En cuerpo y alma

De cómo el azar transforma la sangre en amor Por Rosanna Moreda

Entro al Cine-Café Kino de Budapest con la firme intención de ver una película no hablada ni en inglés ni en español. Le pregunto al chico de la taquilla. Es una de esas tardes donde se agradece estar rodeada, pues el frío (y no únicamente la soledad) lleva en determinados momentos del día, esos momentos donde la oscuridad lentamente prende; a buscar la manada. Es como una búsqueda jamás asumida, de la más primaria protección, y el pequeño Kino casi siempre repleto, irradia calor. El chico me recomienda sin dudarlo, con un brillo orgulloso en la mirada A teströl és a lélekröl. Se trata de una película húngara con Oso berlinés y que además, es de drama y es de amor: porque no hay mayor drama que el amor – parece querer decirme con esa misma mirada aunque ahora más tambaleante, bajando a nostálgica. Pero esta intempestiva película que lanza la directora Ildikó Enyedi luego de una prolongada ausencia de 18 años, no es en absoluto catalogable como una simple historia de amor dramático.

Desde el comienzo y durante toda la película, las imágenes son tiradas violenta, implacablemente. Teniendo en cuenta que se relata una love story no convencional en un matadero, esto no debería extrañar. Lo que apabulla es el encuadre de lo abisal. Escenas de descuartizamiento vacuno cero preámbulo, de aquellos primeros planos donde apartamos la vista casi que instintivamente, pero lentos al mismo tiempo, detallados, a la manera de un documental. En contraste con la fiel robótica de humanos y máquinas. Y entre estas tomas de abundante sangre, carne, cartílago, hueso y metal; un bosque nevado, hermoso, y dos ciervos, una hembra y un macho ejercitando unos juegos de interminable seducción desde un plano decididamente onírico. Percibimos cierto caos de lecturas, y lo curioso es que todas ellas terminan amalgamándose, produciendo un efecto explosivo en zonas íntimas, yermas. De ahí lo abisal. Por un lado lo previsible: el sufrimiento y el placer en necesaria unión, de la misma manera que la presencia de lo animal en lo humano y al revés. De hecho, el talento de introducir la filosofía thinking animal en este largometraje es infinito. Y me preguntará más de una vegana alerta, ¿cómo, si se trata de un matadero? Pues porque la sangre finalmente nos une, y más nos uniría si los animales tuvieran el ingenio/atrevimiento de autoliquidarse. Luego, continuando con la personalísima semiótica de la película, varios mensajes subliminales entrelazados, dignos de los versos más suicidas de la poeta rusa Ana Ajmátova. Mensajes o más bien insinuaciones en forma de preguntas paciente brillante-psicoanalista mudo, del tipo: ¿Cuántas combinaciones de muerte se filtran en el amor? ¿Y de esas combinaciones, cuáles dependen en su totalidad del azar?

 en cuerpo y alma

Imágenes que se repiten obsesivamente a lo largo de esta narración de base principalmente poética, con más exactitud, de una poética de tiro al blanco. Simple, ruda, sin vuelta atrás. Como el sashimi, que cuando lo tenemos en la boca ya es demasiado tarde para arrepentirnos. Y lo más curioso es que no queremos arrepentirnos. Lo que traducido a lo literario sería un haiku al revés, pero solo porque luego de tanta aspereza (detalle antropológico: el abandono gradual de butacas frente a un intento de suicidio sangre por medio, parece ser universal); la cosa acaba bien. Como constantes que reafirman la sustancia de la historia: la inspectora de calidad del matadero llamada Mária, recién llegada y de comportamiento más que extraño, con claros tintes Asperger (si la excelente actriz Alexandra Borbély se propusiera repetir su papel, por más que se esforzara, no le saldría. Es lo que tiene la genialidad), se enamora del director del mismo: Endre (Géza Morcsányi). No es coincidencia que el director también padezca de un tipo de diversidad funcional.

Compruebo con pesar que en los textos escritos en inglés sobre la película todavía aparezca una y otra vez la palabra desagradable: disabled. ¡Ay querido Oliver Sacks, cuánto te sigue necesitando la humanidad… si en su momento escribiste un libro fetiche como es Un antropólogo en Marte para detallarnos con lujo de detalles, entre otros universos, el fecundo y maravilloso lenguaje privado del autismo, tendrías que haber escrito otro antes de abandonar este mundo solo para demostrarle al Planeta que la discapacidad no existe!

En cuerpo y alma 2017

Comprobamos también, aunque esta vez con agrado, que hay historias de amor imposibles de encasillar que nos llegan a través de la realidad y por lo tanto de las pantallas, como imposible de encasillar es el mismo amor. Cliché que para el caso, viene muy bien. Historias de amor entre seres que no entran dentro de los parámetros de lo que, con todas las consecuencias que ello conlleva, ha devenido en algún momento de la Historia, normalidad. Porque en un mundo de seres cada vez más musculados, parece que no hubiera lugar para el amor entre aquellas personas que por ejemplo son viejas hasta lo inconcebible, o tan pobres que duermen en las calles, o que cojean, o por ejemplo, para lo que aquí nos interesa, entre una autista y un manco. El resultado: uno de los desmembramientos más sutiles, bellos y complejos que el cine ha relatado en los últimos tiempos sobre la atracción entre una mujer y un hombre. Una atracción gestada a menos mil kilómetros por hora, donde ambos sueñan lo mismo: Ciervo y cierva que se observan y comunican en todas las formas posibles, pero primando la vía sensual, en la eterna nieve de un bosque ignoto que haría las delicias de un video de Dead Can Dance. Cuando descubren tanto Mária como Endre en una entrevista psicológica de rutina del matadero, que ambos sueñan lo mismo cada noche, se dispara por fin aquel erotismo distante pero no por ello menos profundo, entre ella y él. Porque de hecho, nadie, ni la persona más escéptica, es capaz de desafiar a los designios cósmicos, y menos cuando hablamos de sentimientos.

Y es así que la narración avanza y observamos cómo dos personas en apariencia distintas, se van acercando mutuamente. No sin miedos, no sin dudas, en el caso del director, y en cuerpo y alma en el caso de la inspectora. Ella, una blonda platino que no es trazada como sexy en el cine ¡al fin!, en apariencia gélida, introspectiva hasta la locura, enervadamente perfeccionista, de memoria prodigiosa y accionar repetitivo, calculado, es incapaz de controlar lo único que se le escapa de las manos: el amar a alguien. Su psicología es la del todo o nada, cero complejidades estériles mundanas… y el amor no es una excepción. Se agradecen también esas arenas nuevas sobre la erótica femenina que cada vez parecen estar más presentes en las pantallas. Eso sí, se trata de un cine principalmente dirigido por mujeres, donde el acercamiento a nuestra sexualidad se hace de una manera directa, honesta, en absoluto retocada o romantizada. Es así que en la intimidad sexual de la inspectora de calidad, aparece un cine porno cañero que ella disfruta circunspecta, degustando con parsimonia ositos Yummies (sí, las gominolas – escena digna del mejor selfie). Otra de las metas de la directora por lo visto: no solo sacar a la luz maneras invisibilizadas de enamorarse, sino también, derrumbar mitos cansinos como el de que las mujeres no consumen porno. Solo un detalle bisagra: cuando Mária ensaya con muñeco y muñeca las conversaciones que tendrá con Endre, a solas, y él es el guerrero y ella la princesa. Pero lo pasamos por alto porque se trata de Playmobil. (Solo por eso).

En cuerpo y alma on body and soul

En cuanto al guión visual ya que entramos en este terreno, son muchos los elementos que parecen pasar inadvertidos, que pertenecen al plano estético, y que contienen información clave. Por lo tanto, al igual que toda buena película, no alcanza con que sea vista una vez, ni dos. Como una de las primeras escenas donde ella, en su primer día de trabajo en el matadero, aparentemente no lo ve, aunque él sí la ve, y en ese momento en que la observa por primera vez desde arriba, desde la ventana de su despacho; ella retrocede un paso. Un gesto de una precisión y fotografía exquisitas donde como en tantas otras escenas, aparecen los designios cósmicos que no solo se definen en los sueños. O en todo caso, son los sueños que constantemente se cuelan en la vigilia.

Sueños, que, no obstante, suelen como contraparte estallarse con la realidad más horrorosa, más perversa. Y aquí me detengo de forma breve por respeto a la frágil poesía del momento más álgido de la película, en el intento de corte de vena de nuestra Mária. Momento posterior a la escena en que Endre le suelta sin anestesia en la cantina del matadero, mientras les están llenando los huecos de las bandejas del napi menü; dudoso pero en el fondo aterrado de sus sentimientos casi, casi hasta el final, algo así como:

– Olvídate de lo del otro día, ¿vale? No ha pasado nada entre nosotros.

Directa a la bañera. Sí. En la vena de la muñeca. Sí. Con música También. Pero no con una música cualquiera: con What He Wrote de la cantante de folk británica Laura Marling.

Y a medida que la sangre se expande, se mezcla con el agua de la bañera, Mária impávida… las palabras que se escuchan, tan obviamente descriptivas de la situación, aunque lo parezca, no están de más. Si algunas lloramos, no obstante, no es por el efecto insondable de la música, tal y como le ocurre a Mária, que parece descubrirse otra cuando escucha esta canción:

Forgive me, Hera

I cannot stay

He cut out

my tongue

There is nothing

to say

sino por esa fuerte identificación que sienten las que han sido atacadas por la locura más desorbitada de todas: la de amar hasta la muerte. Y por la ficción definitiva añadida que esta decisión encierra. Pero entonces, en pleno desangre, suena el móvil. Ese móvil de teclas que se había comprado siguiendo el consejo de su psicólogo, para que él la pudiera contactar. El azar parece ser, no siempre se regodea, y nos concede más capital de vida. Solo un poco más. Es él. Endre:

-Hola, soy yo. Escucha, te amo tantísimo…

¿Dónde estás? ¿Podemos encontrarnos ahora?

El resto queda para las tejedoras de historias de final feliz. Finalmente feliz.

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