Exorcismo en Georgia
Let them in (Déjalos entrar) Por Fernando Solla
“Why do bad things happen to good people?”
He aquí un claro (e inusitadamente digno) ejemplo de perpetuación del género. Largometraje que no calará hondo en la memoria cinematográfica de los espectadores y que, sin embargo, ofrece un visionado plenamente satisfactorio y, contrariamente, a lo que se pueda esperar, relajado. Desde el primer momento sabemos a lo que nos enfrentamos. Revisitaremos con este visionado la saga (hasta el momento cuenta ya con diez títulos) encabezada por Terror en Amytiville (The Amytiville Horror, Stuart Rosenberg, 1979), sin olvidarnos del film rodado para televisión Algo diabólico (Something Evil, Steven Spielberg, 1972), o la serie Medium (Glenn Gordon Caron, 2005-2011), que durante siete temporadas protagonizó Patricia Arquette. Relajados, pues, no tanto por lo que vemos en pantalla sino por lo conocido y familiar de lo que estamos viendo. Será el propio espectador el que decida cuándo y cuánto, es decir, en qué momentos quiere asustarse y en qué medida quiere implicarse en esta historia que, sin embargo, lleva a un doble (y voluntario) engaño.
Y es que el título Exorcismo en Georgia no es demasiado literal (como tampoco lo es el cartel promocional) si tenemos en cuenta la trama de la película, más centrada en desenmarañar un terrible secreto paranormal enmarcado en el ámbito rural sureño americano.
Fantasmas y espíritus ocultos en los bosques, presentes desde épocas de la esclavitud. El exorcismo no es tanto literal (escena aislada y sin importancia de la película) como introspectivo y va desde la individualidad a la globalidad de la sociedad, pasando por todos sus ámbitos y núcleos. Desde la hija, pasando por la madre, la tía… hasta llegar a la familia, para seguir con el pueblo y así expandirse por todo el territorio geográfico y conseguir que el exorcismo sea tanto de los miedos de cada uno como de las lacras y atrocidades cometidas en el pasado y todavía no del todo superadas en el presente. Tampoco es muy verosímil el enésimo reclamo de basado en hechos reales. Por mucho que al final de la película, durante los títulos de crédito finales, veamos fotografías de los miembros originales de la familia protagonista. Lo que sí que es interesante es el uso de las fechas, cuya aparición en pantalla no tanto para ceñirse a la realidad (¿a quién le importa si el cristal de la ventana de la cocina se rompió un martes o un jueves?) sino para hacer avanzar la acción, algo que no se suele ver en este tipo de propuestas y que, de paso, hermana a la cinta con la anterior Exorcismo en Connecticut (The Haunting in Connecticut, Peter Cornwell, 2009), con la que sólo compartirá género y cercanía geográfica en las localizaciones.
Se nota muy positivamente que el realizador Tom Elkins se ha curtido en el montaje cinematográfico de cintas (en su mayoría) de terror. Los personajes están muy bien dibujados en su arquetipo, y muy rápido, planteando la trama sobre la que se estructurará la película en los primeros diez minutos del largometraje. Sin avasallar con el dramatismo forzado de algunas situaciones, pero tampoco sin renunciar a él, Elkins aprovecha una dirección artística (Jeremy Woolsey) excelente, así como una fotografía (obra de Yaron Levy) precisa y más efectiva que efectista. Sin aportar nada excesivamente novedoso ni en contenidos ni en formatos, le agradecemos fervorosamente al realizador y guionista (David Coggeshall) que no nos peguen la brasa con líneas argumentales moralizantes sobre la Historia más o menos reciente a la que se hace referencia y recuperando el espeluznante arte de la taxidermia humana en el cine, con una fisicidad desagradable pero que no nos hará apartar la vista de la pantalla como la reciente y autóctona Insensibles (Juan Carlos Medina, 2012), y recreando la enésima versión del hombre del saco, jugando con la bondad y maldad de los personajes fantasmagóricos. No puedo evitar fantasear cuál sería el resultado si la trama de Exorcismo en Georgia hubiera caído en las manos de los responsables de la exitosa y vampírica serie de la HBO True Blood (Alan Ball, 2008 – ).
Otro factor positivo de la película es el nivel interpretativo general, algo que también la hermana con su predecesora en la saga. En el caso que nos ocupa se llevan la palma el trío protagonista femenino. Tanto la madre (Abigail Spencer) como la tía Joyce (Katee Sackhoff) se prestan al juego del susto y el grito sin olvidar nunca a su personaje, que no por arquetípicos confieren esa condición a las interpretaciones de ambas. Mención especial (y esperemos que aunque la taquilla de la película sea modesta no lo sea también su calado cinematográfico) para la niña Emily Alyn Lind, jovencísima cabeza de cartel que parece llevar sin demasiados problemas el peso dramático de toda la película, con una naturalidad poco habitual a tan temprana edad.
Para terminar, un único temor deberían tener las distribuidoras de Exorcismo en Georgia en nuestro país. El significativo retraso de su estreno le ha jugado una mala pasada, ya que Expediente Warren (The Conjuring, James Wan, 2013) es un título difícilmente abatible y, a pesar de la simpatía que despierte en un servidor la película que nos ocupa, claramente superior. Aunque eso sí, ninguno de los dos títulos consigue igualar (ni siquiera lo pretende) la diversión sangrienta, orgiástica y sin límites que nos ofreció el remake de Posesión infernal (Evil Dead, Fede Alvarez, 2013), la verdadera revelación genérica del año, que a través de su sadismo sin límites, ofrecía suficiente gore, risas, sustos y tensión como para dejar al respetable felizmente hecho polvo. En cualquier caso, tres ejemplos a disfrutar en pantalla grande que consiguen exorcizar nuestros prejuicios hacia un tipo de cine que, salvo excepciones como las que nombramos, suele ser denostado tanto por los espectadores potenciales como por los profesionales que los realizan, ofreciendo productos que no siempre están a la altura de lo que prometen.