En realidad, nunca estuviste aquí
¿Educación o psicopatía? Por Paula López Montero
Cuando le preguntaron al multimillonario productor de Hollywood, Harvey Weinstein, sobre las acusaciones de los múltiples abusos sexuales y violaciones cometidas a numerosas actrices de la industria norteamericana su excusa fue realmente demoledora en cuanto que apela a una tradición o educación común. Se justificó diciendo que fue educado en los sesenta y los setenta, en una época en la que la forma de comportarse era distinta de la de hoy. En realidad, la educación imperante de los sesenta y setenta, sólo fue una aceleración y condensación de lo que había reinado durante los siglos anteriores, el falocentrismo impulsado por el ritmo frenético que imponía el inminente mundo capitalista. En los últimos meses volvemos a escuchar otros escándalos como el de Kevin Spacey y otros personajes de las cúpulas del poder estadounidense, sea su industria de cine, sea su política. Y la pregunta más oída es ¿cómo sigue pasando esto a día de hoy? ¿Cómo se siguen dando casos de maltrato diario? ¿cómo la trata de personas sigue a la orden del día? La cuestión de fondo apela ya al mismo Weinstein: la educación.
Es realmente sorprenderte como En realidad, nunca estuviste aquí se estrena coincidiendo con esta sacudida de realidad. La última película de Lynne Ramsay pone el foco de mira en uno de los temas que vertebra su obra: la fina línea entre la (mala) educación y la perversión; y si bien antes se había posado sobre Europa ahora posiciona su mirada sobre la gran nación, Estados Unidos. Ramsay juega con la representación del poder y de los vicios de la sociedad norteamericana que convive a medio camino entre los bajos fondos y las cúpulas de poder. No olvidemos que no hay cine negro sin esta dualidad y que la figura del gánster deambula entre estas dos. No obstante Ramsay propone un relato justiciero pero demoledor en su fondo. ¿Hay justicia sin sacrificio, sin víctimas?
Joe (un, como siempre, impecable Joaquin Phoenix) es un ex marine y ex agente del FBI, solitario y perseguido que prefiere ser invisible. No se permite ni amigos ni amantes y se gana la vida rescatando jóvenes de las garras de los tratantes de blancas. Vive con su madre, la única persona con la que se muestra menos distante y a la que cuida como un buen hijo. Un día recibe la llamada de un político comunicándoles que su hija ha sido secuestrada lo que hará que Joe se vea metido en una trama de abusos y tráfico de menores que salpica al senado estadounidense. Quizá lo mejor del guion, no sea una trama aparentemente sencilla a la que solemos acceder casi desde un punto de vista periodístico, superfluo, como ya pasaba en la ganadora del Óscar Spotlight (Thomas McCarthy, 2015), sino las elecciones de Ramsay al proponer un film cuyo gran aliado es el asentamiento de cierta conflicto entre la moralidad y la amoralidad que juega en ambos bandos y el de un personaje tremendamente complicado (como ya veíamos que hacía con Kevin en su anterior largometraje) y los recursos estéticos que obedecen a ese vacío o nihilismo propio de los tiempos que vivimos.
Hay tres puntos a mi juicio sobresalientes y uno que puede parecer que no deja cuajar lo suficiente al filme pero que creo que de alguna manera está justificado. La música, en primer lugar, está milimetradamente compuesta, es lo primero que escuchamos antes de que arranque la narración y desde luego creo que sin ella le faltaría toda la atmósfera necesaria para recrear este tipo de relatos (no olvidemos también que el cine negro y los thrillers son sobretodo atmósfera). Compuesta por Jonny Greenwood quien ya hizo la banda sonora de Tenemos que hablar de Kevin (2011) y otros films bastante similares como The Master (Paul Thomas Anderson, 2012) e Puro vicio (Inherent Vice, Paul Thomas Anderson, 2014) y quien es bastante cercano, musicalmente hablando, a Cliff Martínez quien hizo las bandas sonoras de The Neon Demon (Nicolas Winding Refn, 2016), Solo Dios perdona (Only God Forgives, Nicolas Winding Refn, 2013), Spring Breakers (Harmony Korine, 2012) y Drive (Nicolas Winding Refn, 2011). Me resulta bastante curioso como estas nuevas creaciones se han hecho eco en historias que tienen cosas muy similares que decir y que esconden un profundo diagnóstico de la sociedad actual, la posmodernidad y sobre todo la educación que nos depara este presente continuo y superfluo. En realidad, nunca estuviste aquí conecta a la perfección con largometrajes como The Master donde Joaquin Phoenix, otro ex marine a medio camino entre la psicopatía y la perversión, se dejaba llevar por la moralidad de la secta La Causa, con Spring Breakers en ese espejo de la adolescencia y sus excesos y con The Neon Demon y Drive donde la distancia, la frialdad y la moraleja son lo más característico del film.
Dicen que En realidad, nunca estuviste aquí está a medio camino entre Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y Drive, y creo bastante acertado al comentario, pero me parece también muy alusivo sacar a colación Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), cuyo film se apela directa y negociadamente. Recordemos que lo que nos proponía Psicosis era una psicopatía, sin ahondar demasiado en la relación madre e hijo, simplemente dejando entrever cierto tipo de educación. Creo que en cierta medida Ramsay, como buena moralista, tiende a remediar esto y ahonda deliberadamente en los traumas de Joe para dejar ver que, en este caso, no hay psicopatía, sino un trauma en la infancia y como esto marca profundamente el carácter de su protagonista. Por cierto, también me parece alusivo que mientras que el sumidero de la bañera de Psicosis tragaba de maravilla, el de En realidad, nunca estuviste aquí se desborda como haciendo alusión a cierto tipo de colapso de lo que nos viene proponiendo.
Otro de las estrategias de Lynne Ramsay es el neón, la estética que ya vienen utilizando algunos de los films que he aludido anteriormente como The Neon Demon, Drive, Puro vicio o Spring Breakers. Pero ¿por qué el neón? La fluorescencia es algo que viene consumiendo el arte posmoderno desde hará pocos años. En el museo de arte contemporáneo del filme The Square (Ruben Östlund, 2017) también se nos proponen unos rótulos en neón y es algo a la orden del día en cualquier museo de arte moderno. Bien, el neón intensifica lumínicamente algo. Si en este caso es una frase o un lema, lo hace más llamativo e impactante como las pantallas de Times Square. La clave está en pensar por qué se necesita ese neón para llamar la atención. Lynne Ramsay, así como Paul Thomas Anderson o Nicolas Winding Refn creo que en cierta medida hacen uso de esto para denunciar realidades que en el fondo están huecas, vacías de significado, con las que directamente apelar la atención del consumidor pero para ofrecernos una metarreflexión sobre el vacío de la sociedad posmoderna que de fondo no tiene ni mucho más que añadir, ni remediar, ni justificar. El neón imperará frente a la verdad. No obstante, hay claras diferencias entre los directores propuestos, mientras que Winding Refn tiende a ser más estético y vampírico con sus relatos, y Paul Thomas Anderson mejor conocedor de los bajos fondos norteamericanos, Lynne Ramsay, como buena europea no puede dejar al margen la reflexión moral.
Pero si hay algo que parece no dejar cuajar bien el film es su estructura narrativa. No obstante sacando balones del tejado de Ramsay, creo que en el fondo la película obedece a la propia psicología de Joe. Un Joe a veces desdoblado en su yo de hace 30 años, un Joe cuya propia percepción se ve alterada por el trauma de su infancia (y desde donde se nos propone el título del largometraje En realidad, nunca estuviste aquí). Además creo que una de las intenciones del film, como ya pasaba en Tenemos que hablar de Kevin, es el generar duda, la misma duda de su protagonista, en su no saber discernir entre realidad y ficción, entre el pasado y el presente. Creo que en el fondo si nos deja fríos al salir de la sala, ha sido ese su propósito. Frío es Joe, fría es la estética, y el rehuir del sentimentalismo en este tipo de narraciones me parece profundamente acertado.
Por otra parte, hay dos detalles que me sigue pareciendo pertinente analizar. Uno es el arma de Joe, su martillo; y otro es el coche, tan característico de films hermanos como Drive y Taxi Driver. El personaje de Joe no podía tener otro arma que el de un martillo made in USA, un arma que le hace distinto de otros sicarios que con una pistola matan en la distancia, sin embargo un martillo requiere cercanía, sigilo y ser profundamente violento y efectivo. Además me pareció sutil tanto en cuanto me recordó al martillo de Nietzsche, pero eso ya son perversiones de una amante de la filosofía. Por otra parte, haría mención al coche. Me parece algo que merece hablar largo y tendido sobre el tema y que quizá le dedique otras páginas. No obstante, brevemente, ¿qué supuso o supone la industria automovilística para la sociedad norteamericana? Creo que en el fondo tiene que ver con la aceleración espacio-temporal que se desató con la creación del primer automóvil, y que fue uno de los primero objetos de consumo que vertebraron el “american way of life” estadounidense. No es casual que sea un Ford lo que nos propone Ramsay con este film. La huida, los crímenes y el cine negro está directamente relacionado con el uso del automóvil. El coche es una prótesis del ser humano posmoderno, la huida de todo conflicto también.
En cuanto al tema que nos propone Ramsay, no ha sido pocas veces abordado, sus precedentes más directos para mi gusto son Mystic River (Clint Eastwood, 2003), La mala educación (Pedro Almodóvar, 2004) y Spotlight (Thomas McCarthy, 2015). Y además no puedo evitar hacer una mención a algo sobre lo que ya reflexioné anterioremente, los relatos que vienen ganando últimamente en Cannes. Para mi gusto la reflexión que propone The Square, anclada en también cierto tipo de moralidad -claro está en un tema mucho más diferente pero en el fondo basado en la misma clave, la brecha entre la clase baja y la clase alta-, es una reflexión bastante cómoda para todas las mentes consumidoras, no nos deja en tan mal lugar. Sin embargo, con films como En realidad, nunca estuviste aquí, esa reflexión vaga y casi cómica, se hace mucho más seria y dura. Pero ¿qué es más efectiva la seriedad o la risa?
Para terminar, hay un libro de Jaques Derrida que apela directamente a una cuestión que para mí ha estado sobrevolando todo este análisis, y es La farmacia de Platón, donde nos propone esa lectura del Pharmakon (en griego significa a la vez veneno y cura) como la estrategia que realmente debemos repensar para entender nuestra tradición. Para inmunizar un virus, hay que insertarlo primero en el cuerpo ¿No es acaso esa la gran falla de nuestra tradición? Todo los síntomas de esta decadencia, en el fondo fueron puestos ahí hace mucho tiempo por nosotros.
Creo que Lynne Ramsay ahonda muy acertadamente en los prejuicios sociales, y juega con la trama para revelar en el espectador una moralidad que debería ser intrínseca a la humanidad. De hecho creo que ese es el gran ejercicio, pensar nuestra moralidad y pensarla no sin dejar de pensar lo amoral, lo prohibido, la perversión y los traumas. Lynne Ramsay pone el punto de mira en esa fina línea entre la educación y la condición humana y sus estados mentales.
a mi sinceramente no me ha gustado.pelicula muy lenta y muy difícil de entender.y esto que la crítica in general benissima. quizás yo no sea un buen entendedor.