El renacido

Los puros de corazón Por Fernando Solla

Algunas personas oyen su voz interior
y viven sólo de lo que escuchan.
Esas personas se vuelven locas
o se convierten en leyenda
Gordon Tootoosis en Leyendas de pasión (Legends of the Fall, Edward Zwick, 1994)

Cuando parecía que Alejandro González Iñárritu había llegado a su cima cinematográfica con Birdman (2014), el realizador rechaza cualquier oportunidad para parar, tomar aire y avanzar de nuevo y, apenas un año después de estrenar su anterior trabajo, ya tenemos su nueva propuesta entre nosotros. Y aunque a primera vista parezca su trabajo más ambicioso estilísticamente, las más de dos horas y media de metraje de El renacido comulgan directamente el misticismo y la introspección de algunos títulos anteriores al protagonizado por el ignorante inesperadamente virtuoso.

Nos trasladamos al año 1823. América interior y agreste. Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) encabeza una expedición para conseguir pieles de animales salvajes. La rivalidad con John Fitzgerald (Tom Hardy), miembro del grupo que no verá con buenos ojos ni la metodología de Glass ni la compañía de Hawk (Forrest Goodluck), hijo mestizo del primero, supone un obstáculo constante. Tras ser atacado por un oso, la situación se volverá insostenible. Gravemente herido, verá como su integridad física y la de su hijo se ven sometidas a la arbitrariedad de Fitzgerald. A partir de aquí, una historia de redención personal y venganza se desplegará ante la mirada atónita del espectador. Esta vez Iñárritu nos llevará de la mano por un camino más o menos delimitado por los cánones del género para, al final, soltarnos de golpe y dejarnos caer al mismo abismo reflexivo que el protagonista. Majestuosidad formal y discursiva y resonancias intrínsecas, todo a la vez.

El renacido

Hemos retrocedido dos siglos en el tiempo pero el bosque interior en el que se mueven los protagonistas nos recuerda inevitablemente al mismo por el que deambulaba el personaje de Javier Bardem en la secuencia inicial de Biutiful (2010). El primer y gran acierto de Iñárritu es no plantear el conflicto como algo racial. En no rodar una de indios y vaqueros, aunque lo pueda parecer en un principio. Algo que la espeluznante batalla cuerpo a cuerpo, oso contra hombre, pone en evidencia de nuevo. Las discrepancias serán entre individuos concretos, a veces de la misma raza, a veces entre tribus, entre nativos, americanos, europeos, etc. Entre humanos y animales, entre Glass y el oso. La humanidad y la sensación de estar atrapado y luchar por miedo y para defenderse que transmite el plantígrado en la secuencia de la lucha con el protagonista son francamente estremecedoras. Ahí veremos que sólo hay víctimas del propio instinto de supervivencia de cada uno, indio, vaquero, oso, hormiga o caballo. Espectacular la capacidad para captar el ritmo vital de cada uno de estos animales y su función para el desarrollo narrativo del largometraje. El caballo blanco con manchas marrones (o viceversa) fabula de un modo conmovedor con la condición mestiza del jinete DiCaprio y su hijo.

La cámara de Emmanuel Lubezki merece párrafo aparte. Cuando todavía estamos asimilando el inmenso plano secuencia de Birdman, nos encontramos con un trabajo fotográfico tan hermoso como complejo, imprescindible para el resultado final del filme que nos ocupa. En combinación con la labor del equipo de efectos visuales han sido capaces de filmar el viento y convertir el aliento de un personaje en la niebla que cubre un bosque entero. Algo más tangible pero igualmente inaudita resulta la linealidad con la que Lubezki enfoca los objetos y los elementos naturales, véase flechas, troncos de los árboles o la corriente del agua del río a modo de ejemplo. El tallo o el agua nunca seguirá la misma dirección psicomotriz que el cuerpo del protagonista en la primera mitad del filme para progresivamente irse acoplando en ritmo e itinerario a medida que avanza la segunda. Las escopetas aparecerán desde fuera de plano hacia el pecho de la víctima asimilando siempre el punto de vista del espectador con el del personaje que apunta. ¿Por qué?

El renacido 2015

Este último detalle no será un capricho decorativo, ni siquiera la toma de partido por un personaje u otro. Se usará como recurso para situar al espectador en el extremo psicológico que Iñárritu quiera en cada momento. Así el protagonismo de la fotografía que hemos comentado. Contraponiendo la inmensidad inalcanzable de los parajes exteriores con la intimidad y soledad extrema de Glass y Fitzgerald, cada uno consigo mismo. Y aquí es cuando volvemos a los canes de Amores perros (2000) o a los lobos de Biutiful. Porque el realizador sigue indagando en la filmación de la degradación o predominancia del instinto primario del ser humano a través de los animales en su cine.

La diferencia es que en El renacido es el hombre el que se encuentra en territorio propio de la bestia y no al revés. Esta animalidad la sigue uniendo Iñárritu con esa preocupación por lo místico, por lo espiritual. Como vimos en 21 gramos (2003), la esperanza, el instinto de supervivencia, la humanidad y la pureza ascética del personaje interpretado por DiCaprio nos llevarán incluso a términos y planteamientos religiosos, a confrontarlos. Otro ejemplo muy válido aquí, sería la escena en la que Glass no tiene más remedio que vaciar las entrañas de un caballo y meterse dentro para resguardarse del frío y, quizá, ¿adoptar su espíritu?

Sin desmerecer al resto, dos nombres propios sobresalen en el terreno interpretativo: Leonardo DiCaprio y Tom Hardy. El primero construye a un personaje que pasa por diferentes estados anímicos, complejos, extremos y alejados entre sí. Gran parte de su recorrido en pantalla será sin el uso del lenguaje hablado, así que la fisicidad es un requisito indispensable. DiCaprio realiza aquí un trabajo ejemplar en el que no se le ve costura alguna. Registro a registro, momento a momento. Un recorrido espeluznante. Su mirada en la escena que cierra el largometraje transmite en un atisbo la caída al abismo a la que nos lanza Iñárritu, convirtiendo a su personaje y a su viaje (así como al del espectador) en parte de la leyenda narrada. Alucinante. Por su parte, Hardy demuestra poseer una riqueza de matices ilimitada. En este caso, el desarrollo de su personaje es algo más lineal que el de su compañero, algo que el actor utiliza para mostrarnos paso a paso, milimétricamente, la progresión de un estado a otro, haciendo tangibles los motivos y causas de su actuación y mostrando el porqué de todo y en todo momento. Si el actor es capaz de hacernos empatizar con este personaje, no se nos ocurre tarea dramática que no pueda asumir.

El renacido Tom Hardy

Finalmente, podemos afirmar que nos encontramos ante una obra que será clave en la filmografía de Iñárritu. Por su constante búsqueda de nuevos territorios (genéricos y formales) a la vez que se mantiene fiel a unas ideas y preocupaciones interiores que en este caso consigue plasmar de un modo nada discursivo, a través de la historia y la de los personajes (y de la fotografía de Lubezki). El realizador consigue aquí unir todas sus películas en una sola, dejando la fragmentación de las historias cruzadas y consiguiendo un resultado compacto aunque con múltiples capas, imposibles de captar con un solo visionado ni de describir en un solo texto. El renacido es (esta vez sí) la respuesta personal de Iñárritu al mainstream cinematográfico.

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