Gangs of New York e Infiltrados

El funeral de una nación Por Marco Antonio Núñez

Martin Scorsese, el autor vivo que más veces se ha reinventado, aborda en su obra el nuevo milenio desde una pespectiva diacrónica, trazando la genealogía de su nación, transitando por diversos períodos, de los orígenes de su Nueva York natal a la Segunda Guerra Mundial, pasando por la invención del cine, el Hollywood clásico y la consolidación del capitalismo financiero, atento siempre a la connivencia entre éste, crimen organizado y democracia.

Su cine abandona ahora el retrato de poderosas individualidades, epicentro narrativo de sus trabajos con Paul Schrader (no es casual que su útlimo filme de los 90, Al límite (Bringing Out the Dead, 1999), sea tambien la última colaboración hasta la fecha de ambos enemigos íntimos), bien por crónicas colectivas, bien haciendo activamente partícipe al sujeto del devenir histórico y social.

Naturalmente, ello exige un nuevo registro narrativo, la historia, como todo relato, exige una mayor atención a la cronología y a los modos clásicos, ofreciendo filmes con desarrollos lineales construidos en progresión climática, si bien, como es habitual en su cine, dejando abierto el final. Sólo la muerte clausura el drama.

Gangs of New York (2002) e Infiltrados (The Departed, 2006), prolongan la querencia de Scorsese por el cine de gángsters tras lograr dos de sus cimas artísticas en la década anterior con el díptico, Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) y Casino (1995), ambas en colaboración con Nicholas Pilleggi. Sin embargo, su abordaje lo lleva ahora a cabo desde una óptica bien distinta. Si en aquellos filmes elaboraba la perversión del sueño americano como alegoría del capitalismo, ahora sienta las bases de un orden político y social apuntalado en una organización de tipo tribal en la que se desdibujan las fronteras entre política y el submundo criminal, enredados ambos en una relación de conveniencia indispensable para la respectiva supervivencia de ambos estamentos.

Lógicamente, ello conlleva un profundo pesimismo y absoluta falta de confianza en la política y sus instituciones, que invariablemente conduce a la violencia, no como expresión de su fracaso sino como manifestación de su propia lógica, haciendo buena la mayor de Von Clausewitz.

A  este respecto, el desenlace de Infiltrados resulta uno de los más desoladores y nihilistas de la última década.

Infiltrados Matt Damon

Infiltrados

Las semejanzas entre sendos filmes son notables, y por ello no resulta exagerado ver un díptico semejante al citado más arriba.

Pare empezar, ambos comparten protagonista, Leonardo DiCaprio, el actor junto al que Martin Scorsese está viviendo su edad de plata, como antaño ocurriera con De Niro. No obstante, la versatilidad de DiCaprio no precisa de los ropajes que tan caros eran a su antecesor.

Su físico frágil se arma en un rostro expresivo y poderoso, capaz de transitar por los más diversos estados de ánimo con pasmosa facilidad. Del desamparo a la ira, siempre fuerte en la debilidad, al borde de la locura, torturado y vacilante, con el desconcierto del hombre que trata de afirmar una identidad rota, perdida en las costuras de la historia, personal o colectiva.

Con mucho, estamos ante el único actor actual con el carisma y el brillo de la estrella clásica, sin faltar por ello a la solidez y ambición del gran intérprete que en cada nuevo trabajo ofrece una caracterización arriesgada y poderosa (ahí está El Gran Gatsby, acuarela animada que se sostiene únicamente gracias a su gran labor).

Se entiende así que la colaboración entre Scorsese y Di Caprio no tenga visos de terminar.

Amsterdam y Billy, comparten pasado y destino. Ambos entablan una relación ambigua con su antagonista, Cutting y Costello, respectivamente. No puede sustraerse a la fascinación de sentirse al socaire de un gran hombre. El aliento paternal del jefe del clan cala hondo en la orfandad de los caracteres gemelos. Sin embargo, tienen una misión que cumplir, de modo que su sentido de la justicia se ve comprometido por la ominosa traición que antes o después deben acometer contra el hombre que les ha acogido y entregado su confianza.

Hay algo que repugna en el cumplimiento del deber cuando lo ejecuta un traidor, esté o no la razón y la ley de su parte.

Gangs of New York Infiltrados Leonardo di Caprio

Leonardo DiCaprio en Gangs of New York (izquierda) e Infiltrados (derecha)

Por otro lado, agotado el filón italoamericano, Scorsese aborda la inmigración irlandesa desde dos ciudades históricas, Nueva York y Boston, orígenes de la nación y alegorías de su destino. La inhóspita bienvenida que este grupo étnico recibe por parte los «nativos» hostiles y xenófobos, propicia la creación de nuevos clanes con el fin de protegerse.

Entre el Estado, como estructura política, y la familia, aparece el estamento intermedio del clan, un orden jerarquizado en el que el desarraigado, la víctima del sistema, el débil, hallan su hogar.

Scorsese no asigna a la sangre el papel de Coppola. El principal elemento de cohesión entre los individuos no es la herencia sino las carencias. Sus protagonistas son huérfanos que buscan protección y una figura paterna suplementaria en el líder del clan. El jefe, ante todo, es el que cuida de los suyos y procura lealtad, entre otros medios, pactando con el miedo.

Por último, la política oficial de un sistema federal, descentralizado y con un sistema electoral de listas abiertas, buscará con habilidad atrerse el favor de los cabecillas a cambio de permitir sus actividades criminales, con el concurso y connivencia de sus asalariados, las fuerzas y cuerpos de seguridad que monopolizan la violencia estatal, reprimen al ciudadano que las financia con sus impuestos, y se muestran oportunamente inoperantes para erradicar las organizaciones criminales. Si alguna vez lo intentan.

Gangs of New York: Las sangre debe quedar en la hoja.

«La historia de las bandas de Nueva York (revelada en 1928 por Herman Asbury en un decoroso volumen de cuatrocientas páginas en octavo) tiene la confusión y la crueldad de las cosmogonías bárbaras, y mucho de su ineptitud gigantesca…»

            Jorge Luis Borges, Historia Universal de la Infamia.

El estreno de uno de los proyectos más queridos de Martin Scorsese, se pospuso varios meses a causa de los atentados de World Trade Center, ante la seguridad de que el contenido de la cinta molestaría al respetable. La culminación dramática del film anuda las querellas personales de los protagonistas  con el motín ciudadano en protesta contra el reclutamiento, que acaba con la matanza de cientos de neuyorquinos.

A buen seguro que el bombardeo naval contra la ciudad removió más de una conciencia y avivó las brasas de la tragedia. En cualquier caso, el neuyorquino aparece como víctima del poder estatal, en 1863 igual que en 2001, los intereses y las vidas de la ciudadanía se pisotean en favor de la causa nacional, la Guerra de Secesión o el imperialismo en Oriente Medio.

Ya entonces se percibía la guerra, que la propaganda vendía como una cruzada en pos del abolicionismo, como la salvaguarda de los intereses de los capitalistas del norte, cuyos hijos estaban exentos de la leva al poder permitirse el pago de los 300$ que permitían hacer oídos sordos al llamado de la patria.

Gangs of New York 5

Gangs of New York

El filme comienza con una batalla digna de las sagas nórdicas, que termina con la muerte del Reverendo Vallon (Liam Neeson), líder del clan de los «Conejos muertos» y de la liga contra los «Nativos», encabezados por William Cutting, AKA. «The Butcher» (Daniel Day-Lewis), hostiles a lo que ellos consideran, las hordas extranjeras. Sólo quienes combatieron a los ingleses son, a su juicio, merecedores del derecho a habitar esas tierras.

En adelante los «Dead Rabbits» serán proscritos en Five Points. Se les aniquila simbólicamente ya que no físicamente, de hecho Cutting engrosa sus filas con antiguos miembros. El hijo de Vallon, Amsterdam (Leonardo Di Caprio) regresa a su antiguo barrio para vengar a su padre y restituir el nombre del clan.

Cutting se ha convertido en la década que media entre la gran victoria y la salida de Amsterdam del orfanato, en el líder absoluto, y Five Points, en un feudo regido según las normas medievales. Todo el mundo debe dar su parte del botín al «Carnicero».

Gangs of New York Jim Bradbent

Jim Broadbent (William Tweed) en Gangs of New York

Sin embargo Bill ya es el pasado, el futuro lo encarna William Tweed (Jim Broadbent), representante de la «Gran familia Tammany», el capital encaramado al escaño que pretende consolidar su poder político sacando a Five Points absentismo electoral.

Los Tammany controlan a la policía local, financian el servicio de bomberos (uno de ellos), distribuyen entre sus allegados licencias de determiandos servicios públicos, limpieza, etc. Mantienen la ilusión de seguridad pactando con el crimen organizado y proporcionando de vez en cuando el espectáculo de la ejecución de algún ratero o sodomita.

Las viejas familias de Nueva York comenzaban a ver el enorme negocio que era el progreso, la educación, la sanidad junto al juego y la prostitución, lo segundo financia lo primero, hasta que lo primero se convierta también en un negocio igual de rentable.

El Carnicero es el brazo ejecutor de los deseos de Tweed, aún sin saberlo y a pesar de sus bravuconadas, pero el Tammany sabe que el orden feudal que aquel representa tiene los días contados y que los cientos de inmigrantes que cada día arriban a la ciudad, constituyen el basamento de su poder a medio plazo. Por eso acude cada día al puerto con una manta y un plato de sopa. Ganar los estómagos para ganar las urnas. La lógica democrática es cuantitativa.

Scosese nos presenta a Tweed en un despacho lleno de jaulas con pajarillos mientras los alimenta. El benefactor del preso agradecido por el alpiste. Elocuente formulación visual de la política y su trato con la ciudadanía. El sistema nos hace libres dentro del recinto que él determina, y gozando de las raciones que su benevolencia dispone.

Tweed es sibilino, un camaleón que muda de piel cuando la ocasión lo demanda, como bien recomendaba Maquiavelo, cínico, como corresponde a su oficio, ni frío ni caliente, lo define Bill, una basura tibia.

Cuando el joven Vallon organice de nuevo a los «Dead Rabitts» verá su ocasión de ganar el voto inmigrante, luego del intento fallido de acabar con Bill, ahora definitivamente un obstáculo para sus propósitos.

Dead Rabbits en Gangs of New York

Dead Rabbits en Gangs of New York

La secuencia de las elecciones es hilarante. «La primera norma de la democracia es que no importan las papeletas sino los que cuentan», le espeta Tweed a su subordinado cuando la afluencia a las urnas superen generosamente sus previsiones. Los irlandeses consiguen su Sheriff, Monk (Brendan Gleeson) pero Bill no acepta el juego de la democracia. El señor feudal no ve la legitimidad de un poder sedimentado en una farsa consistente en forzar a los fumadores de opio a votar, o a cumplir con el deber cívico, como comenta irónicamente Amsterdam, votando más de dos veces.

La democracia se antoja tan arbitraria como arbitrario es el ejercicio de la fuerza bruta. Ambos se hallan al servicio de intereses personales, sólo que la primera es más perversa, ejerce la violencia por medios más sofisticados. El poder de los «representantes de la voluntad popular» es total, su impunidad, plena, les ampara la ley que ellos mismos dictan, y cuando no y la burlan con indultos. Mantenienen así la ilusión de la existencia de un Estado de Derecho.

El asesinato de Monk, la muesca número cuarenta y tres en su maza, resuelve a Amsterdam, al fin, miembro de un mundo atávico, a obrar a la vieja usanza, con una nueva pelea, en un momento en el que la situación de la ciudad a causa de la leva, es de máxima crispación.

La alarma llega a la parte alta de la ciudad, durante una partida de billar alguien cita a Tweed, si la situcuón se hace insostenible y la gente se amotina siempre se puede pagar a la mitad de los pobres para matar a la otra mitad.

Que así sea, así es y así será. Los soldados que disparan a la multitud son esos inmigrantes que bajan de un barco procedente de Irlanda y se suben a otro, con la ciudadanía bajo el brazo y el uniforme azul, para combatir a los sudistas.

Gangs of New York 4

Gangs of New York

Scorsese no legitima el sistema de clanes que acaban conformando el crimen organizado y la mafia, sólo domicilia su causa y mantenimiento en un sistema político corrupto, engrosado por clanes familiares, las grandes familias, los Morgan, los Rothchild, los Rockefeller, que no ajustan cuentas con un punzón de hielo, no. Ellos provocan la caída de la bolsa, condenan a millones al desempleo, el hambre y la miseria, deponen presidentes y auspician atentados que desencadenan guerras.

El plano final de GNY nos muestra un cementerio con las tumbas vecinas de Vallon y Bill, los titanes, representantes de un antiguo orden que no pactaba con las urnas y sólo sabía de cuchillos y tuberías. Fueron sus manos las que construyeron América. Al fondo vemos la ciudad emergente, Manhattan. Naturalmente, la imagen vira a negro con las torres del World Trade Center, el gran símbolo y sacrificio del capitalismo financiero, en su perfil.

La sangre, apenas un coágulo, permanece sobre el fotograma.

Gangs of New York 2

Gangs of New York

Infiltrados. Un país de ratas.

 

«Estamos aquí para acabar o perturbar ligeramente el crimer organizado.» 

                                                                      Ellerby

El film comienza con una introducción a la historia reciente de Boston, imágenes de archivo de la policía escoltando autobuses tras la implantación del transporte escolar que puso fin al segregacionismo. South Boston, dominada por italianos e irlandeses, no deja mucho espacio a la gente de color que no ha sido capaz de imponerse generando su propio clan. Las palabras en off de Frank Costello (Jack Nicholson), nos ponen en antecedentes y constituyen un verdadero manifiesto del acerca del origen del crimen organizado, la desconfianza en el sistema: «Nadie te da nada, tienes que cogerlo.»

El corolario de esta aserción parece claro, la exclusión que genera y consagra el sistema liberal ofrece dos salidas a los desfavorecidos, la caridad o el crimen. La mafia es una rebeldía a vivir de la migajas que caen de la mesa de los amos del sistema.

Entiéndase bien, Scorsese está muy lejos de la visión romántica del gágngster, de hecho, la violencia que contiene su cine, explícita y visceral, a veces criticada por los que desearían que el cine fuera un amable divertimento, tiene como función que se evite idealizar este mundo.

Infiltrados Leonardo DiCaprio

Infiltrados

La historia paralela de Michael Sullivan (Matt Damon) y William Costigan (Leonardo DiCaprio), permite a Scorsese profundizar en los vínculos entre las fuerzas del orden y la mafia. En este sentido es ilustrativa la frase pronunciada por Ellerby con fines humorísticos pero que contiene una escalofriante ración de verdad. La falta deliberada de coordinación entre policía estatal y FBI, exime de culpas y hace del todo inútil el trabajo de ambos, la mitad de los criminal que investigan los primeros son confiedentes de los segundos. Sabemos que tras el 11-S el FBI colaboró activamente con la mafia en su lucha contra Al-Qaeda, y suponemos que no lo hizo gratis.

En Infiltrados de nuevo encontramos al líder del clan cuidando de los suyos. El joven Sullivan, huérfano que vive con su abuela, es ayudado e instruido por Costello (como otros tantos chicos en su misma situación, como luego sabemos) para «infiltrarlo» en la policía. La lucidez de Costello es total: «Podeís ser polis o delincuentes, pero cuando tienes delante una pistola cargada, ¿cuál es la diferencia?». Michael entrará en la estatal y se convertirá en la «rata» de Costello.

El guión es de una asombrosa simetría en la que cada personaje tiene su doble y su contrapunto.

William era un chico de South Boston que tras el divorcio de sus padres se traslada con su madre a la parte alta de la ciudad. Cuando se le propone trabajar de infiltrado, el Capitán Queenan (Martin Sheen) le pregunta: «¿Quieres ser policía o quieres parecer un policía.» La respuesta es su servicio. Billy es la «rata» de Queenan.

Pero en un mundo construído a partir de apariencias y reflejos, embustes y «ratas», en una realidad asesinada (ella es en última instancia el fallecido del título original) por el libre juego de los simulacros, renunciar a la apariencia supone una renuncia a la vida. Billy pierde su identidad, el respeto, el amor. A la postre, el sacrifico de Billy habrá sido del todo inútil.

La relación contrapuntística o irónica entre ambos personajes se reitera en Costello y Queenan. Enemigos íntimos, el segundo lleva toda su vida profesional a la caza del primero, sin saber que es un protegido del FBI. La falta de confianza de Queenan en el mismo sistema al que sirve se manifiesta en su renuencia a revelar el nombre de sus infiltrados (suponemos que hay más de uno entre los hombres de Costello).

Una vez que el expediente de Costigan haya sido eliminado de un disco duro, su servicio, su identidad y su vida son aniquiladas. Billy es un fantasma que en un intento desesperado de volver a ser hombre trata de arrestar a Sullivan, pero, como éste le crecuerda»aquí sólo hay un poli».

Infiltrados 2

Mark Whalberg y Alec Baldwin en Infiltrados

Queenan trabaja junto al agente Dignam (Mark Walhberg). Desaparecerá a mitad del drama para reaparecer en el epílogo, una vez que casi todos los personajes hayan muerto. Casi, falta ajustar cuentas com Michael y Dignam se conduce con él como un vulgar soldado, aguardando en su piso con el silenciador dispuesto, sabedor de que no hay otro modo. Sabedor de que el sistema y la legalidad de defiende con su placa, es una farsa y sólo apelando a las leyes atávicas, sólo volviendo al mundo de los titanes, Vallon y Cutting, puede instaurarse una cierta justicia. El círculo se cierra. La serpiente del sistema se muerde la cola luego de engullir a la rata.

La cúpula dorada del gobierno que tanto seducía a aquel chico de South Boston, asiste impasible a su caída (Sullivan se resigna, en cierto sentido esperaba ese momento; en cierto sentido, lo deseaba). Mientras su vida forma una mancha roja contra la puerta, otra rata compañera se desliza por la balaustrada.

El oro y la alimaña, el poder y la alcantarilla, el brillo que simula y embellece la gusanera.

Jack Nicholson en Infiltrados

Jack Nicholson en Infiltrados

Scorsese siempre ha tratado de sintetizar en el último plano de sus filmes el sentido de éstos, destilar su esencia en una imagen que acompaña al espectador más allá de los créditos.

Travis mirando inquieto por el retrovisor, Jack ante el espejo ensayando el monólogo de su vida, Jesús feliz en la cruz por el cumplimiento de la profecía, Lionel ante la eterna promesa que es una mujer, Tommy con su atavío retro disparando a la cámara, Archer dando la espalda a la nostalgia de lo que nunca fue.

Antaño cerraba con el personaje central, una mirada, un mutis, una evocación de los viejos tiempos, sin embargo, en Gangs of New York  e Infiltrados no queda nadie en pie, sólo túmulos funerarios, edificios y animales. Estados Unidos se ha convertido en una tierra de nadie o una vasta naturaleza muerta.

La historia de los Estados Unidos debía ser reescrita tras el 11-S. A pocos se les escapa ahora que se trató de un ataque bajo bandera falsa causado por la necesidad de motivar la intervención militar que permitiera controlar los recursos energéticos de oriente medio. La oportuna descoordinación entre agencias y la inoperancia del sistema de seguridad aéreo, con el concurso inestimable del «termita», obró el resto. Una vez más pagó el ciudadano la cuenta del imperio, y a otra cosa. Una vez más todo hubo de cambiar, para que todo siguiera igual.

Estados Unidos no es un país para hombres sino  para ratas, parece querer decirnos Scorsese, más lúcido y fúnebre que nunca.

Epílogo.

Al final de Uno de los nuestros, quizá el filme que prefiero de Martin Scorsese, sonaba la versión de My Way de «Sex Pistols», algo en lo que siempre he visto un manifiesto estético. Esa versión punk de un clásico cifra la naturaleza de su arte como cineasta, legatario de una herencia espléndida que gestiona a su manera. Heterodoxa pero sabia, brillante pero humilde, un autor de muchos quilates que no menosprecia la artesanía.

Mientras los dos más destacados colegas de su generación, Coppola y Cimino, se ahogaban en un ego (nunca se lo perdonaré) cultivado al socaire de la edad de plata del cine norteamericano y su culto al director, él supo reponerse al palo de la cancelación de La última tentación de Cristo, se adaptó a las vacas flacas de los 80 sin perder el norte, con trabajos dignos y aguardando paciente su momento, que llegó con la adaptación al fin de Katzanzakis y su colaboración posterior con Nicholas Pilleggi, reinventando un género en el que parecía que Coppola había dicho la última palabra.

Puede que sea junto a Steven Spielberg el director norteamericano cuya influencia es más patente en el el cine de las últimas décadas (el primer Thomas Anderson, cierto Fincher, Guy Ritchei o David Chase, son algunos de sus egregios epígonos) y sin duda es junto a aquel, el que posee una trayectoria más dilatada y exitosa, que se prolonga hasta nuestros días con algún paso en falso (La invención de Hugo) compensado por cegadores destellos de lucidez, honestidad y belleza (Shutter Island)

Los dioses nos lo conserven.

Gangs of New York e Infiltrados

Gangs of New York e Infiltrados

Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>