Evolution
Metamorfosis Por Manu Argüelles
"Es el agua soñada en la vida habitual, el agua del estanque que se 'ofeliza' por sí sola, que se cubre con toda naturalidad de seres durmientes, de seres que se abandonan y que flotan, de seres que mueren dulcemente. Entonces, en la muerte, parece que los ahogados flotantes siguen soñando..."
Finalizada la 63 edición, José Luis Rebordinos, tal como se aprecia en esta entrevista en Noticias de Gipuzcoa, no parecía muy satisfecho con la apuesta de haber introducido Evolution dentro de la Sección Oficial. De sus declaraciones hay una afirmación que a mí me resulta intrigante:
Por otra parte, tal vez no hayamos conseguido tener en la Sección Oficial esas dos o tres películas de consenso que, como otros años, ponen de acuerdo a todo el mundo y permiten que todo lo demás sea discutible.
Eso significa que Evolution, como propuesta de riesgo que genera una reacción polarizada, ¿hubiese sido menos perjudicial en la impresión general, hubiese pesado menos? Sigo tirando del hilo. Entonces, ¿qué tipo de películas queremos en un festival? ¿Largometrajes que nos hacen sentirnos partícipes de una comunidad o films que nos presentan desafíos y que nos permiten reflexionar tanto del cine como de nuestro presente? ¿Sirve un festival como termómetro del estado de la cuestión en lo cinematográfico? ¿O es simplemente un muestrario más o menos afortunado de aquello destacable que se ha podido conseguir, aquello que ha respondido a una operación de equilibrios múltiples? En definitiva, ¿qué es más importante, que el cine nos ofrezca respuestas o, al contrario, que tenga la capacidad de plantearnos cuestiones?
No tengo nada en contra de las películas de consenso, siempre y cuando no hablemos de cuerpos acomodados, mentes adormecidas y miradas complacientes. Pero tampoco creo que haya que lamentar que existan películas que generan discrepancias. Creo que son igual de necesarias, como parece que son las primeras para el evento. Sea como fuere, finalmente Evolution se alzó con el Premio especial del Jurado y Premio del Jurado a la mejor fotografía. Por lo que, al margen de la recepción de crítica y público, el Jurado sí quiso reconocer sus valores. En este contexto, la Concha de oro para Sparrows (Rúnar Rúnarsson, 2015) suena justamente a eso, película con la que fue más fácil llegar a un acuerdo en comparación con la presumible división que también se formaría en torno a la película de Lucile Hadzihalilovic.
Y, sin embargo, desligados de su contexto de proyección, no creo que Evolution sea una película con grandes ambiciones o que busque descaradamente la provocación. Ni tampoco creo que ofrezca algo inédito, ni tan siquiera en la emergente obra de su creadora, ya que las conexiones con Innocence (2004), su primera película, son más que evidentes.
Evolution, incluso en el mismo seno del festival, acaba erigiéndose dentro de sus múltiples esferas de actuación como una película sobre la posibilidad. Ya desde su mismo planteamiento, nos propone una forma de concebir la ciencia ficción con trazos minimalistas, que trabaja sobre la sugerencia y que se concentra en un compacto microcosmos envasado al vacío. Desde esta matriz es como considero que se alinea junto a Carré Blanc (Jean-Baptiste Léonetti, 2011). O que no me resulte tan extraño sentir ciertos ecos de ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976), a tenor de ese espacio recreado en Lanzarote y esa latente tensión que respiran ambas películas, cada una con diferentes registros, la de Chicho encaminada hacia el suspense y el thriller, Evolution orientada hacia la ensoñación y la fantaciencia más lírica.
De esta manera, como ya lo había trabajado en Innocence, Hadzihalilovic también nos interroga a nosotros mismos cuando nos sustrae un contenido narrativo fuerte y deposita el poder en la imagen. ¿Somos capaces de construir el relato a partir de la fuerza expresiva de lo visual, de su carga simbólica y metafórica? Estamos ante una ciencia ficción que recobra para el género su capacidad de misterio. El misterio, abrigado bajo el manto de la poesía y de los sueños. Porque en esa vía de la posibilidad, el microcosmos cerrado y autosuficiente tanto de Innocence como de Evolution, nunca suplanta a lo real. Lo imaginario se presenta como algo contiguo, un entorno posible, al margen del nuestro. Y eso es algo importante porque en su ideario regresivo comparte las mismas posibilidades que El bosque (The Village, M. Night Shyamalan, 2004), un retorno no sólo al cuerpo imaginario de la fantasía desde la infancia, donde el miedo o lo implacable del fatum nos llevan casi a una vuelta al origen, como un viaje hacia la génesis del mito. No es algo baladí ya que aquí cobra mucha importancia el nacimiento, concretamente, una fórmula alternativa a la reproducción humana. En esa contigüidad se concilia nuestro mundo adulto cuando recupera el poder creador de la fantasía desde la infancia. Nuestros recuerdos como materia de ficción, de la misma forma que somos capaces de vivir mediados por la tecnología mientras seguimos albergando profundas ensoñaciones nostálgicas por un mundo extinguido (el de nuestra niñez).
Lucille Hadzihalilovic afirma haberse inspirado en los cuadros de Eduardo de Chirico para crear unos territorios cargados de una metafísica casi espectral, una irrealidad a medio camino entre un lugar reconocible y el fantástico, donde la directora sabe extraer el poder inquietante de espacios vacíos y trabaja a fondo el poder seductor de la naturaleza martítima como una dimensión llena de enigmas por resolver, muy en la línea a como ya trabajó el bosque en Innocence. En esa forma de trabajar el escenario físico, no obstante, las figuras, esas madres que cuidan a sus hijos, me permiten apropiarme de la película y esa es una gran virtud, ya que precisamente en su entretela narrativa y sus puntos ciegos, da la oportunidad a tejerla distanciándote de la mirada de la directora, a abrirle los códigos, dado que lo que busca es despertar y estimular a partir de lo estético y atmosférico. En esa invitación la proceso como una ficción, que no sólo metaforiza la sensación de inquietud y extrañeza del pre-adolescente cuando entra en la pubertad ante los cambios físicos que se dan en su cuerpo. Porque como sucede en la ciencia ficción contemporánea, hay un foco de interés en las injerencias y transformaciones de lo orgánico, una Nueva Carne sintética pero a la vez acuosa (natural/artificial), aquí figurada a partir de un sistema de clonación inspirado tanto en la procreación por división de las estrellas de mar, como en su hermafroditismo secuenciado. También la pienso como una recreación (siniestra) del nacimiento de Venus (de la espuma de mar), pensando en el famoso cuadro de Boticcelli, no por casualidad una recreación de los mitos primigenios de nuestra cultura occidental. Y ese aspecto físico unitario para todas las madres, pelirrojas, lánguidas, con cierto aspecto marino y esas cejas decoloradas, me transportaba a la ambigüedad pictórica de los prerrafaelitas, obsesionados con el arquetipo de la mujer fatal. Bajo ese imaginario de la escuela británica, pienso en la forma que tiene Evolution de trenzar muerte y renacimiento (el mar y el hospital) para acabar evocándome el cuerpo de Ophelia que fenece para fundirse en el mar y la vegetación, pintado por Sir John Everett Millais.
Arriba: pinturas de Giorgio de Chirico, inspiración de Lucille Hadzihalilovic. Abajo: Ophelia de Millais y El nacimiento de Venus de Boticelli, evocaciones personales ante Evolution
Porque en un ambiente delimitado por la ausencia del hombre, la mujer es presentada con una fuerte carga ambivalente, marcadas por la carencia y por lo que no pueden llegar a alcanzar. Desde su función maternal, también se despliega una representación como si fuesen una enfermiza secta. Por ejemplo, la secuencia en la que retozan en la arena de la playa unidas en torno a una celebración pagana y orgiástica no cuesta conectarla con un akelarre. Porque Evolution parte del despertar del niño protagonista, su proceso de descubrimiento y su progresiva resistencia ante el destino que le espera, canon preceptivo en la ciencia ficción en la que el individuo huye del sistema totalitario.
No se le puede negar a Evolution su forma de reformular y trabajar la sci-fi a partir de unos elementos sumamente dosificados, su forma de plantear la imagen como vehiculadora de contenido narrativo y su estudiado sistema compositivo lleno de estímulos que nos permite conectarlo con nuestro bagaje cultural, amén de su decidido clima perturbador que a la vez combina una indolente melancolía embargadora, hacen de ella una película sumamente rica e interesante sobre la metamorfosis, reflejada a partir del mito y de la leyenda.