Excision y Ace Attorney

Por Manu Argüelles

Excision (EUA, 2012). Director: Richard Bates, Jr. Oficial Fantàstic Panorama a competición

La adolescencia puede ser un asco. Si no, que se lo pregunten a Pauline. Definitivamente sigo escorado en el cine de madrugada donde Excision queda relegado en la programación por su derroche onírico trufado de ríos de hemoglobina, un perverso y sarcástico humor negro y una manifiesta y desvergonzada plasmación del lado oscuro de la personalidad humana. El título del film ya apunta a la cirugía y sus desviaciones psicopáticas, perfecto complemento de American Mary, otro film nocturno donde la disección humana adquiere usos distintos al terapéutico. Richard Bates Jr. en Excision lleva la teenpic a una zona de terror frío, adhiriéndose a su personaje como lo hacían las mejores películas de los años 80 y 90, sin faltar el respeto a las convenciones del marco donde trabaja y siguiendo las enseñanzas de David Lynch cuando llevó a otra dimensión el género con Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986).

El guiño a Lynch queda patente con la mascarilla de respiración artificial que utiliza la hermana de la protagonista aquejada de fibrosis quística (fácil acordarnos del Frank Booth de Dennis Hopper), o con la aparición de Ray Wise encarnando al director del instituto, el mítico Leland Palmer de Twin Peaks. Porque, además, también aquí se disecciona sin concesiones los valores conservadores de la middle class norteamericana. La decencia y la moral burguesa son sarcásticamente parodiadas, ya desde la decisión de otorgarle a John Waters el papel de sacerdote, o a Traci Lords asignarle el papel de la estricta, remilgada y severa madre. El pérfido tono humorístico se plasmará especialmente en las conversaciones que la alienada protagonista mantendrá con Dios. Es, pues, un film con toneladas de mala leche que se niega a retratar a su figura femenina como una víctima (es notorio cómo se enfrenta a las chicas populares del instituto), a pesar del estado de opresión y de alienación en el que vive en su inmediato entorno académico y familiar.

El retrato que se hace de Pauline, por su descarado tono cáustico, podría estar cercano a Ghost world (Terry Zwigoff, 2001), si bien, Richard Bates Jr. se sitúa en un punto más incómodo cuando transgrede la moral convencional, ya que se hace acopio de un tratamiento gore para los delirios de la protagonista y, por extensión, lo hace desoyendo el generalizado desprecio que suelen contar las películas cargadas de sangre. Eso lleva implícito una reivindicación, porque demuestra que se puede aplicar con rigor y sin desdibujar nunca el drama (se trabaja mucho las desavenencias entre madre e hija). Es, por tanto, una forma diferente de operar con el contenido sangriento que se aleja de los usos desmañados y festivos habituales en los slashers. Les da la vuelta, de hecho, porque su posición fronteriza hace que explore las películas de adolescentes desde una inusual perspectiva. No obstante, el desprejuicio del cine gore se mantiene a través de las instantáneas de los sueños húmedos y de la fervorosa inclinación de Pauline por la sangre, donde conjuga instintos homicidas y sexo como un todo. Eso provoca que el largometraje no escatime en su plasmación gráfica, aunque siempre con planos concisos y breves, bajo una arquitectura clásica y un tratamiento formal austero y directo. Por todo ello, Excision atesora su punto fuerte en la ruptura de la atonía de la clase burguesa con un delirante imaginario hormonal que permite vislumbrar el desquiciamiento psicológico de Pauline, aunque ella siempre acabará rescatada en la mirada implacable del director.

Excision

Excision

Ace Attorney (Japón, 2012). Director: Takashi Miike. Casa Àsia

Supongo que el festival de Sitges, por la declarada querencia que le tiene a Takashi Miike, prioriza traer al festival sus trabajos por encima de otra consideración. Lo comento porque la copia que vimos el domingo en cine Retiro era de muy dudosa calidad. Parecía video digital de baja resolución con evidentes pixelaciones. En todo caso, sirvió para que este año nos medio reconciliemos con el prolífico director. Mis compañeros, después del agónico resultado de For love’s sake, ya ni se acercaron a ver Ace Attorney. Desde luego que esto de la cinefilia es una cuestión de fe. Porque allí estaba yo en una sala hasta la bandera. Miike tiene su tirón, algo que sorprendió a espontáneos transeúntes que me preguntaron qué se iba a ver cuando vieron la cola. Mi respuesta les sonó a chino. Me lo imagino a tenor de sus caras de extrañeza porque yo respondí con un lacónico: Miike. ¿Acaso otra cosa importaba del film? Perdonen mi desconocimiento, pero sospecho que esa concurrida convocatoria del sábado tarde era por el director y menos por la adaptación de los videojuegos en los que se basa el largometraje.

Reconozco que el domingo ya acusaba cansancio, algo que me estaba inquietando, porque todavía me quedaba una larga semana por delante. Pero allí estábamos. No niego que estaba un poco a la defensiva y quizás ese fue el motivo que yo no disfrutase tanto el film como lo hizo la platea. Aunque, al menos, sirvió para olvidarme del sufrimiento que padecí con For love’s sake. Como un camaleón hiperactivo y puesto de anfetaminas, Miike se inspira en la saga de videojuegos de la Capcom con mismo nombre. Eso también le sirve para que se meta en una vertiente cinematográfica inédita en su extensísima carrera: el terreno del drama judicial, subgénero ultracodificado y poseedor de unos rígidos códigos que Miike los desarma llevándolo hasta el absurdo. Poco importa en este contexto la intriga criminal y esos dos casos conectados en un lapso de tiempo de 15 años. Aunque, a su manera, respeta el funcionamiento prototípico cuando hace uso de secuencias relevantes, las cuales va interrumpiendo y volviéndolas a utilizar en el posterior metraje, añadiendo más información para desmadejar el hiperbólico y enmarañado ovillo. En esta ocasión, esa deformación tan típica suya le resulta para insuflar comicidad y excentricidad a un film que acaba resultando simpático por ese sentido del humor naif, tan típicamente suyo de sus trabajos más distendidos y despreocupados de la última hornada, cuando Miike opera con comodidad dentro de las leyes del cine japonés más mainstream, desde el éxito que consiguió con Crows Zero (2007). La imaginería de los videojuegos le sirve a Miike para que adorne la trama en el juicio con personajes que parecen sacados del anime, proyecciones icónicas más que personas de carne y hueso, con sus estrafalarios y anacrónicos vestuarios o sus coloridos y rimbombantes peinados (atención al público). Por supuesto, Miike compone todos los elementos como si fuese una partida de ajedrez en la que todas las piezas dispersas acabarán teniendo su valor y función, aunque sabe reírse con los twists típicos de este tipo de films, como, por ejemplo, cuando se hace declarar como testigo a un loro. Teniendo en cuenta que el patrón que se utiliza es el norteamericano, no sería descabellado considerar a este film como una mofa desde la isla nipona, a donde se importa el género, se filtra bajo las coordenadas del cine nipón de la cultura pop y del anime para gusto del consumo local, y se sirve con un marcado tono caricaturesco. Otro trabajo menor dentro de su filmografía pero, al menos, agradable, si no nos ponemos exigentes.

Ace Attorney

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