Escape from Tomorrow

Mucho ruido y pocas nueces Por Manu Argüelles

Tras su estreno a Sundance llega a Sitges una de las películas que más expectación ha generado gracias al ardid publicitario de sus creadores. Pero lo cierto es que una vez vista, a uno le viene enseguida a la cabeza el uso del gimmick por parte de William Castle, triquiñuela promocional que tiene más de señuelo fraudulento que otra cosa. De hecho, el film tiene ahí uno de sus puntos de conexión con el cine exploit, en su desvergonzada campaña sensacionalista para publicitarlo. Recordemos: presuntamente el equipo filmó de forma clandestina el film dentro de Disneyworld. Y de ahí se desprenden posibles consideraciones, la más lógica, el film será una corrosiva crítica al imperio de Disney. Otra, dado su carácter, es un largometraje con pocos medios, guerrillero. Pero se haya contado o no con el permiso, lo cierto es que Escape from Tomorrow no fija sus dianas en el parque temático como distrofia del espacio de ocio, pornográficamente orientado al consumismo y a la capitalización de una marca comercial. De hecho, ese sería un blanco fácil pero ni siquiera se roza. A tenor de los espacios que se filman se preocupan bastante de preservar la marca que se supone que es su objetivo. Hay alusiones muy veladas y casi es mejor que olvidemos una insulsa broma al respecto en el episodio del mad doctor, donde se ironiza sobre el product placement pero a la vez se hace uso de él. También presupongo que así evitan posibles demandas. Pero en ese cuidado Escape from Tomorrow ya se desarma como producto valiente que dispara a la gran corporación. Además, los lugares por donde transitan los personajes podrían ser de cualquier parque temático, dado que no existen referencias explícitas al imperio Disney. Es más, hay un subrayado con el uso del croma, que puede tener su carácter expresivo para enfatizar la dislocación de lo subjetivo, pero parece utilizarse como remachado metalingüístico, como indicio de que el film está grabándose de forma furtiva. Todo apunta que la cinta ha sido rodada en las inmediaciones más que en su interior, por lo que hay un empeño insidioso por aparentar que se está grabando sin la aprobación. Tanta insistencia escama. Aunque lo más insatisfactorio, si atendemos al cebo, es que la película carece de cualquier ingrediente satírico que pueda resultar punzante para la compañía. En definitiva, Disney seguramente ignorará el largometraje porque no hay nada en él que dañe su imagen.

Escape from tomorrow

Si nos olvidamos de este aspecto, atenderemos a lo que realmente es Escape from Tomorrow. Un matrimonio convencional con dos hijos pequeños pasa su último día de vacaciones en el parque temático. El día amanece con la noticia de que el patriarca es despedido telefónicamente. A partir de ahí, se desata la paranoia del personaje masculino. Lo que sigue es un reguero de ofuscaciones mientras pierde los papeles detrás de unas lolitas francesas. Incluso tiene un encuentro sexual algo bizarro con una señora lasciva que viene a encarnar el arquetipo de la bruja de cuento, pero en este caso desde una óptica sexualizada. En ese sentido, lo erótico recuerda a las grindhouses en su distanciado y obtuso tratamiento, que además es excesivamente simplista. Tiene mucho de eso, de rescatar el espíritu de películas exploit de los 70, pero su perfil es muy bajo y desnutrido, no acaba entrando en esa revisitación por mucho que maneje elementos fantásticos con cierto desprejuicio, donde no faltan incluso las referencias a una cult movie como Almas de metal (Westworld, Michael Crichton, 1973).
Porque, aunque Escape from Tomorrow quiera jugar al despiste y apuntar a varios frentes, en realidad, su desarrollo acaba siendo raquítico y todos los abalorios que se van incorporando acaban resultando superfluos.

Escape from tomorrow 2

El film ataca la vulgaridad de la clase media, también la crisis de la masculinidad en los cuarenta, enlazándose con el tropo principal de A Glimpse Inside the Mind of Charles Swan III (Roman Coppola, 2012), pero la diferencia con aquella es que sus formas son toscas y erráticas y su psicoanálisis libidinal es de mercadillo. Su planteamiento alucinatorio también acaba resultando débil y sin rumbo, con escasos y tenues resultados. Podría considerarse un ensayo o un intento de jugar con la dinámica de la pesadilla claustrofóbica a lo Polanski pero forzar los encuadres imposibles con planos oblicuos o aplicar lentes de gran angular para los primeros planos no resultan elementos estilísticos suficientes para dar forma a una distorsión de lo real a partir de la neurosis. Desgraciadamente dichos recursos barrocos, dada su poca consistencia dentro del cuerpo del film acaban resultando un lastre, ya que buscan por la vía de lo agresivo conseguir algo que por medios orgánicos no se consigue: crear cierta sensación de malestar y de confusión. Randy Moore, eso sí, tiene mucha confianza en sí mismo cuando cree que el twist del final va a interesar y desconcertar a la audiencia. Con nula sutilidad el film se agolpa en el tramo final con el juego de trastornar la débil línea narrativa, como si así de esta manera otorgase algo más de aliciente a una cinta que por sí misma no lo encuentra. Un film que parece improvisado en el peor sentido de la palabra, donde se esboza más que se trabaja algo mínimo, esa crisis masculina antes aludida, pero se aborda con vacua superficialidad y con un errado timing. Siendo consciente de sus propias carencias el director trata de buscar afanosamente elementos de delirio mediante golpes de efecto presuntamente perturbadores pero que sólo consiguen transmitir sopor y desidia.

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