Four Rooms
Do not disturb (that’s a private party) Por Fernando Solla
“Do yah dot’n duy
ba da dot’n duy yah
doo-ee dot’n duy…”
Cuatro amigos se preparan para celebrar la noche de fin de año en Los Angeles: Allison Anders, Alexandre Rockwell, Robert Rodriguez y Quentin Tarantino, algunos de los más destacados realizadores independientes (lo eran en la década de los noventa, unos más que otros, eso sí), decidieron aunar su talento para rodar esta película episódica, fragmentada en cuatro pequeñas historias (muy muy pequeñas, alcanzando la mayoría de acepciones y connotaciones que esta palabra pueda tener), consiguiendo una especie de antología del disparate cinematográfico gamberro, intrascendente y, a diferencia de algunos títulos de los implicados (en el caso de Tarantino, de toda su obra), perfectamente olvidable.
Después de la sacudida internacional y transversal que supuso Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) y el mismo año que Robert Rodriguez estrenaba Desperado (1995), medio remake medio secuela de su debut en la dirección con El mariachi (1992) y justo antes de su mano a mano con el realizador de Reservoir Dogs (1992), la desternillante Abierto hasta el amanecer (From Dusk Till Dawn, 1996), llegó a nuestras pantallas una película que resultó ser una de las mayores decepciones del año. Como hemos dicho, ambos cineastas no estaban solos ante el peligro. A su lado, Allison Anders, que ya había llamado nuestra atención con Área de servicio (Gas, Food Lodging, 1992) y que poco después nos presentaría la simpática Grace of my Heart (1996), película protagonizada por Illeana Douglas (¡que alguien la recupera para el cine ya!) y, finalmente, Alexandre Rockwell, director indie que en la década de los noventa apuntaba maneras con Sons (1990), sobretodo con En la sopa (In the Soup, 1992), con unas meritorias interpretaciones de Steve Buscemi, Seymour Cassel y Jennifer Beals (a recuperar también, por favor) y que, igualmente, nos gustó con Alguien a quién amar (Somebody to Love, 1994), humilde, algo sombrío y muy interesante largometraje con unos imponentes Michael DeLorenzo, Harvey Keitel, Anthony Quinn, Sam Fuller, de nuevo Buscemi, Stanley Tucci y, sobretodo, Rosie Pérez (tercera y definitiva participante en nuestra improvisada y reivindicativa ilusión de recuperación cinematográfica).
Si nos fijamos veremos que los nombres de la gente implicada se repiten y son habituales en los largometrajes de los cuatro realizadores, apareciendo Tarantino en la última cinta que hemos comentado de Rockwell y como ésta, múltiples combinaciones. Colaboraciones entre amiguetes que en muchos casos consiguen estimulantes propuestas, aunque en el caso de Four Rooms parezca que los únicos que encontraron algo de diversión fueron los cuatro implicados, que como esos compañeros de instituto o universidad (si nos fijamos en los años de estreno de las películas citadas parece que se ponían de acuerdo), se reúnen periódicamente para celebrar su amistad y recordar batallitas del pasado y que, en esta ocasión, decidieron montar una fiesta, que, finalmente, bajo una mirada cinematográfica, dejó fuera de juego al espectador medio (y asiduo). Lamentablemente, una fiesta privada.
Año nuevo. La trama transcurre en el hipotético Hotel Mon Signor de Los Angeles. Tim Roth (unos de los intérpretes más interesantes de la década en que se estrenó el largometraje que nos ocupa) interpreta a Ted, el nuevo botones del lujoso inmueble, personaje que enlazará (a través de su primera noche desempeñando el puesto de trabajo), las cuatro historias, convertidas cada una en un único y muy distinto encuentro con varios huéspedes del hotel. En un breve y divertido prólogo, Sam (Marc Lawrence), anterior botones, le advertirá de las ventajas e inconvenientes del cargo, insistiendo en que nunca deberá inmiscuirse en la vida privada de los ocupantes de las habitaciones.
A continuación, los títulos de crédito iniciales, sin duda lo mejor de la película, un muy logrado homenaje no tanto a la cinta dirigida por Blake Edwards en 1963, como al protagonista animado de sus títulos de crédito, que posteriormente se convertiría en un icono gracias a The Pink Panther Show (David H. DePatie y Friz Freleng, 1969-1979). Todo al ritmo de Vertigogo de Combustible Edison, canción que se consideró como posible candidata al Oscar, pero que finalmente quedó descalificada por que su letra era ininteligible. En fin, cosas de los académicos, que no tuvieron en cuenta que el scat es una técnica vocal, proveniente del jazz que permite a los intérpretes improvisar juntando una serie de sílabas sin sentido aparente, que no crean ninguna palabra, pero sí melodías y ritmos que permiten que la voz se convierta en un instrumento más. Si Ella Fitzgerald levantara la cabeza…
No, no nos hemos olvidado que la crítica que nos traemos entre manos se centra en Four Rooms, pero es que lo descrito hasta ahora es realmente, lo más destacable de todo el largometraje. A continuación The Missing Ingredient (fragmento dirigido por Allison Anders) que consiguió reunir a un (en principio) destacable elenco femenino (compuesto por Madonna, Valeria Golino y Lili Taylor, entre otras) para intentar explicar la historia de un aquelarre de brujas que pretenden resucitar al espíritu de su predecesora, misión para la que necesitarán ingredientes tan variopintos como leche materna, sangre virgen, sudor de los muslos de cinco hombres y las lágrimas vertidas por una de ellas a lo largo de todo un año. Un último e imprescindible condimento será necesario: unas gotas de esperma. La encargada de tan delicada extracción, Eva (Ione Skye), totalmente entregada e inmersa en su labor, no será capaz de almacenar la sustancia en el recipiente adecuado y necesitará hechizar a un predispuesto Ted para recibir lo que necesita de él. Formalmente burda y argumentalmente estéril, ya que nos movemos en estos campos, sin duda un mal inicio para el largometraje.
Alexandre Rockwell, se mostrará, como el título de su capítulo, The Wrong Man para llevar a cabo la encomienda de reconducir el largometraje y hacerlo llegar a buen puerto. David Proval y Jennifer Beals interpretan a un matrimonio que engatusará a Ted en sus juegos sadomasoquistas. Episodio que no resultará cómico, provocativo o excitante, sino confuso, predecible y pretencioso.
Nos acercamos peligrosamente a los tres cuartos de hora de metraje cuando, de repente, para los que todavía no hayamos desertado, aparecen ante nuestros ojos The Misbehavers, aportación de Robert Rodríguez a la fiesta. En esta ocasión Ted, deberá cuidar (previa propina de quinientos dólares) a los hijos de un matrimonio formado por un gágster (Antonio Banderas) y su esposa (Tamlyn Tomita). Los niños (salvajes y muy divertidos Lana McKissack y Veruzco Danny) propiciarán todo tipo de anécdotas surrealistas, que sumadas a cameos como el de Salma Hayek y fugas estructurales como la llamada telefónica de Ted a su novia (Marisa Tomei), único personaje ajeno a la acción, conseguirán que levantemos nuestros adormilados párpados y produzcamos algo parecido a una carcajada, que comparada con las proferidas en el siguiente trabajo de Rodríguez, Abierto hasta el amanecer, se queda en agua de borrajas.
A estas alturas de la película por fin nos encontramos con The Man From Hollywood, el motivo por el que la mayoría de los espectadores escogió Four Rooms entre otras opciones cinematográficas: Quentin Tarantino.
Lástima que el realizador no consiga salvar la película dotándola de la energía de sus dos trabajos precedentes (Reservoir Dogs y Pulp Fiction). Sin llegar a ser pretencioso, Tarantino, que también interpreta el fragmento, no consigue esta vez que participemos de su verborreica broma, cuando se describe a sí mismo como uno de los artistas más ineptos y con menos carisma del panorama cinematográfico del momento. Episodio basado en los trabajos televisivos de Alfred Hitchcock, tampoco consigue hacernos partícipes de la fiesta durante sus veinte minutos de duración, ni con la nueva aparición de Jennifer Beals ni con la participación de Bruce Willis. Quizá en el momento de su estreno en 1995 podíamos encontrar alguna motivación para visionar Four Rooms, pero si después de Reservoir Dogs y Pulp Fiction, la decepción fue grande, en 2013, después de Jackie Brown (1997), los dos volúmenes de Kill Bill (2002 y 2004), Death Proof (2007), Malditos bastardos (Inglorious Bastards, 2009) y la última y esperadísima Django Desencadenado (Djando Unchained, 2012) la experiencia carece totalmente de sentido, ni siquiera formalmente.
Finalmente, reconozco que una sensación extraña se apodera de un servidor al escribir estas palabras. Quentin Tarantino aparte (sus títulos atesoran todos y cada uno de ellos experiencias cinematográficas únicas e incomparables), ¿qué ha sucedido con el resto? Robert Rodríguez camina entre dos aguas. Divertidísimo con The Faculty (1998), visualmente deslumbrante con Sin City (2005), recuperado (para algunos) con Machete (2010)… ¿qué le pasaba por la cabeza cuando rodaba ¡cuatro! entregas de Spy Kids? Mientras esperamos próximos proyectos, no nos queda otra que lamentar la pérdida de norte de Alexandre Rockwell y resignarnos con el exilio televisivo (y episódico, como requiere el formato) de Allison Anders. Y si lo que buscamos es diversión hostelera, recomendamos fervorosamente la sitcom británica Fawlty Towers, desternillante producción de la BBC con un inconmensurable John Cleese o, en su defecto, la respuesta autóctona que Tricicle adaptó en 1987 con Tres estrelles, ya que de Four Rooms, lo único que podemos decir es lo mismo que al principio: “Do yah dot’n duy ba da dot’n duy yah doee-ee dont’n duy…”.