Filmar en África

Cine Africano IV. Final Por Samuel Sebastian

Uno de mis sueños siempre ha sido el de hacer una película en África, por la fascinación que me produce el continente, por la intensidad con la que se vive aquí la vida y porque la singularidad de su historia y su cultura lo hace de él un lugar perfecto para contar historias audiovisuales. De hecho las primeras narraciones de la humanidad fueron contadas aquí y la tradición oral se ha ido manteniendo hasta nuestros días, no en vano Kapuszcinki ya decía que en las aldeas africanas la historia llegaba hasta donde llegaba la memoria de la persona más vieja del lugar. Registrar un acontecimiento es un algo novedoso con la intención de que perdure en el tiempo, como hacemos los occidentales, es algo exótico para un africano. Aquí la vida es frágil y las preocupaciones por el presente muchas veces son tantas que no se encuentran motivos para recordarlo.

Durante mi estancia en África ha surgido la oportunidad de dirigir un pequeño rodaje de un día, un corto introductorio para un espectáculo teatral que, a pesar de su modestia, pienso que colma sin duda mi deseo de rodar en este continente. Sin embargo mientras transcurre la semana parece que todo se va al garete. Dependiendo del día y del momento, hay veces en las que no había ninguna duda de que íbamos a hacer el corto y otros en los que el rodaje estaba en el aire o se pospondría o se anularía para siempre. Tal vez en Europa me hubiera desesperado, pero aquí todo resultaba normal, ninguno de mis planes cambiaba por ello, y así hemos llegado al viernes, la víspera del rodaje. La productora, Grace, me había dicho el día anterior que me llamaría para confirmar el rodaje definitivamente al día siguiente. Y ha pasado todo el día sin que supiera nada de ella. Estaba a punto de irme a la cama cuando ha sonado el teléfono. Es Grace. Ni siquiera se preocupa por confirmar el rodaje, simplemente lo da por hecho. En otras circunstancias me hubiera enfadado muchísimo incluso es posible que me hubiera negado a rodar en esas condiciones, pero aquí me limito seguir sus instrucciones y le hago algunas apreciaciones técnicas como si hubiera estado planificando todo el día el rodaje, que será lo que haga antes de dormir.

Al día siguiente me levanto emocionado. Para llegar a las ocho de la mañana al centro de Kampala debo tomar un taxi colectivo una hora y media antes. Veo salir el sol, me dejo llevar por el trasiego de la ciudad y llego a la sede de la productora a la hora acordada. Veinte minutos después llega Grace que ha tenido que acostarse a las seis de la mañana arreglando los vestidos y el atrezzo porque la directora artística no los tenía preparados a tiempo. Poco después llega un goteo de actores y técnicos y al final, con una hora y cuarto de retraso, nos encaminamos hacia el interior del país.

Las comunicaciones en África son lentas y siempre hay que estar preparado para cualquier incidente, la carretera puede estar cortada o puede haber un atasco que detenga a todos los coches. Nunca en todo este tiempo he vivido un viaje completamente fluido, siempre he tenido la sensación de que viajábamos a tirones. Naturalmente soy el único que mira el reloj y se preocupa por la hora, así que sobre las doce dejamos la carretera principal y nos encontramos con el resto del equipo, alquilamos un taxi colectivo por unos 15000 chelines, cerca de cuatro euros y medio, y nos adentramos en la selva tropical. En ese momento el ambiente es divertido, todos hacen bromas y cantan mientras yo me paso todo el tiempo dándole indicaciones al director de fotografía. Sin embargo un comentario del conductor, que hasta entonces había estado callado, nos hace estallar en risas. Nos pregunta si vamos a hacer brujería. Al ver un grupo de gente cargada de bolsas y artilugios extraños en dirección a un lugar perdido del interior, pensó que lo más razonable es que fuéramos a hacer un ritual de magia negra. Sus sospechas al parecer se reafirmaban al ver a un blanco entre el grupo, aunque no llegué a entender si mi papel era el de simple participante en la ceremonia o el de primer plato.

Un rato después iniciamos nuestra aquelarre en la sabana. La humedad se puede sentir por todos los poros de la piel, es una extraña sensación, si hiciera un poco más de calor seguramente nos asfixiaríamos pero por suerte hay unas nubes densas tapando el sol. La escena es sencilla, un hombre llega la aldea corriendo con un papiro en la mano que entrega al jefe. Todos miran el papiro con curiosidad y al abrirlo se desencadena una fuerte tormenta. Comenzamos a rodar y repetimos varias veces las tomas del corredor y, tal vez a la cuarta o quinta toma, el director de fotografía me dice que solo tiene una tarjeta y muy poca batería en la cámara ya que ha olvidado coger los repuestos. Después pienso que en África, como en la India, no están demasiado acostumbrados a repetir las tomas, suelen rodar a la primera y como mucho filman una toma de seguridad, es la única forma de rodar películas en cinco días y mantener una producción nacional de más de mil películas. Reconozco que cuando me lo dice, me angustio y miro a los demás con cara de disimulo pero sé que tengo cara de todo-esto-es-un-puto-desastre pero nos lo estamos pasando bien, ¿no? No me puedo quitar de la cabeza que la batería acabará en cualquier momento y nos quedaremos allí, en mitad de la nada, colgados y sin hacer el corto, a unos treinta kilómetros del enchufe más cercano. El director de foto, Patrick, sin embargo no le da demasiada importancia, para él no hay problema en rodar lo que tenemos que rodar en una sola tarjeta e incluso sobrará espacio. Y el caso es que estoy seguro de ello.

El resto del rodaje me resulta divertido. La mayor parte de los actores de teatro y bailarines, exageran la intensidad de la situación pero lo hacen con mucha gracia, interpretan de una manera muy apasionada. Pienso que lo más adecuado es rodar un plano general y después con el resto de batería rodamos los primeros planos. Al final, rodamos casi todo lo que habíamos previsto y salimos bastante airosos, pero cuando terminamos siento una pequeña decepción dentro de mí y es que en el fondo quiero más. Hace tres años que no ruedo nada y un solo día de rodaje en África me parece poco, quiero volver a casa, escribir un guion y rodarlo al día siguiente, y todos estos pensamientos hacen que me cueste participar de la fiesta fiesta improvisada que organizamos allí. Me regalan mi refresco favorito, el de frutas del bosque, y todos volvemos con alegría, a pesar de que el paseo son unos cinco kilómetros hasta que encontramos la parada de taxis más cercana. Y mientras vuelvo a casa pienso que todo se me ha hecho corto pero ha sido intenso, para todos ha sido una fiesta, un momento para recordar aunque no sucediera nada especialmente trascendente. Me gustaría volver alguna vez y rodar un largometraje, sí, desde antes de venir lo tenía en la cabeza y ya no quiero que nada me impida hacerlo.

Kampala (Uganda), julio de 2014

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