Everyday

I don’t have weekends Por Fernando Solla

I can’t help what time is done

And how long I had to wait

Now I found your hand in mine

I hope I didn’t come too lateExtracto de Baby, Now That I’ve Found You (Tony Macaulay y John MacLeod, 1967)

No puedo evitar, con cada nuevo título de Michael Winterbottom, pensar también en otro realizador, su compañero de profesión Steven Soderbergh. No es que encuentre puntos comunes en sus filmografías, más allá de lo prolífico de las mismas, pero aun así, el recuerdo es inevitable, instantáneo.

Reflexionando un poco sobre mi situación mental he caído en la cuenta de que, tras compartir unos inicios vocacionalmente indies, los dos directores cinematográficos han seguido rumbos diametralmente opuestos. Ambos dominan a la perfección el lenguaje cinematográfico y presentan un abanico de recursos lo suficientemente ecléctico como para mantener el interés de los espectadores estreno tras estreno. La irrupción de Soderbergh fue sonada, así como flamante su triunfo en Cannes con la Palma de Oro por Sexo, mentiras y cintas de video (Sex, Lies, and Videotape, 1989). Posteriormente y, película tras película, hemos asistido a la consolidación de un profesional capaz de filmar cualquier género y formato, haciendo del cómo su mayor baza para vendernos sus trabajos y para rodar unas historias que si no fuera por el estilo y el pulso narrativo que las envuelven y adornan, no siempre mantendrían nuestra atención. Winterbottom, en cambio, se fue abriendo hueco durante la década de los noventa, desarrollando un estilo naturalista, intensa y esencialmente visual, valiéndose en muchas ocasiones de la letra de canciones populares para reforzar la narración, características muy presentes en Everyday. Mientras que Soderbergh alternaba éxitos y fracasos comerciales y maquillaba con un barniz indie algunas de sus películas, Winterbottom nos atrapó no sólo con su cómo (apasionante), sino con su qué (enfático, meditado, cohesionado, emocionante). Rodando sobre, pero también con o a través de, lo que le gusta e inquieta. Usando como recurso pero también convirtiendo en tema desde la música que sonaba en Madchester desde finales de los setenta hasta mediados los noventa en 24 Hour Party People (2002); la literatura de sus admirados Thomas Hardy en Jude (1996), Laurence Stern en Tristam Shandy: A Cock and Bull Story o Jim Thompson en El demonio bajo la piel (The Killer Inside Me, 2010); o participando del debate político, social y económico internacional en, por ejemplo, Camino a Guantánamo (The Road to Guantanamo, 2006) o Un corazón invencible (A Mighty Heart, 2007).

Un poco de todas ellas y un mucho de novedad narrativa y aparente sencillez expositiva encontramos en Everyday.

Everyday

Contenido y continente, peldaño tras peldaño hasta llegar a ofrecernos una Historia, que disfrazada de pequeño ejemplo cinematográfico, esconde, una gran película. Soderbergh y Winterbottom, dos profesionales, dos artesanos que viven el cine como un oficio y, a pesar de su empeño (y precisamente por su desempeño), uno resulta un operario, diligente y cumplidor, eso sí. El otro, un Autor.

El D’A 2013 se adelanta a la fecha de estreno en nuestro país (todavía inexistente) de este largometraje que nos invita a conocer a los miembros de una familia, a través de breves visitas, en un periodo comprendido entre 2007 y 2012. Esta vez el tiempo de la narración coincidirá con el real. El cinematográfico lo asimilaremos a través de un sentimiento (de ausencia, pérdida, esporadicidad…), ya que en ningún momento se hace mención alguna a su paso. El real coincide con las pocas semanas de rodaje, repartidas entre los cinco años descritos, en que Winterbottom consigue captar el paso del tiempo y un proceso de crecimiento / envejecimiento real y no producto del talento del departamento de maquillaje y peluquería de turno. ¿Capricho innecesario o requisito indispensable? Como decíamos un cómo muy meditado, que indudablemente actúa en beneficio de un qué muy potente, para que la implicación del espectador sea activa desde el minuto cero y no un simple ejercicio contemplativo. Acompañaremos a Karen (Shirley Henderson) y a sus cuatro hijos (Stephanie, Katrina, Robert y Shaun, interpretados por cuatro hermanos que lo son en la realidad, manteniendo su nombre auténtico, aunque el apellido, Kirk, quedará en el anonimato) a prisión, para visitar a su marido y padre Ian (John Simm), encarcelado por un delito del que no se nos da explicación alguna, intuimos que posesión o tráfico de drogas.

Tanto Henderson como Simm son intérpretes habituales en los trabajos del realizador, actores no excesivamente conocidos para el público pero cuya presencia aporta una cierta predisposición hacia la familiaridad. Si a eso añadimos que los personajes tienen nombre propio pero no conocemos su apellido, comprenderemos por qué su historia, cotidiana para ellos, es susceptible de acercar, emocionar y sorprender en igual medida al espectador. Grandes historias al acceso de la gente común y anónima, pero no cualquiera. Nos podría pasar a cada uno de nosotros, pero a cada uno de una manera única y particular. Quizá la palabra que mejor resume tanto la película como su repercusión emocional es empatía. La necesidad que sentimos de vivir experiencias, sensaciones o sentimientos que nos distingan de la mayoría nos la sirve Winterbottom en bandeja, ya no de plata sino de oro, con Everyday. Palabra compuesta de la que debemos enfatizar, como bien nos indican los títulos de crédito iniciales, la primera parte every (todos, cada) más que la segunda day (día), aunque una no tendría sentido sin la otra.

Everyday 2

Esa repetición, rutina diaria de los protagonistas, la recibimos con más fuerza si cabe gracias a la intensa (como lo son todas) banda sonora compuesta por Michael Nyman, habitual de Peter Greenaway o Jane Campion pero también, de manera algo más esporádica, de Winterbottom. Desde mi ignorancia, debo reconocer que nunca he entendido por qué la música de Nyman lleva la etiqueta de minimalista. Quizá porque la mido por el efecto que despierta su recepción auditiva a mí me ha parecido siempre grandilocuente, como una fanfarria constante y perpetua, algo que cierra, precisamente, el cómo de Winterbottom para Everyday. No sólo la banda sonora sino también su uso, su cuándo. Siempre en las transiciones paisajísticas entre un día y el otro. Siempre acompañando y enfatizando la belleza de esos paisajes de ensueño entre los que transcurre el argumento de la película. Porque la vida en el campo, alejada de las grandes ciudades quizá no es tan idílica y bucólica. Quizá cuando la lluvia y las imposibles carreteras locales te obligan a despertarte a las cuatro de la mañana para llevar a tus hijos a ver a tu marido encarcelado, quizá cuando la distancia, hermosa pero larguísima, que os separa te obliga a coger autobuses varios, tren y taxi… Quizá tanta belleza no sólo pase inadvertida para ti, sino que sea tu prisión particular, del mismo modo como tu marido tiene la suya, así como tu vida rutinaria, día tras día, todos los días, cada (every) día… Quizá si usamos la fotografía y la banda sonora en estos momentos y con esa finalidad, y sobretodo, consiguiendo conmovernos de manera irónica, insolente, convirtiendo lo hermoso en cansino y repetitivo, quizá entonces nos encontramos ante un grandísimo realizador cinematográfico, que tiene mucho que decir y, además, sabe muy bien cómo hacerlo.

Y después de todo lo dicho, lo mejor para el final. El punto de vista narrativo que usa Winterbottom es digno de estudio. Con una sola secuencia comprendemos el reglamento penitenciario que rige las vidas de todos los personajes, cada uno en su espacio y ambiente (físico y emocional). La cámara se confunde con nosotros mismos. Nos introduce dentro de la película, nos lleva de viaje, a la celda de Ian, a la habitación de Karen, al cuarto de baño donde los niños se cepillan los dientes… El realizador acompaña al espectador con la cámara, haciéndonos creer que somos nosotros los que le acompañamos a él, usando el cinematógrafo a modo de gafas multidimensionales. El punto de vista, esas dos únicas miradas a cámara de Karen y Robert (escalofriantes y desafiantes), la que quizá sea la llegada a una playa más emocionante que un servidor ha presenciado proyectada en una pantalla y ese mostrar, sin valorar ni juzgar, implicándonos y haciéndonos creer que a todos estos sentimientos llegamos de manera espontánea, sacudidos pero no manipulados, conmovidos pero no quebrantados ni violentados emocionalmente (no voy a citar los recientes y habituales ejemplos que recorren esa dirección)… Esa claridad cinematográfica conseguida a través de claroscuros y contraluces se convierte, sin duda, en uno de los acontecimientos cinematográficos imprescindibles del año.

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