Favula
Las posibilidades de experimentación del mudo Por Paula López Montero
“Ayer estuve en el reino de las sombras. Si supierais hasta qué punto es aterrador...”
El cine quizá siga siendo ese espectáculo de sombras, del que estudiosos como Bazin, Gorki, Canudo, hacían alusión allá por 1895-96 cuando los hermanos Lumière presentaban aquel aparato de recreación fantasmagórica. Es muy interesante acceder de nuevo a esos textos, donde el peso de la tradición cinematográfica era inexistente, y teóricos como los citados escribían en un ejercicio de ensayo.
Bazin en su famoso libro Ontología de la imagen cinematográfica se cuestionaba la esencia de la fotografía para acabar descifrando las bases del cine y parece oportuno traerlo a colación aquí, en cuanto que el film de Perrone hace un guiño a los inicios del celuloide. Para Bazin lo que la fotografía consiguió (que era la meta de las demás artes, y que con la llegada del cine se propondrá el título de “obra de arte total”), es la captación de instantes del tiempo y espacio reales, y por eso habla de embalsamar la realidad, en cuanto que queda detenida, capturada. El cine lo que propondrá, además de este embalsamiento de la realidad, es el movimiento como ilusión de continuidad y de, por tanto, una realidad continua en la que perderse. Pero para Bazin esta sucesión de fotogramas y la huella de realidad varía según el montaje que se haga. Para él, el montaje es la forma en que se manipula la realidad y defenderá una forma mucho más cercana al realismo que a la conjugación de planos contra plano a la forma de Kulechov o Einsestein. Según el autor el montaje tiene que regirse por dentro de unos límites precisos de la lógica de la narración. Para él los largos planos, los encuadres amplios y el contracampo serán elementos que hagan del cine una huella del tiempo y de la realidad, poniendo como ejemplo a los hermanos Lumière. Pero hay que decir que el cine no es una realidad en sí, si no que participa de ella, la reproduce.
Quizá hoy en día sea difícil de reconocer esa huella fantasmática, en cuanto que el cine se ha vuelto hiperrealista, y las ilusiones de identificación y el viaje inmóvil, junto con el gran tiburón que es Hollywood, nos ayudan a perdernos entre las sombras, que son ahora casi una realidad en sí. Por ello, muchos cineastas siguen recurriendo a técnicas que no nos hagan olvidar la esencia del cine y del arte en sí: montajes mucho más lentos, el uso del blanco y el negro, el cine mudo, el documental o la experimentación. Godard nos regalaba el año pasado Adiós al lenguaje (Adieu au langage, 2014) en esa misma línea.
Raúl Perrone, director de estante al culto independiente, junto a su otra película P3nd3jo5 (2013), se inmiscuye en el cine mudo para hablar de muchas cosas o de nada en particular, como oda al cine, o como experimentación personal con las posibilidades que da el celuloide.
Favula se posiciona como una película con amplias referencias como Murnau, Vigo o Méliès pero sin olvidar a cineastas contemporáneos como Leos Carax, Raya Martin o Apichatpong Weerasethakul. La narración versa sobra la ya conocida historia de la Cenicienta, por lo que directamente me llevó a plantearme una similitud con Blancanieves de Pablo Berger. Nada que ver, Berger, para mi gusto, consigue acercarse mucho más al cuento, y a esa “fábula” llena de metáforas de y sobre la Historia de España, mientras que Favula se pierde más en la experimentación y en los recovecos del subconsciente. Por cierto, el universo onírico en Favula, aunque bien recreado con esos símbolos como el bosque (alusión al subconsciente y la sexualidad) y la virgen fecundada por un pájaro acaba siendo aburrido y bastante llano. Quizá el uso del sonido de los diálogos al revés pueda ser lo más novedoso, o la música que sigue ritmos electro-hipnóticos puedan dar más fluidez a la narración. Aunque queda claro que la intención de Perrone es hacer del ritmo de la narración un estanque, como si navegásemos por pleno subconsciente. Otro punto a su favor es la fotografía, y los juegos de luz que consigue con los que queda perfectamente milimetrada la composiciones estética de los planos.
En definitiva, el gusto en el paladar que deja Favula, es que las posibilidades de experimentación del cine aún no se han acabado, que puede servir para seguir adentrándonos en las posibilidades del subconsciente, para descifrarlo o simplemente para representarlo, ya que es de las pocas realidades que quedan por llevar a la pantalla. Quizá esa pueda ser su moraleja. Perrone por su parte sigue, o por la nuestra, estando bastante marcado por el culto a la experimentación.