simple personaje famoso. Nadie puede evitar quedar fuera del alcance mediático de la televisión, un arma que no conoce límites de fronteras y que, en su proyección, puede alcanzar hasta el último y recóndito rincón de un pueblo de Umbría, lugar en el que viven los protagonistas.
El carácter naturalista del padre vuelve a entrar en contradicción con la escasa libertad que permite disfrutar a Gelsomina, conflicto que bien podría extrapolarse a cualquiera de las mujeres de su alrededor que, por desgracia para un machista como él, constituyen la totalidad de su centro gravitatorio pues, irónicamente, está rodeado de mujeres: sus cuatros hijas, su esposa y la hermana de ésta. Por esta razón, decide acudir a un programa de inserción y acoger temporalmente a un niño, varón, a cambio de que éste ayude en las labores de recolección de la miel. La llegada de Martín a la granja potencia aún más el desprecio del padre hacia el resto de mujeres del hogar y el status quo impuesto comienza a fracturarse. El universo de El país de las maravillas empieza a desmoronarse.
Mientras la madre de Gelsomina comienza a vislumbrar el fin de los días de la granja gracias al continuo derroche de dinero por parte de su marido en injustificables caprichos, su hermana representa los sueños rotos de un ser infeliz y desdichado confinado a una vida fuera de la ciudad. No obstante, Gelsomina no abandona su lucha y mantiene una interacción especial con Martín, un niño que no logra integrarse en la familia debido a sus dificultades para hablar una lengua distinta y la falta de interés de su entorno por ayudarlo en su proceso de aprendizaje.
La complicidad entre Gelsomina y Martín va en aumento y El país de las maravillas dibuja una frugal relación sentimental basada más en los gestos que en las palabras.
La colisión final solo es la consecuencia última de un padre que no acepta el inevitable crecimiento de su hija mayor, que se niega a lo evidente y se refugia en el pasado infantil de su hija de la misma forma, que preso de una idea errónea, regala a la niña el camello que tanto deseaba en otra época. El país de las maravillas viene a concluir que las peores acciones se pueden llevar a cabo incluso con el mejor de los sentimientos pues, al fin y al cabo, el factor clave a tener en cuenta en las relaciones padre-hijo solo debería ser el bien verdadero para éste último.