Enemigo de clase

La mala educación Por Jose Cabello

-Quién iba esperar que una vida tan tranquila me lograra estrangular, que al tener por fin silencio no pudiera descansaLa vida tranquila – La Casa Azul

Tú, lector venido a estas líneas también habrás experimentado en primera persona la presión social. El aliento sobre tu nuca. Tu familia. Tus amigos. Tus padres. Tu trabajo. Tu pareja. Tú. También habrás sufrido como pantalla de las expectativas que ciertas personas proyectaron sobre ti. Según la edad, somos más permeables a la contaminación exterior. O así debería ser. La sociedad nos prepara para ello. Nos inmuniza. Aún así, la adolescencia, el periodo donde construimos y reafirmamos la personalidad, nos hace más vulnerables a posibles filtraciones. No queremos defraudar y por eso, instintivamente hacemos nuestras las frustraciones de otros, las acogemos e intentamos no fallar a aquellas personas que confían en nosotros. De manera inconsciente caemos en nuestra propia trampa al incurrir en una falta de asertividad. Pero llegaremos a esta conclusión con el tiempo y la experiencia. En el momento, metidos de lleno, miramos tan de cerca al lienzo que perdemos perspectiva del conjunto.

La sociedad parece dictar unas leyes silenciosas pero universales. Leyes que a un adolescente pueden destruirle la vida, o al menos complicársela por momentos. La obsesión de un futuro como entes productivos que deberíamos ser, lo marca todo. Ya a los diecisiete años debemos elegir a qué dedicaremos el resto de nuestra vida. Y el sistema económico alcanza con sus brazos nuestras vidas, convirtiéndonos en una herramienta de trabajo más. E incluso, tiene poder para crear nuevos valores que solo irán en beneficio de su propio mecanismo pero que perjudican a los individuos que viven en él. ¿Cuántas veces tenemos que oír durante una entrevista de trabajo la estúpida pregunta de si somos capaces de trabajar bajo presión? Me niego a creer que es una cualidad. No promulga ningún valor positivo. ¿Por qué tenemos que tolerar la presión? No podemos convertirnos en mercenarios de otras voluntades y aceptar sin más este chantaje que nos venden por lícito.

Enemigo de clase

Para profundizar en las cuestiones anteriores, Enemigo de clase levanta su esqueleto argumental en un instituto donde se produce un cambio de profesor.
Tras la baja maternal, la profesora, que además es la tutora de esta clase, es sustituida por un profesor que posee un carácter totalmente contrario y al que los alumnos no están acostumbrados. Una conversación entre un alumno y profesor fuera del aula, y que tiene como objetivo hablar sobre las aspiraciones futuras del estudiante, será el detonante que hará del instituto una trinchera. Si la anterior profesora encarnaba la complacencia, el buen rollo y ejercía un papel entre amiga-profesora, el nuevo profesor no tendrá un minuto para la condescendencia, exigirá más y no tendrá ningún tipo de acercamiento personal con los alumnos. Los alumnos, no aceptan la actitud del nuevo profesor, ya que no interactúa con ellos de la misma manera que su antigua profesora, así que comienzan a recelar de sus actos y de la frialdad que el profesor utiliza en su metodología para tacharle de insensible. En la impotencia de los enfrentamientos, el profesor no entra al trapo y Enemigo de clase, que parecía postularse muy cerca de películas de la misma temática como La clase (Entre les murs, Laurent Cantet, 2008) o El profesor (Detachment, Tony Kaye, 2011), a través de un hecho aislado donde se rompe el status quo, vira a una línea más acorde a La ola (Die Welle, Dennis Gansel, 2008).

La película impacta con el suicidio de uno de los estudiantes, y a partir de aquí multiplica los flancos por donde irá la batalla. Enemigo de clase imparte una master class sobre la vida, consiguiendo reunir ingredientes trascendentales para nuestra existencia, pero no cayendo en el ombliguismo del existencialismo, sino que, de una manera sutil, nos introduce en temas como la adolescencia, la rebeldía, el grupo como seña de identidad, la opción de individualidad dentro de la colectividad, la madurez, la vida y sobre todo, la muerte. La muerte explicada a través del suicidio. Como Loreak (Flores) (José María Goenaga, Jon Garaño, 2014), Enemigo de clase no juega con el escapismo que ofrece muchas veces el cine al dulcificar la muerte y resguardar a los personajes bajo la lógica del sentimiento de luto. La película nos mira a los ojos para hablar sin tartamudear de la irracionalidad de la muerte, y más concretamente, de lo absurdo del suicidio. Enemigo de clase acude, como constante, a la sin razón que muchas veces nos lleva a buscar el sentido de la vida, y por extensión, el de la muerte. La persona ha decidido irse sin más, y lejos de convertir su figura en la de un héroe, Enemigo de clase se arma de valor para, a través de una redacción de clase, manifestar lo cobarde del acto del suicidio, acto que los estudiantes utilizan como mero vehículo para rebelarse contra el sistema.

La película funciona como la coartada para responder si el sistema realmente funciona. Pero Enemigo de clase formula preguntas, no respuestas, o al menos no respuestas categóricas sino tamizadas por los ojos de cada personaje. Y al generar este mix, todos los personajes, o ninguno, poseen su parte de razón en la defensa de sus argumentos. La diversidad de comportamientos entre los alumnos, desde el que quiere continuar la clase a pesar de ser el día después del suicidio, hasta el que está muy cabreado con la noticia, hablan de nuestras prioridades en la vida. En una escena, el director cambia en las aulas los hijos por sus padres para hacernos entender que los estudiantes no son otra cosa que su consecuencia. La semilla germinada. Y ahí vuelve a relucir el mensaje más valioso de Enemigo de clase, cuando el film señala a los padres como los verdaderos responsables de la educación de sus hijos.

 Enemigo de clase 3

 

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