Fast Food Nation
Felicidad en caja Por Matias Colantti
Marx planteaba una interesante tesis, en su obra crítica al capitalismo, planteando que en las sociedades modernas el inevitable enfrentamiento/posicionamiento de clases tiene diferentes orígenes vinculados a la constitución del trabajo social. Su visión teórica argumentaba que en la multiplicidad de elementos materiales y simbólicos que construyen las clases, hay una determinante categoría dicotómica que permite separar la organización del trabajo: los propietarios de los medios de producción y la fuerza de trabajo.
Luego de ello, en su teoría se van complejizando las relaciones sociales que parten de esa idea del trabajo y se llegan a diferentes conclusiones sobre la explotación del hombre por el hombre y otras especulaciones sobre el fin del capitalismo que no interesan en este momento o en esta crítica, salvo por esa premisa fundacional que posiciona a dos grupos distintos en el modo de producción capitalista.
Esta referencia teórica parece frecuentar en las superficies de la obra cinematográfica de Linklater, principalmente en la voz y cuerpo de sus personajes neomarxistas que reivindican la revolución del proletariado y cuestionan la objetivación del ser humano en el sistema capitalista. En gran parte de la filmografía del texano se puede identificar esta pretensión intelectual de construir, deconstruir, criticar y cuestionar los engranajes que sostienen el funcionamiento del sistema y que expresan las causas de diversos estragos sociales.
Richard Linklater elige la juventud para experimentar esa militancia contracultural, y aunque nunca es el tema central de sus películas, es parte de su estilo cultivar una cierta conciencia social dentro de las vidas juveniles que pueblan su universo fílmico. Esto puede notarse en la ebullición rebelde de la nostalgia por el rock en esos jóvenes talentosos que siguen las enseñanzas de un fanático que entiende al rock no solo como un apasionante género musical, sino que profesa una real forma de vida rocker. En Escuela de Rock (School of Rock, 2003), se cuestionan las estructuras de clase a la que pertenecen los estudiantes de esa institución y se inyectan ideas microrevolucionarias a través de acordes de guitarra, chaquetas de cuero y cabelleras largas. Esos niños tal vez no crean que están rebelándose ante un sistema opresor, pero si se están convirtiendo en lideres contraculturales desde un ínfimo lugar en el mundo. Lo mismo le sucede a nuestro entrañable Mason, en Boyhood, cuando dilucidamos ciertos discursos antisistémicos en su temprana adolescencia que también tienen que ver con su descubrimiento progresivo hacia lo artístico. En una memorable escena con su novia en la camioneta, él se muestra ofuscado ante la omnipresencia tecnológica y una supuesta esclavitud hacia las redes sociales que no permiten que mantengamos experiencias sensoriales reales como seres humanos.
Todo ello, aparece levemente en Fast Food Nation, uno de sus films menos sólidos, intrascendentes y escuetos, en comparación con su vasta filmografía en las que se resguardan obras de reconocimiento mundial. Es precisamente, en estos temas de denuncia revolucionaria donde recae la mayor parte del problema ya que el conflicto es redundantemente explícito y se convierte en una pedagogía panfletaria que carece de una mirada más profunda y desafiante que propone gran parte de su cine de autor.
Fast Food Nation, estrenada en el 2006 y que es una adaptación del libro homónimo de Eric Schlosser, se centra en una multiplicidad de personajes que son víctimas del padecimiento social de la industria de la comida chatarra. Los personajes principales son tres: Greg Kinnear, un publicista de una afamada marca que vende hamburguesas; Catalino Sandino Moreno, una inmigrante mexicana que trabaja periódicamente en un matadero; y Avril Lavigne, que interpreta a una joven trabajadora de un local de comidas rápidas. El desarrollo de sus vidas es parte de una composición coral que marca la situación alarmante y preocupante de diferentes problemáticas ligadas a la industria de la comida rápida.
Richard Linklater elige a uno de los órganos del modo de producción capitalista y decide examinarlo a través de una exhibición del backstage de una de las industrias más poderosas y polémicas del mundo. La línea de producción de un matadero es uno de los ejes centrales que permiten visibilizar las críticas de su filme, ya que allí se pone a la luz las conocidas condiciones de explotación a través de la mano de obra barata extranjera que acostumbran a utilizar las corporaciones más grandes del mundo, junto al incumplimiento de las normas básicas de seguridad e higiene laboral que meritan el trabajo con alimentos. Es valorable el punto en el que Richard Linklater construye sobre la línea de producción de la fábrica esa idea de configuraciones sociales a través del trabajo y como ello repercute en las gestas rebeldes contra el sistema.
A pesar de que las historias de Sylvia (Catalino Sandino Moreno), Alice (Avril Lavigne) y Anderson (Greg Kinnear) no se cruzan literalmente, pertenecen a una red de lazos unidos por el lugar común de la opresión: los tres son víctimas de la industria de la comida chatarra y emprenden aventuras revolucionarias frustradas. A igual que los niños en Escuela de Rock y Mason, la juventud de Alice es la que va a llevar a cabo las acciones concretas de un desafío al poder capitalista demostrando ser una adolescente comprometida con causas de liberación social. Sin embargo, su epopeya heroica queda fraguada por recursos cinematográficos comunes que no terminan de constituir una conciencia crítica del conflicto.
Linklater cae en observaciones comunes, estereotipos y relatos trillados y demasiados amplios que fragmentan su mensaje y no terminan de cerrar como unidad de sentido. Pareciera que quisiera hablar de muchos temas a la vez, sin enfocarse en ninguno al mismo tiempo. La inmigración ilegal (con la siempre frontera mexicana como centro de la cuestión), la explotación de la clase trabajadora (jóvenes y trabajadores extranjeros), irregularidades en los procesos de producción (mano de obra barata, accidentes de trabajo y contaminación en los alimentos) y crueldades del poder empresarial (avasallamientos inmobiliarios, corrupción interna y compra de silencios y competencias desleales) son algunas de las tantas problemáticas que pretende abarcar Linklater, sin profundizar seriamente en una de ellas.
Lo que sí es interesante de la película, y no sorprende de este talentoso director, es su imponente estilo a la hora de construir una narrativa original. A pesar de realizar el tradicional reparto coral que va mostrando diferentes momentos de cada una de las vidas en cuestión, el texano decide controlar la órbita de historias protagonizando algunas y dándoles cierres definitivos cuando ello lo amerita. Esto quiere decir que, fiel a su impronta heterodoxa y alejada de las recetas estructuradas de la industria, va jugando con los personajes y cambiando su importancia para el relato: esto es muy significativo cuando desarrolla toda la primera parte de la película con la presencia protagónica del publicista Anderson y luego de un viaje expeditivo y decepcionante, lo abandona por completo y corre el centro de atención hacia las acciones de Alice y Sylvia. Siempre es admirable encontrar cineastas capaces de innovar en el arte cinematográfico y principalmente en la tarea de saber narrar sin caer en los manuales convencionales de siempre. En muchos de los filmes de Linklater podemos encontrarnos con esta particularidad de rediseñar protagonistas y antagonistas, cambiar miradas del relato o imprimir disgresiones narrativas durante el avance de la trama, adoptando así una herramienta de convergencia entre el lenguaje televisivo (en las series o novelas se acostumbran a tener esos dispositivos narrativos) y el cinematográfico que hace de Linklater un cineasta moderno que aprendió a salirse de los esquemas y utilizar diferentes recursos del lenguaje audiovisual con el entusiasmo de innovar y revolucionar desde su trabajo como artista.
Fast Food Nation no es una obra ejemplar y esta lejísimo de la esencia artística de Richard Linklater. Es tal vez esta película producto de un experimento de combinaciones fallidas, ya que su filme parece haber querido tomar la dirección de un mercado más industrial (llámese Hollywood si se quiere), a través de ciertos elementos del cine independiente y de autor, generando una eclosión entre las búsquedas estéticas y de contenido que terminan dejando a la película bastante desarticulada en sus pretensiones. El conflicto que pretende abordar Linklater queda reducido con banalidades y lo único que puede glorificarse es la original forma de narrarlo.