En la casa
El mito de Sherezade Por Manu Argüelles
Bovarysmo: el poder dado al hombre de concebirse otro distinto del que es, acepción que fue rápidamente incorporada a la lengua corriente para designar la evasión en lo imaginario por insatisfacción.
En la última película de Marco Berger, Ausente (2011), un adolescente se encapricha de su profesor de gimnasia. Tras una serie de engaños y tretas acaba pasando la noche en su casa, aunque él desconoce por completo las intenciones de su alumno. La película de Berger nos habla del deseo y sus turbaciones (la zona de peligro de la paidofilia en lo que se refiere al adulto), desde la aproximación tabú e incómoda que supone hablar de la homosexualidad bajo el paradigma de la lolita en clave masculina y enmarcada en un contexto educativo. Dado que es un tema afín a Ozon y conociendo su trayectoria y recurrencias, sobre el papel, En la casa parecía apuntar hacia esa dirección. Huelga decir que desconocía la base teatral en la que se inspira libremente, la obra de Juan Mayorga, El chico de la última fila. Pero Ozon, aunque maneja el deseo como corriente subterránea, en alusión directa al Teorema (1968) de Pasolini (citado explícitamente en clave irónica), la relación entre profesor y alumno la dispara hacia otra dirección mucho más fructífera y menos previsible de lo que podíamos prever.
A título personal, la que fue la impepinable ganadora de la Concha de Oro de la pasada edición del Festival de San Sebastián supuso para mí toda una fuente de regocijo y satisfacción. Porque no suele ocurrir con frecuencia que los directores de tu panteón personal te sorprendan tan gratamente con su última obra. Siempre digo que a veces conocer a fondo el trabajo de un director supone un perjuicio más que una ventaja. Porque te instalas en los hallazgos y virtudes del pasado, te sientes cómodo y autosuficiente en el terreno que crees conocer, e involuntariamente sitúas a la obra bajo un nivel de exigencia más elevado del habitual. No dejamos que la cinta dialogue con nosotros y te empecinas en que te recupere las alegrías y emociones de antaño. Nos comportamos injustamente, sin duda. Uno trata de evitarlo pero es inevitable que siempre algún director acabe damnificado por tu imposibilidad de superar esa postura. Ozon no, torea con maestría a sus fieles acérrimos y justifica con creces la consideración de que siga siendo un director en excelente forma. Ahí está Mi refugio (Le refuge, 2009) para certificarlo. Me hace mucha gracia, cuando los críticos que no pueden evitar poner la puntilla, indican que es un director con una trayectoria irregular. Como si todos los demás aparte de él tuviesen trayectorias impolutas. Un autor cuando tiene tantas cimas como él y prolongadas en el tiempo hasta la actualidad, ¿realmente es irregular? ¿O estamos como siempre infravalorando indebidamente?
Por favor, no hablo en términos de experto, no hay cosa que me aburra más. El día que no sienta la necesidad de seguir aprendiendo, de que necesite mejorarme, el día que crea que soy un experto en algo será el día en que habré fracasado, habré perdido los alicientes fundamentales para seguir alimentando mi cinefilia. Se da la circunstancia que he visto todos sus films, que los he estudiado a fondo, pero nada más. Eso no me otorga un status especial. Por eso me pareció vivir un momento muy dulce en el Festival de San Sebastián cuando viví una unanimidad absoluta respecto a En la casa. Cuando comprobé que había satisfecho a todo el mundo, público, compañeros, prensa y jurado incluido. En mi experiencia con su cine, era la primera vez que me encontraba con algo parecido. Esta vez no tendría que gastar energías defendiéndole. Por una vez, y sin que sirva de precedente, me gustó sentirme como la mayoría, esa que el film está explicitada mediante el uso del uniforme escolar, para garantizar igualdad, dicen, una mascarada más de los que buscan homogeneizarnos y borrar las singularidades «inoportunas».
Germain, un Fabrice Luchini que repite con Ozon pero aquí lejos de la caricatura de su anterior papel en Potiche (2010), es un profesor de literatura francesa que empieza nuevo curso, aburrido con el nivel de sus alumnos y totalmente desalentado con las pocas aptitudes de las nuevas generaciones. Como él dice, los bárbaros ya están dentro. Da clases en el Lycée Gustave Flaubert, escritor que funcionará en la trama como modelo idóneo para alentar la creatividad literaria. Por otra parte, su esposa, Jeanne, interpretada por la siempre impecable Kristin Scott Thomas, lleva una galería de arte, El laberinto del minotauro, y vive en estos momentos un período de ansiedad ya que las propietarias de la galería amenazan con cerrarla. Algo romperá la cotidianeidad de la pareja cuando un día Germain, revisando el maremoto de redacciones mediocres, se encuentra una que le llama poderosamente la atención y que además le insta a continuar. La ha escrito Claude (un prometedor Ernst Umhauer) basándose en el núcleo familiar de uno de sus compañeros, el bonachón y «banal» Rapha. La casa del título corresponde a la familia de clase media contenida en la ficción del literato en potencia, donde entra Claude impulsado por su propia carencia de un vínculo familiar convencional. Germain cree encontrarse un diamante en bruto por lo que acaba picando el anzuelo de su pícaro alumno y acabará trabajando estrechamente con él, aunque eso le conducirá a un endiablado juego, trazado por su manipulador y sibilino alumno de mirada afilada.
Sin perder un ápice de la didáctica inherente en la relación entre profesor y alumno, Ozon plantea una dialéctica perversa e inteligente de capas entre realidad y ficción (y su cada vez más difícil discernimiento), donde el espectador es cómplice directo y todo ello sin resultar petulante. Ozon que siempre ha escapado del tratamiento grave de los temas, aquí establece una dinámica ágil y adictiva para una narración que funciona perfectamente como un engrasado metadiscurso, donde el ángulo utilizado para sus propios personajes, inmersos en el proceso de arquitectura literaria, es el mismo utilizado para construir su film. Se establece así un fascinante juego de espejos entre lo que viven los personajes y lo que vemos nosotros, con lo que el espectador puede sentirse como un participante activo de lo que se va desarrollando. Cuando Germain teoriza sobre lo que necesita el personaje principal, o sea, un conflicto y un objetivo, la redacción visualizada en imágenes (incluidas las diferentes versiones corregidas) se constituye de lo que es la misma materia del guión fílmico. No es casual, que a medida que la implicación de Germain es más directa y también más enfermiza en la ficción que crea su alumno, acabe él apareciendo en la misma escena familiar que se recrea en el texto, estableciendo un nexo directo con el espectador, como conductor que facilita el acceso a las tripas internas de la construcción fílmica del relato.
En la casa nos habla de esa curiosidad malévola y algo insana que tenemos por la vida del prójimo, lejos de sus anteriores incursiones oscuras y húmedas, cuando concentraba films en la viciosa dupla vampiro-víctima como Mirando al mar (Regarde la mer, 1997) o Swimming pool (2003). El film funciona perfectamente como el mito de Sherezade y nos toca la fibra como seres atávicos necesitados de ilusiones ficticias que nos seduzcan, que nos saquen de nuestra mísera existencia. De hecho, aquí la literatura funciona como el tragaluz para sus personajes, que suplen sus faltas y taras emocionales con ella: uno fantaseando con aquello que no tiene, el otro, el adulto, proyectando en el adolescente sus frustraciones. En esencia, el film de Ozon no está tan distante del film que comentaba al principio, Ausente (de ahí la pérdida de la líbido de Germain cuando está ya plenamente atrapado en las redes literarias de Claude), porque ambos apelan a los mecanismos del deseo desde una concepción absorbente, invasiva y peligrosa. En ambos el adolescente es el motor que hace progresar la acción, aunque los dos films adopten el punto de vista del adulto y de su proceso de vampirización fatal. Pero Ozon gana enteros ya que construye un laberinto a plena luz del día, barniza de detalles y complejidades estructurales, sin perder nunca la clarividencia con su receptor, nosotros, y además lo canaliza a través de un infalible anticongelante, la ironía omnipresente como es costumbre en él, y la punzada sutil pero certera tanto a la pedagogía actual como a la estulticia del arte contemporáneo, a través del personaje de Kristin Scott Thomas, personaje que además actúa como Pepito Grillo de su marido.
En la casa es una película netamente inscrita en la obra de su autor pero supone todo un hito ya que mantiene incólume sus obsesiones y sus exploraciones, pero las propulsa hacia una dimensión diferente de la habitualmente tratada, alcanzando la maestría ya plenamente consolidada[1]. Porque, ¿ustedes nunca se han sentido como La ventana indiscreta, film que se homenajea en el final? ¿Nunca han elucubrado con las vidas de los pasajeros que tienen a su lado cuando captan retazos de las conversaciones? Siempre estaremos necesitados de historias y aunque Ozon nos desnude con tanta lucidez como espectadores, retomando el testigo al maestro Hitchock, ¿qué quieren que les diga? Yo personalmente escribo de cine porque no tengo otro remedio. Dicen que lo que te apasiona es lo que te hace sentirte vivo. Pues eso.
Como dice Alvaro magnífica reseña y reconozco que me chirrió lo mismo que a él, pero me convence tu matización Manu. Solo hecho en falta referencia al homenaje al Woody Allen más oscuro y retorcido y el profesor podría ser un personaje muy woodyalleniesco, no parece casual que vayan al cine a ver justamente Match Point, la historia de En la casa emana sexualidad, atracción, oscuridad y tragedia conyugal, de manera diferente pero logro una similitud con las fobias y filias de Woody Allen.
Hola Ana, gracias por tu comentario y tus palabras. Falta la alusión a Woody Allen, por la sencilla razón que esa referencia se ha utilizado con frecuencia desde frentes pocos conocedores de la obra de Ozon. Es decir, eso no es territorio exclusivo de Woody Allen, sino que ya está inscrito también en el trabajo del realizador francés desde el principio. Por lo que decir que es deuda de Woody Allen u homenaje para mí no es correcto, porque yo considero que es territorio común de ambos realizadores. Sólo necesitamos reparar en sus films anteriores para percatarse (por ejemplo, Swimming pool con una escritoria madura y una jovencita pícara).Ozon efectúa el guiño al maestro neoyorkino con la misma humildad que lo realiza a Hitchcock, pero para mí ese personaje tiene la legitimidad de pertenecer a Ozon más que a Woody Allen. Por eso prefiero no citarlo, entre otras cosas porque el realizador francés ya tiene unas señas de identidad demasiado autónomas y fuertemente desarrolladas, como para situarlo en dependencia de otros autores. También no olvidemos que él adapta la obra de Juan Mayorga y en el proceso creativo es honesto y prefiere visibilizar las conexiones con el universo cinematográfico que a él le sugiere la obra. Hasta qué punto el recuerdo a Woody Allen no estaba ya inscrito en Juan Mayorga (deberíamos acudir a la fuente original). En fin, dado que encuentro que es un tema resbaladizo e innecesario prefiero centrarme en el universo de Ozon, con el que su último film permanece de pleno derecho. Y ese punto sí me parece importante resaltar: cómo sigue desarrollando sus obsesiones y recurrencias, evitando además el mecanicismo en el que sí ha entrado la filmografía de Woody Allen. Un abrazo.
Desde luego desconozco totalmente la filmografía de Ozon, pero bueno realmente quería resaltar el hecho de que sea justo Match Point la película que ven, pensé que era intencionado como lo es el símil con Hitchcock, como una conexión entre las dos historias que son provocativas y oscuramente retorcidas, adjetivos que no sé si serán lo mas acertados pero son lo que se me ocurren a mí en común entre las dos. Saludos 😀
Sí, claro, el guiño a Match Point no es casual y es claramente visible como lo es el gesto del final que alude a La ventana indiscreta. Pero es un poco lo que te decía antes. Que antes de hablar de Hitchock o Woody Allen a mí me parece más pertinente hablar de Ozon. Prefiero desarrollar mi argumentación en torno a su cine y menos en cuanto a dependencia de otros realizadores, menciones que además visibiliza, por lo que no hay nada que objetar. Un abrazo.
Muchas gracias por tu comentario. Por cierto, me encanta tu avatar, uno de mis cuadros preferidos. No creo que sea tan innecesario sino que ya expresa de forma muy fehaciente, aunque sea una fórmula un pelín sobre utilizada, cuánto está implicado el profesor dentro de la ficción de su alumno, paralela situación a la que ya vive el espectador en su visionado. El punto evolutivo del mundo diegético en correspondencia con la curva dramática del film y, last but not least, la posición del espectador al que se le interpela rompiendo la cuarta pared. Me parece una forma visual muy sintética y expresiva y ese efecto de chirrido que comentas, conociéndole, creo que es intencionado. Ozon siempre es muy juguetón y provocador. Saludos cordiales.
Magnifica reseña. A mi lo unico que me sobra de la pelicula es precisamente el par de apariciones del profesor en la casa. Creo que es yun recurso innecesario y chirria con el planteamiento general de la pelicula. En cualquier caso es un defecto menor para una esplendida, sorprendente y brillante pelicula