El viaje a Kafiristán
Todos los caminos Por Óscar Sotillos
Las historias que más nos seducen son las que no acaban nunca. Eso salvó a Sherezadede la muerte y a no pocos guionistas que eternizan éxitos pasados con sus secuelas. El auge de las series que vivimos desde hace algunos años bebe de este mismo principio.
Pero hay otro tipo de historia inacabada que logra cautivarnos, las que terminaron hace tiempo pero nos llegan fragmentadas, como la incógnita de un puzzle del que nos faltan piezas. Desde la extinción de los dinosaurios hasta las dinastías de los faraones, el oscurantismo de la Edad Media o los crímenes irresueltos de Jack el Destripador. Historias en las que siempre quedarán resquicios para la investigación o la pluma de un escritor buscando pozos de petróleo.
En esta línea trazada desde la prehistoria, el viaje de Anne y Ella es un suceso reciente. Estas mujeres emprendieron en 1939 un viaje al Kafiristan, región ignota en aquellos tiempos (como si ahora la conociéramos) situada en noreste de Afganistán. Ella Maillart ya había viajado al Tíbet y había publicado varios libros, mientras que la periodista Anne Schwarzenbach se recuperaba en un hospital suizo de su adicción a la heroína. Sin embargo, su matrimonio con un diplomático la convertía en una compañera más que interesante para Ella debido a un visado con el que podrían avanzar a través de las difíciles fronteras de oriente.
El relato de este viaje nos ha llegado por diferentes vías. Por un lado Anne escribió artículos que se publicaron en diferentes periódicos de la época. Roger Perret los ha recuperado y a día de hoy se pueden encontrar en Todos los caminos están abiertos (Minúscula, 2008). Es una mirada incompleta pese al buen hacer de su compilador, ya que Anne pereció a los 35 años en un absurdo accidente de bicicleta, y su madre, nada convencida del bien que pudieran hacer sus escritos a la ya maltrecha reputación de su hija, decidió quemar todo lo que halló a su paso.
Pese a todo, Ella también dejó testimonio de aquel viaje en La ruta cruel (Timun Mas, 1999). De un carácter emprendedor frente a la eterna melancolía de su compañera, la mirada de Maillart nos ofrece el claroscuro del mismo retrato.
Pero lo que me ha impulsado a escribir esta nota no es ninguno de los dos libros (o no solo), sino el material extra del DVD El Viaje a Kafiristán.
El largometraje es digno en sí mismo. En un rodaje sutil y sobrio el viaje avanza por un paisaje que no parece haber cambiado desde aquel lejano 1939. La personalidad y relación de las dos mujeres, magistralmente caracterizadas (Jeanette Hain y Nina Petri), se define con naturalidad pese a lo controvertido de su huida, tal y como es definido su trayecto en alguna ocasión. Huida hacia ninguna parte por lo quimérico de sus objetivos como por el fin que tuvo, truncado debido a la irrupción de la II Guerra Mundial.
El documental que acompaña al film no tiene más ni menos que un valor testimonial. Ella Maillart dio con los restos de la película original 50 años después del viaje, el montaje es la recomposición de los fragmentos que no se han echado a perder, una hora difícil de visionar sin los comentarios de la propia Ella. Y es que la copia que nos llega es la reproducción de un pase que se hizo en un cine de Suiza en 1989 presentado por la propia protagonista. El conjunto podría resultar irrelevante o solo de interés para un público que hubiera seguido de cerca las aventuras de estas dos mujeres, sin embargo, las imágenes se beben por sí solas igual que las palabras desafectadas y un tanto socarronas de una Ella anciana. El espectador tiene la sensación de asomarse a través de una ventana indiscreta a la vida de las personas grabadas en su cotidianidad, una ventana que permite asomarnos al pasado no tan lejano de una zona descarnada por las guerras durante el último siglo. En la segunda parte del documental, ya en color, las imágenes de bailes se acompañan con una banda sonora registrada por Nicolas Bouvier en los años 50 siguiendo el mismo itinerario de Anne y Ella. La suma de perspectivas (la música, los dos libros, la voz de Ella…) como piezas de un puzle, ponen de relieve los silencios de la película de ficción, fiel a la sutileza de los textos de Anne y sin caer en la tentación de adulterar la trama con giros dramáticos, captando la inmensidad del cielo protector bajo el que las dos mujeres se embarcaron en un viaje irrepetible.
Siguiendo con el hilo, acabo de leer ‘Muerte en Persia» otro magnífico libro de Schwarzenbach. A medida que iba entrando en la melancolía y desasosiego de Anne me ha sido inevitable recordar los personajes de Paul Bowless en su «El cielo protector», otro magnífico libro y gran adaptación cinematográfica de Bertolucci