Expectativas de la Seminci

#63Seminci Por Javier Acevedo Nieto

Recordaba Ángel Fernández-Santos en una de sus columnas de El País un encuentro con otro crítico de la misma estirpe que Santos, José Luis Guarner, el cual le confesaba a raíz de una dolencia ocular que “he visto tanto cine que me he convertido en una cámara Mitchell y tengo que ajustarme el diafragma cuando cambio de campo de luz, lo que demuestra que no necesito un oculista, sino un foquista». Tanto Santos como Guarner pertenecían a una clase de críticos cinematográficos cuya mirada adiestrada se paseaba de forma felina por la pantalla para en un simple ladrido surgido de las entrañas más sesudas revelar el gesto íntimo del filme en pocas palabras. Yo no soy crítico y tampoco necesito un foquista. Por otra parte, la miopía me impide ver la amoralidad de Regina Giddens en los ojos de Bette Davis y la cámara de William Wyler, y solo gracias a mis gafas sucias puedo fingir cinefilia con maratones de Wyler, Hawks y otros linces que avivan la llama de mi modesta pantalla.

Guarner afirmaría que “los cinéfilos españoles somos europeos, nos haga gracia o no”. Para un salmantino y castellano viejo como yo, esa frase puede reformularse en un optimista “los cinéfilos castellanos somos castellanos, nos haga gracia o no”. Por ese motivo acudir a la SEMINCI es un ejercicio de determinismo vital, y como buen Lázaro de Tormes – aunque quizá sea yo quien necesite de un lazarillo – mi cita con la cinefilia reunida en Valladolid es tanto un placer como una consecuencia. ¿Por qué cito a Santos y Guarner? Quizá porque condensan todo aquello que espero de un crítico. No hablo de citar bibliografía, tampoco de provocarme un síncope con retahílas de autores y filmes escondidos en cuartos oscuros repletos de papel higiénico de alguna Filmoteca – para eso ya están los Cahiers y los académicos con complejo de repositorio bibliográfico-, sino porque tras leerlos uno quiere ver la película de la que están hablando. Acabáramos, que un crítico provoque que quieras emocionarte con la película. Cualquiera diría que Bergala no iba desencaminado con eso de que la crítica era una forma de pedagogía.

 Collage Seminci

La SEMINCI es una oportunidad para reconciliarme con la crítica de cine, y para descubrir por qué los festivales de cine, y más concretamente la SEMINCI, son quizá los últimos espacios donde el cinéfilo apocado y el crítico pueden darse la mano. Si uno se pone más lampiño, reductos donde el mortal espectador y el apolíneo critico pueden sujetarse la manita mientras descubren esa secuencia que traga celuloide y escupe algo de ese no sé qué íntimo que los mejores críticos no saben ni quieren describir, y solo atisban a narrarnos lo que sienten. Acudo a la SEMINCI para proporcionar una suerte de cobertura. Intentaré narrar y hablar de cine, llevando bajo el brazo a Santos y Guarner. No porque pretenda emularlos, ante todo el castellano determinista es consciente de su mediocridad anunciada, sino porque son un poco como esos esclavos que gritaban al César aquello de memento mori. Espectros de celulosa que gritan a este ciego que se limite a transmitir una forma de mirar cine, no a hacer malabares intelectuales o a darse un cabezazo contra ese verraco que embiste con ofensas que es Twitter.

Valladolid se ha sabido consolidar como cita ineludible del panorama cinematográfico español. Cualquier lector sabrá que entre Salamanca y Valladolid existe esa inquina característica de ciudades un poco vetustas. Personalmente servidor siente una sanísima envidia viendo cómo la SEMINCI, y también la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid han puesto a Castilla en el mapa, aunque solo sea para que el crítico madrileño se atragante de cine y lechazo. Las Conversaciones de Salamanca quedan ya lejos, y el cine en Salamanca es tarea pendiente, quedando solo los artilugios de ese ilusionista llamado Martin Patino. Dicho esto, como salmantino que acude a Valladolid, espero que esa Espiga de Honor a Antonio Giménez-Rico recompense la justa trayectoria de un burgalés que se atrevió a adaptar a un icono pucelano como Delibes con gran éxito. Es Giménez-Rico otro de esos linces de nuestro cine, y es la SEMINCI uno de los espacios más comprometidos con el cine español a través de la sección Spanish Cinema, por donde pasan José Luis Cuerda con Tiempo después, David Trueba con Casi 40 o Iñaki Lacuesta con su Concha de Oro gracias a Entre dos aguas, y otras tantas voces como Elena Frapé con Las distancias o Miguel Ángel Vivas y Tu hijo inaugurando el festival.

Espiga de Honor para Juan Antonio Bayona, Eduard Fernández y el programa Versión Española. Sin olvidar la Espiga a Icíar Bollaín, directora pero también escritora, y cuya obra Flores de otro mundo. Explotación didáctica de la película marca ese renovado interés académico por los Cultural Studies y el cine. Porque este castellano viejo hasta ahora solo ha citado nombres, pero quizá uno de los motivos que guían mi curiosidad por la SEMINCI es por esa capacidad para programar una Sección Oficial que navegue entre el cine como archivo etnográfico – algún cinéfilo talibán habrá bostezado con esto – y vinculado a lo que Bollaín trata de recuperar en su obra, y la política de autores. Porque son precisamente los festivales el lugar ideal para aunar lo local y lo global. Los largos y cortos de Castilla y León con una Sección Oficial que depara sorpresas y acerca cineastas cuya obra habla de lugares remotos en una lengua universal. Mis expectativas en la Sección Oficial responden quizá a ese respeto quedo por el cine portugués, porque el hecho de que Miguel Gomes presida el Jurado puede indicar hacia qué dirección se incline el fallo final. El cine de Gomes premia la languidez del tiempo, el devaneo de la experiencia en esas suturas cinematográficas, en esos huecos escondidos en el cambio de planos. El portugués se inscribe en un registro nostálgico de historias que nunca terminan por contarse, y que se pierden en el encanto de imágenes que sugieren atmósferas propias de un realismo mágico, cálido y risueño. Aquel querido mes de agosto (Aquele Querido Mês de Agosto, 2008), a través de coordenadas documentales que experimenta con la música y la noche para captar la esencia misma de esas noches de verano en tantos y tantos pueblos. Ese diálogo con Murnau llamado Tabú (Tabu, 2012) cuyo manierismo expresivo se ve recompensado por un sopesado amor por el cine, o el tríptico de Las mil y una noches (As Mil e Uma Noites, 2015) que encandila por su ligereza.

Gomes siempre ha mirado a Raoul Ruiz, y como crítico cineasta es innegable que su triste ironía y cotidiano surrealismo beben de esa otra figura del cine portugués, ese otro crítico de modales pícaros llamado João César Monteiro. Por eso el ciclo que la SEMINCI dedica a Portugal como País Invitado se antoja más pertinente que nunca. Porque cinematográficamente el país vecino nos sigue pareciendo tan cerca y tan lejos a la vez que es necesario ir más allá de Oliveira y su legado grabado en piedra. Pedro Costa, Rita Azevedo, Pedro Pinho, João Nicolau y João Pedro Rodrigues, entre otros, dan habida cuenta de un cine de inagotable experimentación. Descubrir Portugal es tarea pendiente de todos.

La mirada de Gomes en la Sección Oficial es quizá mi principal expectativa, pero naturalmente viene acompañada por una selección de obras que hablan de cómo ese fenómeno de los cines transnacionales es compatible con la política de autor. De este modo puede entenderse la presencia de A Land Imagined (2018), donde Yeo Siew Hua se adentra en el neo-noir para acercar un relato de alienación y aislamiento en un Singapur donde la miseria se cubre con neón y en el que un trabajador chino desaparece poco después de entablar una amistad cibernética y sufrir un accidente. Yeo Siew Hua viene con el Leopardo de Oro de Locarno bajo el brazo, en un filme que puede ser otra muestra de la flexibilidad del noir y de esa ola de cineastas asiáticos que parecen entender a la perfección esa flexibilidad dotando a sus relatos de una puesta en escena contundente. Con la estela de Yinan Diao con Black Coal (Bai ri yan huo, 2014) o de Jia Zhang Ke con Un toque de violencia (Tian zhu ding, 2013), las expectativas sobre Yeo Siew Hua son altas.

A Land Imagined Seminci

A Land Imagined (Yeow Sie Hua, 2018)

Ága (2018) es otra propuesta opuesta, proveniente de Mil Lazarov y que refleja la dura situación de Nanook y Sedna, cazadores de renos que en una yurta donde la tradición se congela y guarece de la nieve, deben hacer frente a la muerte repentina de su sustento. Un relato familiar donde Nanook emprenderá la búsqueda de Ága, hija que abandonó la yurta, para satisfacer los deseos de Sedna. Lazarov parece confiar plenamente en el poderío visual de su propuesta para retratar con una narrativa aséptica el ocaso de una cultura, confiando en que el drama inscrito en ese núcleo familiar y la peregrinación de Nanook no se queden en el mero retrato ambiental. Al-Taqareer Hawl Sarah wa Saleem (2018) propone un drama romántico entre Sarah, israelí residente en Jerusalén, y Saleem, un palestino que trabaja como repartidor. El aparente corsé narrativo al que Muayad Alayan somete a su filme es quizá su mejor arma, ya que la curiosidad de este cronista desea saber si Alayan es capaz de solventar un punto de partida tan extremadamente shakesperiano sin caer en el determinismo o mirar demasiado a la obra de Hany Abu-Assad. Den skyldige (2018) de Gustav Möller aportará la tensión con un thriller que se desarrolla en la centralita de de emergencias, donde el protagonista Aser Holm tratará de resolver un secuestro. El film de Möller gustó al público de Sundance, y la crítica ha elogiado su ritmo y narrativa, respaldada por el uso de la banda sonora que Möller parece integrar de forma satisfactoria. Habrá que ver si en su debut en el largometraje Möller es capaz de revitalizar el thriller moderno.

Gomes mirará con atención Djon África (2018), el largometraje de João Miller Guerra y Filipa Reis en forma de road movie donde un rastafari rastreará sus orígenes desde Lisboa hasta Cabo Verde. Guerra y Reis son documentalistas con una larga trayectoria en un filme coproducido entre Portugal, Brasil y Cabo Verde que recupera esa idea de transnacionalidad en el cine, con un relato identitario en el que la flexibilidad de su premisa genera dudas. Seguramente Matteo Garrone se mostrará más contundente con Dogman (2018), donde la estética decadentista de los suburbios italianos cobija una historia de venganza de un criador de perros. Reconozco que Garrone habitúa a desplegar un cine donde la obsesión de sus personajes protagonistas y lo crudo de su escenografía no me seducen. Primer amor (Primo amore, 2003) se erigía en un filme que tenía muy claros sus referentes en Franju e Imamura pero cuyo resultado era indiferente. Tampoco vi ese realismo y ese retrato de la rutina del mal en Gomorra (2008), pero quizá el estilo contundente de Garrone cristalice en Dogman. Otro relato de venganza viene de la mano de Miguel Ángel Vivas con Tu hijo (2018), donde José Coronado da vida a un doctor que tras ver cómo su hijo se queda en estado vegetativo emprende una venganza que habrá que ver si se desarrolla en términos de catarsis espiritual a lo Schrader o sigue otros senderos. La dosis de millennials confusos la aporta Phillippe Lesage con Genèse (2018), y si bien el que escribe huye de autobiografías sobre amores de juventud, Lesage ya me dijo más en Los demonios (Les démons, 2015) que Xavier Dolan en toda su filmografía. Desde Cannes y con el premio a Mejor Película en la sección Un Certain Regard Ali Abbasi trae Gräns (2018), donde todo apunta a que el componente fantástico y la mitología nórdica se entremezclan en un film donde Abbasi ha despistado a la crítica con un surrealismo que bordea el ridículo y la genialidad a partes iguales. In den Gängen (Thomas Stuber, 2018) parece ser un vehículo para la actuación de Franz Rogowski, y en Utoya. 22 de julio (Utøya 22. Juli, 2018) el formalismo milimétrico de Erik Poppe parece haber eclipsado a la visión de la tragedia terrorista de Noruega plasmada por Pau Greengrass en 22 de julio (22 July, 2018).

Mi obra maestra (2018) de Gastón Duprat aportará la nota cómica tras pasar por Venecia, y desde Islandia siguen llegando propuestas que cabalgan entre el costumbrismo y el esperpento con La mujer de la montaña (Kona fer í stríð, 2018), donde su protagonista declara la guerra a la industria local del aluminio. Las expectativas son altas ya que Benedikt Erlingsson sí consiguió equilibrar el esperpento cómico y el lirismo ecológico en De caballos y hombres (Hross í oss, 2013), sumándose a esa sorprendente estirpe de cineastas islandeses recientes que oscilan entre la postmodernidad romántica y el costumbrismo. A este interés se suma mi moderada expectación con The Miseducation of Cameron Post (2018), mejor película en Sundance en la que Chloë Grace Moretz y Desiree Akhavan ahondan en la homofobia y el revival noventero. Paolo Virzi regresa a la SEMINCI tras llevarse el Premio del Público y la Espiga de Oro en 2016 con Locas de alegría (La pazza gioia, 2016), esta vez con Notti magiche (2018), comedia negra que se desarrolla alrededor de la aparición de un cadáver en el verano de 1990.

Un regreso esperado es el de Pablo Trapero con La quietud (2018), drama familiar donde dos hermanas vuelven a reunirse debido a la enfermedad del padre, detonante de un relato donde la reconciliación y la búsqueda de un pasado común marcan la nueva obra de Trapero, siempre cercano a esa radiografía social como ya demostró en El clan (2015). Nicolás Pacheco con Jaulas (2018) traza también un filme en clave femenina donde una madre e hija emprenden una huida de ese microcosmos machista dominado por el padre y situado en un barrio cualquiera. Como colofón la figura incombustible de Denys Arcand con La caída del imperio americano (La chute de l’empire américain, 2018), continuación temática de su filmografía donde a buen recaudo volverá a hacer gala de esa ironía humanista y trágicamente determinista para captar las sutiles estructuras del absurdo capitalista.

 The Miseducation of Cameron Post Seminci

The Miseducation of Cameron Post (Desiree Akhavan, 2018)

De este modo queda definida la sección oficial de la 63º edición de la SEMINCI, a la que se suma una selección de cortometrajes y otros ciclos como “La década prodigiosa”, retrospectiva conformada por 21 títulos que pretende aproximarse a los directores de cine independiente americano de los años 90. El momento es el adecuado con Gaspar Noé pululando con Climax (2018) y con un creciente interés por una década que fue algo más que grunge y casetes. Miguel Gomes tiene la función de intentar encontrar un atisbo de genialidad en una sección oficial cuya polifonía quizá pueda adaptarse al fenómeno de la transnacionalidad. Autores diversos hilvanados por unas líneas programáticas que apuntan hacia los conflictos identitarios, la crisis de instituciones sociales milenarias como la familia o la violencia en tiempos de abolición de las clases medias. Hibridación de géneros y propuestas que confío vayan más allá del testimonio etnográfico y la denuncia social para configurar una imagen del cine moderno donde la experimentación no esté al servicio del impacto en el espectador, sutil frontera en la que Gomes se mueve a la perfección y que seguramente tratará de hallar en la lista de títulos mencionada.

De momento este cinéfilo castellano se prepara para hundir su mirada en esa selección de títulos y confía en encontrar un cine que no se recree en la inanición de la postmodernidad. Propuestas para la esperanza hay: retratos de identidades rotas y subjetividad narrada en no-lugares, vocación de experimentar y cineastas curtidos y no tan curtidos. Una edición que de momento ha sabido balancear lo local y lo internacional. Solo queda descubrir qué se esconde tras esos filmes, abandonando el atavismo de algunos críticos que adoptan el semblante trágico de un burgués capturado por Visconti, e intentando saciar la curiosidad del lector-espectador miope a causa de tanto cine. Desde el tren la meseta castellana es un travelling eterno, y quizá Valladolid sea la mejor parada posible.

 Dogman Seminci

Dogman (Matteo Garrone, 2018)

 

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