El porvenir

La perdedora radical Por Manu Argüelles

El título de la película se rotula en un plano fijo de una tumba en un acantilado frente al mar, la que visita Nathalie Chazeaux (Isabelle Huppert) con su familia. De entrada, El porvenir como título en una imagen de una tumba parece un contrasentido similar al que advierte a sus alumnos cuando les pide una reflexión en torno a unas palabras sobre Rousseau. Y, sin embargo, puede parecer una imagen premonitoria. Y en cierta manera lo es, dado que la muerte tiene lugar dentro del film. Pero es de un signo muy diferente a la que tenía lugar en El padre de mis hijos (Le père de mes enfants, 2009). Una actriz como Isabelle Huppert permite que se pueda otorgar total verosimilitud a la forma en la que la protagonista afronta varios infortunios críticos que suceden en su vida. La crisis siempre con el horizonte positivo. No es que no haya regodeo en el sentimentalismo, sino que Mia Hansen-Løve lo sesga tajantemente, algo ya muy característico en su cine. El dolor y las lágrimas siempre están destinadas al fuera de campo y la elipsis. Pero, además, una situación tan desestabilizadora como un divorcio tras un matrimonio de larga duración nos mantiene a la protagonista firme como una roca. Si lo interpreta Isabelle Huppert nos lo creemos. No nos cabe duda que es un personaje escrito a medida para la actriz, a lo que encarna en nuestro imaginario. Y sin embargo no estamos hablando de encasillamiento. Porque ella siempre sabe incorporar matices y aspectos inéditos a un patrón que ha forjado a lo largo de su larga trayectoria artística.

El porvenir Mia Hansen Love

Y si las reacciones de Nathalie por muy chocantes que nos puedan parecen acaban resultando verosímiles, Mia Hansen-Løve con El porvenir nos rompe un poco los esquemas respecto a lo que estábamos acostumbrados de su cine.  Con un universo cinematográfico forjado y muy arraigado en un claro componente personal y autobiográfico, nos descoloca un largometraje centrado en una mujer de mediana edad, algo que por edad de la realizadora no se corresponde con ella. Por lo que El porvenir más que remitirse a su propia biografía, se encara como una hipótesis, una proyección de sí misma, una forma de concebirse en un horizonte hipotético, aquel en el que los hijos se convierten en los padres de sus propios progenitores, tal como le sucede a Nathalie respecto a su madre. Porque aunque Nathalie afirme en un momento que a las mujeres a partir de los 40 hay que tirarlas al cubo de la basura, El porvenir es una declaración de intenciones de todo lo contrario. No solo un alegato de su fortaleza y autonomía, sino de una plenitud en la vida que está más allá de la juventud.

Esa integridad y especialmente esa dignidad que directora y actriz otorgan a su personaje se moldea en un lugar en el que no hay espacio para el tartamudeo. En El porvenir se materializa el tiempo a partir de una permanente fluidez. Los personajes de Mia Hansen-Løve siempre están en tránsito, nunca se paran aunque pocas veces llegan al lugar que esperan alcanzar. Bajo esa obsesiva idea resulta curioso que la realizadora, dentro de su persistente búsqueda de realismo en aquello que trata de registrar, a partir del movimiento continuo acaba desnaturalizando las situaciones, haciéndolas extrañas para el espectador (como si en lo que vemos siempre hay algo que no acaba de encajar), porque ese dinamismo en el plano a partir del desplazamiento de sus personajes, esa continua movilidad acaba convirtiéndose en un manierismo, una seña identificativa, una marca de estilo que en su uso recurrente puede provocar fácilmente la caricatura como en su dia el cine de Rohmer acabó siendo víctima. En El porvenir ese signo se atenua pero, no obstante, Huppert, muy atenta al control de su cuerpo y a la definición del personaje a partir de la cinética, modula magistralmente su forma de caminar según el momento vital que se encuentre el personaje. Precisamente, en esa extrañeza que uno siempre percibe se vislumbra esa sensación de personaje dislocado, por mucho que, en apariencia, el personaje sobrevuela todo posible transtorno. Las situaciones son críticas, los cimientos se tumban y se tienen que forjar otros a partir de la pérdida de lo más íntimo, pero Nathalie siempre acaba construyendo. Porque, aunque siempre nos fantaseamos en nuestro tiempo futuro con pareja, quizás debamos plantearnos que nuestro destino será la soledad. Quizás la lección más importante es esa: debemos ir asimilando que nos espera un porvenir donde todo ese campo afectivo que hemos edificado, más tarde o más temprano, va a desaparecer.

El porvenir 2016

En este cine que es ver y percibir el tiempo, Mia Hansen-Løve no quiere reducirse a un plano estrictamente individual, que no esté indexado con su propio entorno. Puede parece caprichoso o trivial que la protagonista sea una profesora de filosofía, pero en realidad es un gesto bellísimo cuando en el seno de la película también se articula un discurso entre pensamiento y acción, cuando se reflexiona sobre nuestro compromiso ante aquello que nos afecta directamente. De ahí que el film se ambiente con la reforma laboral que aplazaba la jubilación a los 67 años o empiece la película con una huelga en la que no dejan entrar a los estudiantes a la clase de Nathalie.

Así, la filosofía figura en el largometraje en los mismos términos que la música electrónica lo hacía en Eden (2014). Por ejemplo, cuando se divorcia, lo importante es la repartición de lo libros: ¿dónde está mi Lévinas? -se pregunta; su colección de ensayos filosóficos también nombrada El porvenir peligra en la editorial donde colabora, dado que no es rentable, etc. Integrar la filosofía de la manera que lo hace ella es un riesgo porque es fácil caer en la tentación de acusarla de pedante o que abusa del namedropping. Pero yo lo veo como un elogio. Porque de entrada, frente a ese fin utilitarista y execrable que deben tener todas las disciplinas de estudio, la filosofía es fácil víctima como asignatura que no sirve para nada.

El porvenir Huppert

A partir de su protégé, un antiguo estudiante en el que siempre ha creído y con el que mantiene una relación de afecto, entra en liza cómo debemos intervenir políticamente, cómo podemos regerenar el activismo de Mayo del 68 en pleno siglo XXI, cómo podemos encontrar alternativas al sistema actual. Todo eso en El porvenir está encima de la mesa y si el cine permite la posibilidad de hacer nacer el pensamiento, aquí es como la filosofía se vehicula dentro del film. Primero, no desconectada de nuestro espacio cotidiano, de nuestra forma de afrontar la vida. Y segundo, como el contenido cultural que nos va a hacer permitir pensar por nosotros mismos.

Todas estas cuestiones apuntaladas se organizan como una sinfonía dialéctica, como si ella fuese una perdedora radical, parafraseando el ensayo de Hans Magnus Enzensberger que le recomienda a su ex-alumno 1, ya que la película es una sucesión de pérdidas. Ante los cambios ella los afronta un poco como la relación que mantiene con Pandora, la gata de su madre que hereda. Cuando está con ella le saca de quicio, pero cuando se le escapa va como loca buscándola. Esa paradójica y contradictoria relación afectiva es la misma que se dirime en su interior ante la soledad a la que se ve abocada. Pero insisto, Mia Hansen-Løve la positiviza admirablemente. Porque tal como se dice en el film: mientras que haya deseo se puede vivir sin ser feliz, porque se sigue aspirando a ello. El deseo, eso es lo importante, ese debe ser nuestro porvenir.

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