Expiación, más allá de la pasión
La “inocente” edad del pavo Por Edu J.Moreno
¿Cuánta edad debes tener para saber la diferencia entre lo bueno y lo malo?
La responsabilidad sobre los propios actos en cualquier etapa de la vida y la hipotética posibilidad de que un escritor redima sus pecados a través de sus novelas son los dos ejes sobre los que gravita Expiación, película del director Joe Wright, basada en la novela homónima de Ian McEwan y protagonizada por Keira Knightley y James McAvoy. Todavía quedan semanas para conocer cómo Wright ha plasmado el universo creado por León Toltstói en Ana Karenina y por ello revisitamos la que fue su segunda película, la adaptación de una novela que, al igual que las muñecas rusas, se despliega en numerosas historias que se complementan entre sí. Tanto su debut, Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice, 2005), como Expiación o la esperada Ana Karénina tienen su origen en tres novelas que exploran complicadas relaciones amorosas desde el punto de vista femenino. Aunque lo que distingue a la película y novela que aquí analizamos es que su foco no se centra de forma exclusiva en la historia de amor protagonizada por los personajes de Cecilia y Robbie. Su atención se centra con el mismo peso en la mirada de Briony Tallis, la hermana pequeña de Cecilia, un personaje que vemos evolucionar a lo largo de los años gracias a la gran labor interpretativa de Ronan, Romola Garai y Vanessa Redgrave.
Reconozco que Wright me enamoró desde que vi su adaptación de Orgullo y prejuicio. Su labor logra superar el reto de conservar la frescura de los diálogos creados por Austen aunque su mayor mérito es conseguir que la película respire frescura, cotidianidad y optimismo. Lo logra en parte gracias a un elenco brillante comandado por una burbujeante e intensa Keira Knightley. Pese a su ayuda, su labor tras las cámaras es excelente, introduciendo al espectador en la casa de los Bennet a través de constantes planos secuencias, dotando de luminosidad a toda la historia y dejando respirar a los personajes en las secuencias claves, cerrando el plano únicamente cuando el pulso dramático lo demanda. Tras semejante debut, aceptar la adaptación al cine de un libro como Expiación podría parecer una tarea sencilla ya que, al menos todavía, McEwan no tiene el peso de Austen. Pero quien haya leído alguna de las obras del británico sabrá que la empresa de adaptar cualquiera de ellas no es sencilla. Es, sin duda, un texto con numerosos atractivos ya que contiene una historia de amor, un relato bélico y una interesante reflexión sobre la culpabilidad, la responsabilidad y el perdón. Aunque goloso, contiene numerosas dificultades para ser adaptado con acierto, ya que a su extensión hay que sumar una compleja estructura narrativa, un exceso de monólogos interiores y un final que lleva al lector a reflexionar sobre todo lo narrado anteriormente.
Expiación fue mi primera toma de contacto con McEwan, aunque lo que me llevó a leer el libro no fue otra cosa que tropezar con el tráiler de la película en la red. Me atrajo la historia y decidí leer el libro antes de ver la cinta. Todo un acierto ya que me descubrió a un brillante escritor al que posteriormente he disfrutado en novelas como Sábado y además motivó que esperara con impaciencia el estreno de la película, que no me decepcionó en absoluto. La elección de qué tarea acometer antes, si leer el libro o ver la película, es totalmente personal, pero en el caso que nos ocupa, como veremos, ambas creaciones se complementan perfectamente ya que Wright, respetando el espíritu y estructura del libro, consigue limar sus posibles defectos y dotar de una mayor claridad a la narración.
La novela está dividida en cuatro partes, siendo la que tiene más peso la que acontece en la mansión Tallis. Director y guionista respetaron dicha división pero optaron por dar similar peso al resto de las partes, suprimiéndose algunos tramos del primer segmento. Pese a ello Wright conserva el espíritu de esta primera parte al trasladar a la pantalla los momentos claves que permiten conocer el carácter de los protagonistas: la inicialmente reacia pareja de enamorados, la imaginativa Briony, la aparentemente madura prima Lola y el turbador Paul Marshall. El uso de la música (inteligente creación de Marianelli que combina el ruido de las teclas de una máquina de escribir con la melodía), un montaje que se acelera en los momentos en los que la joven Briony aparece en escena o el inteligente uso de los primeros planos (a destacar cuando Paul Marshall insta a Lola a morder la tableta de chocolate que le acaba de regalar), consiguen que el espectador tenga la sensación de que en esa casa va a suceder algo importante. Además de creando tensión, el realizador es también sabio a la hora de trasladar a la pantalla la pasión entre Cecilia y Robbie, como por ejemplo con el montaje en paralelo en el que ambos se preparan para una cena que será clave en sus vidas, o con el uso de una luz que baña a todos los personajes durante esta primera parte de la cinta.
Wright sí decidió respetar la compleja estructura narrativa de este primer tramo en el que McEwan construye de manera poliédrica la realidad al explicar los hechos desde diferentes puntos de vista. Así ocurre en dos escenas claves, como son las de la fuente y la de la biblioteca. Primero se nos muestra la escena desde la perspectiva de la pareja formada por Cecilia y Robbie. El lector/espectador tiene el privilegio de conocer la verdad de lo que realmente sucede entre ellos. Pero McEwan juega la carta de que podamos contemplar los mismos hechos bajo el prisma de Briony. Su visión parcial de los hechos unida a su desbordante imaginación y a varios acontecimientos posteriores motivarán que vierta una acusación sobre Robbie que marcará su destino. Es sin duda la dualidad de perspectivas la que ofrece la opción de dudar sobre las verdaderas motivaciones que llevan a Briony a actuar así. No obstante, el espectador sabe que ella no es la única que conoce la verdad, pero la responsabilidad de la acusación recae totalmente sobre sus espaldas, una decisión que ningún adulto se atreve a cuestionar, quizás porque lo más cómodo es pensar que todo sucedió como ella lo cuenta sin plantearse otras opciones.
Tras ese momento la acción se divide en dos, mostrando por un lado a Turner como soldado durante la Segunda Guerra Mundial (brillante es la escena de su llegada a la playa de Dunkerque en la que se muestra todo el caos de la guerra a través de un plano secuencia de larga duración) y por otro las evoluciones de una Briony adolescente que trabaja de enfermera en un hospital y que intenta reconciliarse con su hermana. Lejos de la luminosidad anterior, las escenas están bañadas de una luz mortecina y la gama de colores utilizada se ve reducida drásticamente. Sin el brío de la primera parte, la película recobra su empuje cuando se reúnen los tres protagonistas en una escena extraña y cuya clave está en el final. Briony regresa al hospital en metro y volvemos a escuchar el golpeo de las teclas de una máquina de escribir, que Wright hace coincidir, como en una escena anterior en el hospital, con el ir y venir de la luz, incrementando una sensación de desasosiego que me recuerda a la conseguida por Benito Zambrano en Solas (1999) cuando vemos el rostro de Ana Fernández a través del paso de los vagones de un cercanías.
Tras un corte aparece el rostro de una anciana interpretada por Redgrave. Se trata de Briony que concede una entrevista para hablar de su última novela: Expiación. Wright acierta al transformar la parte final de la novela, más extensa y confusa, en una entrevista televisiva logrando un mayor acercamiento del espectador a una historia que, en especial tras el tramo final, podría considerarse excesivamente compleja. Briony confiesa que todo o parte de lo que hemos visto anteriormente pertenece al terreno de la ficción. Como señaló el propio director, “hay tantas versiones diferentes del libro como posibles lectores. Igual que de esta película, hay tantas versiones como personas en el público”. Ya en la confesión quedan claros muchos aspectos de este juego entre realidad y ficción, pero hay elementos que obligan a uno mismo a establecer en qué punto se deslindan ambas o si ese punto existe realmente. Aunque quizá esta no sea la decisión más difícil. Tras las palabras de una Briony resignada y esperanzada se encuentra una clara confesión de culpabilidad de una mujer que busca a través de su última novela expiar sus pecados y, quizás, el del resto de los culpables de esta historia. Asumir que ella misma no puede otorgarse ese perdón lleva al espectador a tener que dictar sentencia. ¿Es Briony culpable o inocente? Yo todavía no lo tengo claro, quizá por ello Expiación es más que una buena película o un libro a recomendar, porque sigue allí, entre tus sienes, martilleándote como las teclas de una vieja Olivetti.