Foxcatcher
Los monstruos del reaganismo Por Manu Argüelles
Foxcatcher nos llega en temporada de premios, aprovechando la brecha abierta en los últimos años desde que Darren Aronofsky sacase del ostracismo a Mickey Rourke en El luchador (The Wrestler, 2008) y David O’Russell dos años después le diese el Oscar a Christian Bale con The Fighter (David O’Russell, 2010). Tres películas que guardan en común una ambientación común en torno a un espectáculo deportivo violento (la lucha grecorromana, el pressing catch y el boxeo respectivamente), pero que desvían su foco del enfrentamiento en sí y prefieren ahondar en las miserias y recovecos oscuros en torno al deporte. El punto de mira se sitúa en todos aquellos juguetes rotos aparcados en la cuneta, pasados los días de gloria y esplendor. Mientras Aronofsky nos hundía en un escenario miserabilista y degradado, donde su personaje mantenía como podía la dignidad en las fosas abisales de la decrepitud, O’Russell prefería un tono más luminoso, dinámico y definitivamente tragicómico (con claros ramalazos de Scorsese), mucho más digestivo y en apariencia más superficial, una estrategia muy hábil para no acabar atrapado en las redes de la sordidez gratuita. Foxcatcher al igual que The Fighter también se desarrolla a partir de dos hermanos y aunque hay rasgos en común entre los dos pares (el menor busca despegarse del mayor) veremos cómo se distancia de las películas citadas.
Si Aronofsky está consolidado como autor a la americana y O’Russell ha conseguido hacerse un hueco en la primera división, Benett Miller corre el riesgo de caer en el síndrome Stephen Daldry, director que como aquel puede acabar atrapado en las trampas de aquellos realizadores que parecen diseñar largometrajes orientados a recopilar galardones. ¿Foxcatcher es una película demasiado calculada? Es posible, pero eso no es óbice para que la película acabe pareciendo una sirena varada o que eche al traste las promesas depositadas tras sus anteriores y notables trabajos, como le pasó al señor McQueen y su desastrosa Doce años de esclavitud (12 Years a Slave, 2013). De momento vamos bien, aunque está por ver si el director sobrevive al margen del reconocimiento que le brindan las plataformas de premios y logra que sus películas destaquen más allá de un guión bien armado y de interpretaciones excelentes (por favor, incluyan a Channing Tatum). Que eso no resulta problemático ni mucho menos, dado que en muchos casos resultan las piezas angulares de un largometraje. Y ya nos parece bien. Solamente hablamos de ver cómo resiste un film suyo sin corsé, el que automáticamente parece en el que sujeta sus producciones, en eso que entendemos comúnmente como film de qualité.
Mi primer impulso es dejar aparcado los altos vuelos y pensar Foxcatcher desde otra perspectiva. Así, por ejemplo, creo que usa a conciencia los estilemas y constantes de una película de terror. La contención exacerbada y ese trabajo reconcentrado que ofrece Steve Carrell, de la misma manera que Channing Tatum explota muy bien la angustia de su personaje, acaba siendo un buen síntoma de lo que es Foxcatcher como película de horror camuflada bajo un discurso en torno a las sombras deformantes del neoliberalismo norteamericano.
De esta manera es como si Bennett Miller cambiase la ubicación del american gothic (la América profunda y rural) y lo enclavase en lo alto de la pirámide social, a través del personaje de John du Pont (Steve Carell). ¿Es casual que el núcleo importante del largometraje pase en su mansión? Una casa filmada como si fuese un caserón gótico al que se le han borrado las sombras y los típicos ángulos visuales pronunciados pero que, justamente, ante la carencia de encontrarnos con la fisionomía de un lugar acogedor (también en la vivienda hay zonas que no deben visitarse), sus planos registrados en un falso tono aséptico están reclamando inquietud y desasosiego. Lo mismo que produce John du Pont cuando la cámara se mantiene más tiempo del necesario en él y enseguida su rigidez expresiva denota un esfuerzo dislocado por no dejar traslucir su interior quebrado, personaje que además presenta rasgos edípicos patológicos. Porque aunque el poder adquisitivo se mantiene, todo en él es apariencia afectada, ya que el tiempo de esplendor de la familia se perdió en las brisas del tiempo.
Foxcatcher, con John du Pont y el vínculo lleno de meandros siniestros que mantiene con Mark Schultz (Channing Tatum), busca sacar a la luz con un tono espeluznante y mórbido una América de los ochenta que guarda poca conexión con aquella que vino representada en el cine norteamericano en su momento. Sin ir más lejos, recordemos cómo al cine de género italiano le gustaba explorar relaciones sexuales decadentes y pérfidas, tal como se reflejaba en El cuerpo y el látigo (La frusta e il corpo, Mario Bava, 1963). Como en aquella, aquí en un plano psíquico exclusivamente, acaban contrayendo una relación sadomasoquista (lo que hubiese hecho Fassbinder con un material así…).
Por lo que Miller renuncia a todo gesto manierista exacerbado de la imaginería del gótico pero mantiene a Foxcatcher íntegra en las mismas indagaciones y constantes. Llegados a este punto, al director le importa la lucha lo mismo que le importaba el baseball en Moneyball (2011). Vuelve a nutrirse de casos reales para seguir una tendencia coherente y sigue explotando esa línea distanciada y fría en la puesta en escena, compensada por un trabajo concienzudo con sus actores, como pudimos apreciar en Capote (2005). Las conexiones con este largometraje son además notorias. En ambas se describe una relación vampírica con claras resonancias homosexuales, aunque aquí siempre se mantendrán en off, crípticas en su superficie pero fácilmente deducibles. Es, por tanto, una crónica (negra) de una fascinación que acaba resultando turbia y tóxica, con claras consecuencias autodestructivas para las partes implicadas. La diferencia es que en esta ocasión la araña atrae a la mosca con el señuelo de los valores patrióticos, vehículo para poner en tela de juicio a la América triunfalista de los ochenta. La posesión de dinero y el poder superior que genera, aquello contra lo que luchaba Brad Pitt para componer su equipo frente a sus competidores con mayor capital financiero en Moneyball, aquí muestra sus funestos tentáculos. Porque Du Pont todo lo compra, pero no gana nada.
Mark Schultz es una presa fácil. Acomplejado y frustrado por haber vivido siempre a la sombra de su hermano (David Schultz encarnado por Mark Ruffalo), cambiará de benefactor y de protector creyendo que así conseguirá su propia independencia y autonomía, sin ser capaz de darse cuenta que sigue atrapado en las mismas redes de dependencia con un resultado mucho peor. Porque David, aunque le cueste comprender todo aquello que involuntariamente genera en Mark, siempre trata de cuidarlo. Y si a dos le sumamos un tercero tenemos un triángulo donde siempre hay un pico que genera el conflicto. En cuanto David aterriza en el feudo de Du Pont, las tensiones y los desequilibrios se hacen notorios. Y todo aquello positivo que se asocia a una disciplina olímpica (tesón, esfuerzo, disciplina y éxito), en sus fueros internos se pudre y se corrompe. Foxcatcher acaba resultando así la foto en negativo del deportista y su medalla reluciente, similar dibujo al que encontrábamos en El luchador y The Fighter.
Muy de acuerdo Manu en la filiación que propones con el american gothic y la vecindad con algunos registros del cine de terror (el caserón, la estirpe decadente y corrompida, la presencia de la madre). A mí me resulta fascinante la abstracción con que caracteriza a los personajes y el conflicto dramático, nunca explícito en el diálogo.
Es el de Miller un cine de gestos y silencios en el marco de una puesta en escena precisa y una narración que hace de la elipsis parte esencial de la ambigüedad que reviste los motivos y sus efectos. Algo hay de The Master en esa relación no sabemos hasta que punto enfermiza. Pero también en el tempo de los diálogos y la ausencia de subrayado. Y si Miller concibe sus películas pensando en premios (al menos en los apartados de película y dirección), viendo la tendencia de las últimas premiadas, mantenida en las nominadas este año, lleva mal camino. ¡Un abrazo!