El rey de la comedia y ¡Jo, qué noche!
Las comedias imposibles Por Samuel Sebastian
Las dos escenas cómicas que me vienen a la memoria cuando pienso en la filmografía de Scorsese en realidad no pertenecen a ninguna comedia, es más, dudo que estuvieran planteadas como escenas cómicas, pero dicen mucho de un director de raíces italianas que, sin embargo, ha cultivado de manera muy escasa el humor mediterráneo y, por el contrario, parece que se ha sentido más bien atraído por una comicidad sincopada, sombría, escondida bajo las capas de una narración que fluye por otros derroteros. Como decía, las dos escenas cómicas que mejor recuerdo del director americano son, en primer lugar, la escena de Robert de Niro en Taxi Driver (ídm, 1976), en la que, sintiéndose cada vez más mediocre y miserable, intenta superar sus complejos con una impostada prepotencia y, mirándose en el espejo, se imagina que se encuentra con alguien que le mira fijamente en la calle. De Niro ensaya diferentes posibles encuentros con ese otro–invasor imaginario y que siempre acaban de la misma manera, con él mismo sacando rápidamente una pistola que se ha escondido en la manga y apuntando a su interlocutor, que en realidad es su propia imagen en el espejo. En uno de esos ensayos, el protagonista de la película finge ofenderse cuando su imaginario interlocutor le habla y repite varias veces el ya famoso: You talkin’ to me? You talkin’ to me?, una escena que, por cierto, resultó improvisada, ya que en el guion de Paul Schrader el actor solo debía mirarse en el espejo.
La otra escena, aún de mayor humor negro que la anterior, pertenece a Casino (1995) y, analizada en profundidad, no deja de ser una prolongación de la anterior. Joe Pesci es un secuaz de Robert de Niro, un mafioso controlador de los casinos de Las Vegas. La escena comienza con una apacible noche en la barra de un bar en la que de Niro habla con otra persona de negocios. Pesci, aunque no se encuentra en la conversación, oye cómo menosprecian a de Niro a causa de un bolígrafo. Rápidamente y sin mediar palabra, comienza a apuñalarlo con el mismo bolígrafo hasta matar al interlocutor sin que deje de sonar una plácida música de fondo, un efecto que se repite en varias escenas de violencia y explosiones en la película, mostrando que, a pesar de todo, el mundo sigue girando como si nada.
El humor de Scorsese aparece siempre como un giro brutal de la acción, un imposible golpe de efecto que subraya la falta de piedad de los protagonistas, tal y como sucede en El cabo del miedo (Cape Fear, 1991), Infiltrados (The Departed, 2006) o Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990), y tal vez nos hemos acostumbrado tanto a que sea así que nos hemos olvidado de que Scorsese dedicó dos películas seguidas a la comedia, un género que jamás volvió a tocar. Este paréntesis humorístico marca, sin embargo, un puente en la filmografía de un director que surgía de las calles más rabiosamente independientes del cine neoyorquino y que estaba a punto de asentarse en el centro de la industria hollywoodiense. El rey de la comedia (The king of comedy, 1982) y ¡Jo, qué noche! (After hours, 1985) marcan las dos caras de un cineasta que aún se debatía entre sus orígenes callejeros y su ambición de realizar grandes películas dentro del mainstream, por ello sus resultados fueron más bien dispares y podríamos hablar de ellas como de dos comedias imposibles.
La última película rabiosamente independiente: After hours
Mientras esperaba la luz verde para su gran proyecto La última tentación de Cristo (The last temptation of Christ, 1988), Martin Scorsese se decidió por una historia que le hacía retomar el gusto por rodar películas con medios sencillos, en las calles de Nueva York y que, partiendo de un suceso anecdótico, le permitía mostrar su capacidad para dominar el ritmo de las películas y para extraer lo mejor de los actores. Así, Scorsese aceptó dirigir un guion de Joseph Minion para el cual estaban pensados dos posibles directores, él mismo y Tim Burton, que aún no había debutado en el largo (lo haría tres años después con Bitelchus (Beetlejuice, 1988). Vista en perspectiva, la película muestra el principio del fin del slapstick clásico americano, explotando uno de los argumentos que mejores momentos había dado al género, el del tipo-normal-metido-en-líos: Billy Wilder había hecho pocos años antes la que sería su última película, precisamente con ese mismo argumento, Aquí un amigo (Buddy, buddy, 1981), y Blake Edwards andaba metido en irregulares comedias, exprimiendo hasta la extenuación la saga de la Pantera Rosa, sacando partido de forma oportunista a los actores del momento como Dudley Moore en Micky y Maude (Micky + Maude, 1984) o Ted Danson en El gran enredo (A fine mess, 1986), aunque siguió firmando comedias más que apreciables como Asesinato en Beverly Hills (Sunset, 1988), S.O.B. (ídm, 1981) o la excelente ¿Víctor o Victoria? (Victor Victoria, 1982). Por esta razón, la película de Scorsese se vio en su momento como el necesario relevo generacional de los clásicos y, aunque es cierto que Scorsese demostró estar a la altura del reto, su interés por el género fue más bien temporal y, de hecho, casi treinta años después, aún no ha vuelto a retomarlo.
Así, nace ¡Jo, qué noche! una película cuyo sencillo argumento es lo que hace más terroríficamente cómico su desarrollo: un oficinista gris (Paul Hackett, interpretado por Griffin Dunne) tiene una cita inesperada con una chica de apariencia volátil e inestable (Rosanna Arquette). La cita se complica y a partir de ahí el protagonista iniciará un pesadillesco viaje por todo Nueva York para intentar volver a su casa, lo cual emula de forma irónica el argumento de La Odisea de Homero. Aunque hoy haya caído en el olvido y se encuentre relegado a ser un actor invitado en teleseries, en su momento Griffin Dunne fue una buena apuesta, sobre todo después de haber protagonizado al más inspirado film de John Landis, el de Un hombre lobo americano en Londres (An American werewolf in London, 1981) e, igualmente, para el personaje de la mujer enigmática que empuja al abismo al protagonista se escogió a Rosanna Arquette, todo un sex symbol del momento. Así, y gracias a un guion que funciona como un perfecto mecanismo de relojería, la película fluye de manera fantástica, con pasajes en los que se burla del high art neoyorquino o con inolvidables sorpresas que poseen ese poso de humor negro del que ya hemos hablado en Scorsese, como el encuentro con Miss Cardado 1965, una exageradamente lacrimógena Teri Garr en su mejor autoparodia.
Bajo su apariencia de película de impasse, ¡Jo, qué noche! resulta ser una de las mejores películas firmadas por su director y, al mismo tiempo, el canto de cisne de una forma de entender la comedia que, además, sirvió a su director para resarcirse de su trabajo anterior, la fallida El rey de la comedia.
Atrapado por la nostalgia: El rey de la comedia
La nostalgia es un tema recurrente en la filmografía de Scorsese. Muchas de sus películas, desde las que abordan las carreras mafiosas de sus protagonistas hasta La invención de Hugo (Hugo, 2011), evocan siempre un mundo pasado con añoranza, los buenos tiempos que ya nunca más volverán y sobre los que el cine funciona como un proyector de recuerdos. Así, en su primera tentativa dentro del mainstream, Scorsese no se cortó en elaborar una de esas grandes películas evocadoras, que nacen viejas de por sí. El tema de la misma era el de realizar un gran homenaje a los musicales de los años cuarenta y cincuenta: New York, New York (1977) fue un fracaso y tal vez por ello decidió cambiar completamente de registro, algo que se convirtió después en una marca de fábrica, y abordar la nostalgia a partir del boxeo y así construyó Toro salvaje (Raging bull, 1980). Un nuevo giro posterior, después del éxito de la biografía del boxeador Jack LaMotta, le llevó a dirigir la presente película, El rey de la comedia.
El sustrato del film se halla en los espectáculos cómicos tan frecuentes en los Estados Unidos e Inglaterra a partir de los años cincuenta, sin embargo, al adoptar la narración un tiempo presente, los volvemos a mirar con distancia, como un recuerdo más que como un espectáculo moderno. No en vano, el rey de la comedia evoca aquella brutal película de Tony Richardson, El animador, en la que un patético actor en decadencia, que consiguió un gran éxito en los talk shows, necesita volver a los escenarios para pagar sus deudas y recuperar la fama perdida. La visión del mundo del espectáculo en la película de Scorsese, es sin duda, mucho más amable y menos incisiva que la de Richardson. En este caso, un actor que se encuentra en la cima de su éxito, Jerry Langford (Jerry Lewis), es acosado por un joven cómico que aspira a ser su sucesor (de nuevo, Robert de Niro). La película discurre como un moderno homenaje a los cómicos clásicos al tiempo que, puntualmente, se realizan interesantes reflexiones sobre la vanidad y la fama, el sentido del éxito y las cargas que conlleva, la vida pública y la privada,… Sin embargo, la historia carece de la garra cómica necesaria. Es cierto que de Niro nunca se ha llevado demasiado bien con la comedia y solo ha conseguido un cierto éxito con ella gracias a la autoparodia, y tal vez sea uno de los lastres de una película en la que todo parece un poco fuera de lugar: Jerry Lewis no le da el cinismo al personaje que podría haberle dado, por ejemplo, Walter Matthau ni de Niro le da una réplica tan ingeniosa como se la hubiera dado Woody Allen, que aparece citado varias veces en la película y cuya obra de teatro Sueños de seductor, aparece explícitamente homenajeada en los mometnos en los que de Niro da rienda suelta a su más que vanidosa imaginación y se da un baño de éxito… que solo existe en su mente.
Con casi la décima parte del presupuesto, Scorsese realizó tres años después su segunda y última comedia, ¡Jo, qué noche!, y demostró, una vez más, que el pulso narrativo y la imaginación muchas veces están reñidos con la perspectiva acomodada que dan las grandes producciones.
Discrepo: Para mi «El rey de la comèdia» es junto a «Taxi driver» y también «¡Jo que noche!», l’as 3 mejores peliculas de Scorssese. Las cuotas de crueldad y de paranoia del personaje de De Niro, y las de tristeza y soledad del «payaso triste» de Lewis, son dificilmente superables.