Frances Ha

Del negro al blanco Por Manu Argüelles

Yo no sé si es culpa de la primavera que me genera una ciclotimia pero vuelvo a encontrarme en las vísperas de una nueva edición del D’A y empezar a leer cosas que me exasperan y que acaban entremezclándose con el estado de entusiasmo que siempre se apodera de mí en las vísperas de un festival.  No quiero repetirme porque ya lo afirmé el año pasado pero en estos tiempos tan aciagos deberíamos preocuparnos por preservar el patrimonio cultural que nos constituye. Porque este proceso de desarticulación salvaje que estamos viviendo tiene que contar con la voluntad de una ciudadanía resistente que tiene que pronunciarse activamente en contra de la extinción de un modelo que antepone los intereses artísticos al comercial. Si apoyamos un cine que se preocupa por ofrecer miradas alternativas a las mayoritarias, creo yo que deberíamos hacer patente, ahora más que nunca, nuestra adhesión a aquellas ofertas que todavía luchan contra viento y marea por su supervivencia en su loable voluntad de difundir un cine que se preocupa por ofrecer miradas innovadoras, que se interrogan por nuestro presente convulso y que vehiculan formas de expresión estimulantes: el cine que puede verse a través del D’A.

No se trata de ponernos apocalípticos. No, pero seamos coherentes por favor. No podemos estar lamentando el tratamiento que los medios de comunicación mayoritarios ofrecen al cine de autor y desdeñar plataformas que lo exhiben. Si estamos en la misma lucha, la dimensión de estas o su ámbito local es lo de menos. La exhibición cinematográfica está como está y si desgraciadamente se está alejando de lo que a nosotros interesa no podemos estar quejándonos y manifestar argumentos destructivos en contra de aquellas iniciativas que son afines a nuestra mirada. No se trata de caer en una complacencia que deforme una mirada crítica, pero seguir insistiendo en tratamientos peyorativos e infravalorar acciones que nos acercan a cinematografías y propuestas difícilmente visibles, cuando nosotros queremos seguir teniendo acceso a ellas, acaba siendo un absoluto error de perspectiva. Seamos constructivos, compartamos, difundamos. Si no es tan difícil. En vez de enrocarse en posturas altaneras que vengan a tirar por tierra esfuerzos loables, qué tal si empezamos a destacar aquello que es afín a nosotros. Eso de distinguirse como alguien exquisito y que arrasa sin piedad por allí por donde pasa acaba abocando a un dogmatismo que no es más que una tierra yerma, la que comentaba Déborah en Tierra prometida, a propósito de los usos y costumbres de la crítica respecto a Gus Van Sant. ¿Queremos acabar atrapados en ese ejercicio fútil? Yo personalmente no.

Si el año pasado fue Godard y El desprecio (Le mépris, 1963) la fuente de inspiración para el spot del D’A, este año es Carax y Mala sangre (Mauvais sang, 1986), donde se recrea uno de los momentos cumbres de su obra, la secuencia de Lavant corriendo con una energía y un impulso acrobático casi imposible para el humano medio. El actor, puro cuerpo en pletórica exhibición física, al son del vibrante R&B de Big Band Old Style de Modern Love de David Bowie, manifiesta cómo el amor hemofílico que siente por Anna (Juliette Binoche) se expande por su dominio. Un hito visual que el propio Carax reescribió en Holy Motors (2012) llevándolo al terreno virtual y espectral del cine de hoy en día.

Y aquí llegamos a Frances Ha porque Noah Baumbach se hace también partícipe del mismo gesto de Carax para caracterizar a su jovial, alocada y despreocupada protagonista.

Son esos momentos que dejan aparte el relato y que inscriben en el film un estado de ánimo, una manera de ser, una manera de sentir. Bowie hablaba en su canción de la lucha del hombre contra Dios. Baumbach no porque recoge el sentido creado por Carax en su personal coreografía visual de la canción para su personaje enamorado. Frances no está enamorada pero la función expresiva es la misma. Verla en este ambiente urbano, exaltada y a su aire, al margen del ritmo de la ciudad y siguiendo el suyo propio, ajeno al que le circunda, permite definir a la perfección al personaje. She’s a maniac que cantaría Michael Sembello. En este caso veremos a Frances corriendo por las calles de Nueva York, filmadas en blanco y negro, mientras va alternando esporádicas  piruetas recogidas de la danza, la que parece ser su profesión, aunque ni ella misma lo tiene muy claro. Con estos ingredientes, inevitable pensar en Woody Allen. La sombra de nuestro neurótico neoyorkino favorito está presente en Frances Ha, de la misma manera que daba oxígeno a las arterias de una pequeña película a reivindicar, Au Revoir Taipei (Yiya taibei, Arvin Chen, 2010), que en Barcelona pudimos ver gracias al BAFF.

Frances Ha, una de las estrellas de la programación, cumple el mismo rol que ya cumplió Cold Weather (Aaron Katz, 2010) en la primera edición del D’A. Un film simpático, distendido y agradable, ideal para que no nos pongamos mustios  ante el panorama tan gris que vivimos entre la cinefilia a contracorriente. Y como aquel, Frances Ha evidencia también en sus señas el rastro del mumblecore, ya que Greta Gerwig, auténtico motor del film en todos sus ámbitos, ha sido una de las musas-actrices de los directores que han navegado en esas aguas.

Pero todo hay que decirlo. No me atrevería a equiparar a Frances con el arquetipo neurasténico de Annie Hall (1977). Tampoco tiene el film esa dulce melancolía de Manhattan (1979), porque Baumbach no deja que en ningún momento la tristeza o el sufrimiento se filtren por la imagen. Frances deambula y no tiene rumbo, su vida está patas arriba y se resiente en la falta de puntales en los que agarrarse cuando se separa de su mejor amiga, Sophie. Pero Baumbach desdramatiza la angustia porque prioriza la peculiaridad y la vis cómica de Greta Gerwig dando vida a Frances. Un personaje que siempre está desencajado cuando se relaciona con los demás, aunque a ella no parece preocuparle mucho.

Ese marciano sentido del humor, esa forma de afrontar las pequeñas asincronías con la vida diaria a base de frenéticos e imprevisibles impulsos, es lo que hace a Frances Ha una comedia de alguien triste que lucha para que el color negro nunca se coma al blanco.

Una situación precaria económicamente hablando, un trabajo que no cumple las expectativas y una serie de circunstancias que van sumando puntos para que Frances entre en una crisis, podrían hacernos creer que está viviendo un calvario, pero todo está vehiculado con una pátina ligera, suave y armoniosa. Ni siquiera en la carencia, la distancia y los desencuentros con su amiga Sophie, Baumbach permite que entre el melodrama, como por ejemplo hace Judd Apatow. Porque el modelo inspirador es el de Truffaut, especialmente perceptible en la utilización de la música, la cual funciona como un ornamento artificial, dado el notable sinfonismo de la misma, que remite más bien a un cine de aroma clásico antes que a un film contemporáneo, y que funciona como resonancia del joie de vivre del gran maestro francés. Este apartado sonoro también funciona como guiño a la característica escenificación artificial de Wes Anderson, director con el que ha colaborado en varias ocasiones.

Pero sobre todo, Frances Ha funciona como un ejercicio de revisitación de aquello que fue el cine independiente norteamericano en los años 80 y 90, Jim Jarmusch y Hal Hartley, por ejemplo, especialmente patente en el diseño de las situaciones y en el sentido itinerante y errático de una narración que se cose con una sucesión de ráfagas intrascendentes, casuales y poco definitorias por sí mismas, pero que conforman un dibujo grácil y algo excéntrico de un tiempo suspendido, el de Frances mientras encuentra una vivienda definitiva.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Viveca Vazquez dice:

    Me gustarîa se le diera crédito a la estupenda coreografîa que resuelve al final el entendimiento de lo que es capaz el personaje agridulce de Frances Ha.

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