Gerontophilia

Por Jose Cabello

Si el día de ayer concluyó con una arriesgada propuesta a favor de la libertad sexual anhelando destruir los arquetipos cimentados en la actual cultura donde los géneros siguen anclados a unos estereotipos de nula flexibilidad, el sábado LesGaiCineMad ofreció en primicia en España la última película del controvertido canadiense Bruce la Bruce, Gerontophilia, que apuesta también, aunque a través de una mirada bien distinta, por la transgresión del paradigma por antonomasia de las relaciones sentimentales. El director asistirá a la presentación del film el próximo jueves 7 de noviembre a las 22.00 horas teniendo lugar un pequeño coloquio en donde se establecerá un turno de preguntas para que el propio Bruce dé respuesta a los asistentes a la sala Berlanga. Será una buena oportunidad, y casi única, para una toma de contacto rápida que invita a descubrir la filosofía cinematográfica de uno de los directores más comprometidos con la visibilidad y la reivindicación dentro del mundo LGTB.

Actualmente mostrar cuerpos desnudos en la pantalla no se puede calificar de rompedor ni atrevido. No obstante, si estos cuerpos no pertenecen a bellas sirenas ni al tipo inflado de gimnasio, los ejemplos comienzan a escasear, más aún si la edad del despojado de ropas sobrepasa lo socialmente aceptable, es decir, no son jóvenes ni adultos, son maduros. El eufemismo de lo conocido como tercera edad. Estos viejos desnudos incomodan a la generalidad y al igual que en la vida real, cuando un anciano molesta, queda recluido en una residencia desapareciendo del campo visual global, ausencia compartida en la gran pantalla pues escasas temáticas abordan, o centran, su problemática en esta figura.

Bruce la Bruce en Gerontophilia diseña un cuadro a dos colores donde, como ya es constante en su filmografía, trata el tema de la revolución a través del personaje femenino mientras el personaje masculino experimenta un viaje hacia el descubrimiento de su fetiche sexual: la gerontofilia.

Lake, un joven canadiense que disfruta de su año sabático antes de recomponer su incierto futuro académico, comienza a trabajar en una residencia de ancianos gracias a su madre. Allí conoce al señor Peabody, un octogenario del que se enamora rápidamente a golpe de encuentros clandestinos en la habitación del paciente mientras, en paralelo, sobrelleva su relación con Desiree, su novia. La incertidumbre mental en la que cae Lake es intensa pero breve. Sin embargo, velozmente es capaz de aclarar sus sentimientos y aplastar la sensación de culpa de doble vertiente debida, por un lado, a sus relaciones sexuales con un hombre y, por otro, a la avanzada edad del sujeto. Tras la aceptación de su situación, el chico opta por dejar de esconderse y realizar aquellos actos anteriormente teñidos de ocultación para adoptar la normalización, y es aquí donde surge el conflicto.

Chico y chica transitan por un rompecabezas emocional, comenzando con una situación idílica de pareja donde ella cree tener el control permitiéndose el lujo de autoproclamarse madre superiora de la Revolución tachando de “santo” al joven Lake al caracterizarlo con una personalidad de índole altruista que, según ella, lo motiva a trabajar en la residencia. Pero esta visión virará cuando él destape su nueva tendencia sexual y ella no sepa encajarla. Cazador cazado. Un juego establecido a través de la mirada fuera de campo que desdeña el espíritu subversivo de todas aquellas falsas modernas que luchan por una causa hasta que el aliento roza su nuca.

Pero a pesar de afincarse en terreno no grato para mentes estrechas, Gerontophilia posee el aroma del café descafeinado, da un paso hacia adelante seguido de otro hacia atrás, enmarcando el film en una idea osada pero sin más pretensiones que la de elaborar un bonito lienzo entre el amor de un chico joven y un hombre maduro. No va más allá. Al contrario que en el resto de la filmografía de la Bruce, donde la política, el sexo explícito y el activismo tienen cabida, en este último proyecto el director se distancia de ellos dejando pasar el tren en el que iba montado la adolescente Marieke (Marieke, Marieke. Sophie Schoukens, 2010), que partiendo de la misma premisa temática, retrataba una obsesión más reflexiva por los cuerpos decrépitos de los ancianos con los que esta belga se acostaba noche tras noche. Ni tan siquiera establece un marco hostil alrededor de los protagonistas eludiendo así la responsabilidad de Una mujer difícil (The Door in the Floor, Tod Williams, 2004), Diario de un escándalo (Notes on a Scandal, Richard Eyere, 2006) o El lector (The Reader, Stephen Daldry, 2006) que fracturan ambientes normativos realmente asfixiantes.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Caro dice:

    Ami me encanto, no necesite ver sexo explicito para que me cautivara

  2. Juanjo Nebreda dice:

    Pues a mi precisamente de lo que te quejas en tu crítica fue lo que más me gustó del film. Me encanto que no hubiera escándalos por la tendencia del chico, que el chico asumiera sin tanto conflicto su condición y el final ( spoiler) en el que ya le ha puesto el ojo a otro anciano, me encantó también. Ese lienzo bonito del que te quejas es precisamente lo que más me ha gustado. La película me hizo abrir (más) mi mente y aceptar su condición sin juzgarla y sobretodo sin que me causara asco o repugnancia.

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