El perdut
Viaje interior y exterior hacia el mundo sensible Por Fernando Solla
If we admit that human life can be ruled by reason,
then all the possibility of life is destroyed
El D’A2016 ha presentado dentro de la sección Talents (optando a galardón) un título a tener en cuenta de cara también al Premio de la Crítica del festival. En el último trabajo de Christophe Farnarier, director de fotografía de filmes como Honor de cavalleria (Albert Serra, 2006) o Familystrip (Luis Miñarro, 2009), el autor nos sorprende tras los documentales El somni (2008) y La primavera (2012). Sin renunciar a la continuidad con sus anteriores títulos pero cambiando ligeramente el rumbo hacia el terreno de la ficción, El perdut se convierte en un doble viaje, tanto hacia el interior como hacia el exterior.
Basado en hechos reales, el realizador ha querido cambiar la localización de los hechos. De Andalucía al Ripollès. A partir de la fusión entre un ensayo cinematográfico que se iba a titular Walden, en el que se quería mostrar la experiencia de una persona que vive dos años en una cabaña en el bosque, y la historia verídica de un hombre que desapareció en su espesura durante catorce años ha nacido esta película. Adri Miserachs será el único intérprete que nos explicará la historia de un hombre que se encontrará solo, en medio del bosque, y su adquisición progresiva de la felicidad. El contacto con la naturaleza hará que recupere su identidad como ser humano, así como el alejamiento de la mayoría de los bienes materiales superfluos.
La película impacta por su libertad experimental, a medio camino entre el documental y su reconstrucción a través de la ficción. La radicalidad del planteamiento estético contrasta con la universalidad del relato interior del protagonista, y es aquí donde Farnarier consigue su mayor triunfo. Del género documental mantendrá sobretodo algunas premisas estéticas, así como el sonido directo y los escenarios naturales. Estos elementos impulsarán exponencialmente la entidad emocional de la ficción, ya que es en este terreno donde todo está por construir. La búsqueda de la verdad a partir de la fantasía. La del actor, que deberá hacer suyos tanto los espacios como los objetos, pero también la del espectador, que deberá reconstruir a partir de la experiencia un argumento que no incluirá diálogo alguno.
La implicación de Adri Miserachs resulta imprescindible para el éxito de la propuesta, ya que aquí no tendrá que interpretar escenas, sino vivir una experiencia real. Gracias a su entrega y total adecuación a la propuesta de Farnarier, asistimos a una deconstrucción intrínseca al material proyectado sobre la verosimilitud y la verdad que, en contraposición a la dinámica imperante en la industria hoy un día resulta muy reveladora y, además, comparte una clase maestra sobre figuración y elucubración cinematográfica para captar los recovecos más profundos del alma humana. El discurso narrativo de la imagen será aquí culminante, ya que todo se manifestará a través de su capacidad representativa.
La representación y la percepción. Concepto y pensamiento. Sentimiento. Habrá un momento en El perdut, bastante avanzando el metraje, en que el protagonista encontrará algunos ejemplares de revistas a nuestros ojos antiguas. Lo único que podremos leer será el título de la publicación o de alguna de sus secciones. En la cabecera observaremos la palabra actualidad. Ese será el único recurso para situarnos cronológicamente. Y de nuevo, la duda de la aprehensión. La búsqueda del conocimiento. Si la revista es antigua y a la vez de actualidad, ¿debemos contextualizar la obra en un pasado cercano a 1994? ¿O debemos entender que este constante buscarse y encontrarse a través de la toma de consciencia de uno mismo el ahora no lo marca ningún factor externo y que es tan válido lo que sucede fuera del estado anímico del protagonista hoy como hace más de dos décadas?
La profundización en este aspecto adquiere connotaciones filosóficas que confrontan la teoría de las Ideas o Formas de Platón (presente a través de alguna fotografía o imagen), así como el mito de la caverna. Sin adscribirse totalmente a ninguna doctrina y cuestionándolas todas a través de la experimentación de la propuesta, no tendremos tan claro que la única manera de percibir la realidad sea la razón. Aquí el papel de los sentidos, por muy engañosos que puedan llegar a ser, tomará una importancia capital. A pesar del carácter épico que pueda adquirir el filme en algunos momentos, lo importante es lo íntimo y personal. No tanto lo que se conoce, sino los instrumentos y mecanismos propios que permiten la adquisición de un conocimiento del yo interior.
Finalmente, el discurso narrativo de la película se conforma de tres elementos básicos. A partir de una planificación más cerrada o abierta pero generalmente fija, sus leves e imperceptibles movimientos marcarán el avance interior del protagonista. En segundo lugar, en una secuenciación larga separada por fundidos a negro más o menos progresivos o más abruptos en función del estado o etapa que haya superado el personaje (no más de cinco en todo el filme). Por último, en la alternancia del dentro y fuera. De la casa, de la cueva, de la cabaña (hermosísimos los planos desde un lado y el opuesto de la ventana). De sí mismo. Christophe Farnarier convierte el tratamiento de la imagen en un radiante y espléndido catalizador del relato que quiere contar, incluyendo en el experimento a unos espectadores que, atónitos, nunca se verán superados por el estilo marcado, sino que participarán entusiastas de la propuesta.
A día de hoy, en que el oficio cinematográfico ha dado paso a una especie de contaminación global entre distintos medios y formatos, en el que la acumulación de información nos sumerge en la desinformación absoluta, sorprende y estimula que haya profesionales como Farnarier que, aportando una muy particular visión de cómo hacer cine, consiga con su propuesta un equilibrio tan particular en la adecuación entre forma y contenido. Sin duda, nos encontramos ante uno de los éxitos más rotundos del D’A2016.