Girlhood

Diamonds Por Manu Argüelles

Para Jose, Óscar P. y Óscar A., mi banda de chicos.

Recuerdo en mi adolescencia haber tenido problemas con los grupos. Siempre resultaba demasiado raro, incómodo, que no me adaptaba bien a esas reglas internas que se forman, que crean cohesión. Yo involuntariamente las rompía. Me reclamaban que me resistía a integrarme en las dinámicas que se creaban entre el grupo de iguales. No sabía qué contestar. Bajaba la cabeza. No sabía hacerlo de otra forma mejor. Pero ese escollo no se salvaba, acababa saliendo del grupo, resultaba molesto para ellos y para mí. Aún hoy noto esa impresión cuando alguien me conoce, cuando se me introduce en un grupo. Lo percibo enseguida. Esa mirada sigue siendo reconocible, aunque ahora sepa disimular mejor y me adapte con más facilidad. Aunque Marienne sí alcanza la identificación plena en el grupo, he pensado en eso viendo Girlhood, la nueva película de Céline Sciamma, tras Tomboy (2011).

Digámoslo ya, con Girlhood mantiene la misma aproximación compleja, aterciopelada, cautivadora y profundamente humanista de su anterior largometraje. En este caso, de forma apresurada, podríamos pensar que la película es la respuesta femenina a El odio (La Haine, Mathieu Kassovitz, 1995), en cuanto registra las dinámicas de la adolescencia femenina en la banlieue francesa (también ellas viajan a París bajo similar enfoque). Pero Sciamma elude toda consideración sociopolítica visiblemente notoria (eso no implica su sustracción sino que ésta se canaliza de forma más sutil) y prefiere enclavar su historia dentro de los relatos de formación, continuando todo aquello que desgranaba en Tomboy en la infancia, ahora en la edad posterior. En ese sentido, mientras que los aspectos de denuncia social recorren el filme de forma subliminal, sigue las líneas maestras de las teen-movies con una estructura episódica que revela el crecimiento evolutivo de su protagonista mediante estadios. Estos quedan claramente enunciados mediante secuencias que actúan como broches entre una fase y otra, donde la narración se suspende de forma momentánea y nos deja con la imagen acompañada de un mismo motivo sonoro instrumental, que se irá repitiendo en esos instantes de cierre, como pauta indicadora conforme pasaremos a una nueva fase.

La banda de las chicas

Marianne, la protagonista, afirma que quiere ser normal, quiere ser como todos. Lo comenta en un plano frontal, nos mira a nosotros, cuando le niegan el acceso al grado superior de la educación. La que suponemos que es la directora del centro escolar fuera de campo le responde que ya es demasiado tarde. Pero esa negación encuentra una salida cuando Lady se fija en ella, la introduce en su núcleo junto con sus dos amigas. Tiempo después sabrá que no se trata más que de una sustituta, de alguien que abandonó esa hermandad. Pero no importa, está con ellas, está dentro, y siente esa sensación de pertenencia, de ser como los demás, antes refutada por el sistema educativo. Marianne que cambia su nombre por el de Vic (abreviatura de victoria) -mis amigos me bautizaron, también a mí, como Manu-, imita el aspecto físico de sus nuevas amigas, comparte sus hábitos, acepta sus coordenadas. Ellas la prueban, Marianne responde. De esta manera, Girlhood se compone mediante puntos de inflexión. El primero de ellos será conocer a esas chicas. Marianne, cambia su aspecto andrógino, se suelta el pelo, se feminiza en consonancia a ellas y adquiere conciencia de su identidad femenina. Frente a otras películas en las que inciden en el aspecto pernicioso que trae el grupo a la individualidad, como por ejemplo Foxfire (Laurent Cantet, 2012), Sciamma no, todo lo contrario. La directora destaca la relevancia y la importancia que tiene el grupo para Marianne y su valor terapéutico, por lo que resulta un enfoque innovador en cuanto no criminaliza algo que habitualmente sí es tratado de forma negativa en el cine, cuando hablamos de chicas malas. La adquisición del sentido de formar parte de algo, el descubrimiento de que alguien te respeta y valora, la forja de los primeros lazos afectivos fuertes fuera de la familia… Son valores que quedan perfectamente transmitidos en esa secuencia en la que las chicas cantan y bailan juntas Diamonds de Rihanna, un momento de gran hondura emocional que a mí particularmente me ha recordado a momentos homólogos de mi experiencia, porque de aquellos grupos de mi adolescencia siempre hubo alguien que me supo ver de forma diferente, que supo ir más allá de la superficie.

Me comentaba Martín de Cinemaadhoc que resulta llamativo que ellas encuentren ese momento de plenitud y libertad en un espacio cerrado, como es el de una habitación. Pero acaso, ¿no ha sido siempre así? Son esos momentos que dejas el mundo al margen, sólo somos nosotros, con nuestra música, como nexo de unión, como expresión de una afectividad compartida. Sciamma sabe ofrecerlos al espectador y para el que esto le escribe le conmociona. Por eso, la constitución de su sistema de imágenes, a diferencia de The Tribe (Plemya, Miroslav Slaboshpitsky, 2014), siempre es con planos cercanos pero que no son agresivos ni convulsos; no son intrusivos con los personajes, buscan el respeto, para que podamos apreciar los matices de las interacciones y los sentimientos que se cultivan, a la vez que se resalta la importancia de las chicas. Por eso nos da la sensación que la lente las acaricia, las acompaña con delicadeza, con suavidad, con exquisita sensibilidad.

 La banda de las chicas 2

Porque Sciamma en Girlhood nunca juzga sus acciones, alguna de ellas reprobables, pero perfectamente comprendidas en un entorno viciado de violencia. Es destacable, especialmente, aquella violencia que ejerce el sector masculino sobre ellas, por ejemplo, el hermano de Marianne que actúa como autoridad patriarcal. Es, por tanto, una violencia que ellas ya han interiorizado, dado que también actúan con agresividad frente a otros grupos de chicas, siempre entendidas como rivales. En esa línea se entiende la elección cromática dominante: la tonalidad azul con su carga ambivalente. Por un lado, es un color luminoso y claro, es el despertar y su belleza. Por el otro, dicho color no deja de ser frío, en analogía al duro entorno en el que viven.

Si hemos hablado de capítulos, donde el encuentro de Marianne con Lady y las otras chicas es el más importante, Sciamma atiende siempre a la evolución de Marianne. No es casual que cuando pierde el contacto con ellas, vuelva a su primigenio aspecto andrógino, a las trenzas. El siguiente será el encuentro con el sexo y el primer amor. Y la película que podría haber finalizado con el momento final en el que ya no volverá a encontrarlas, dejándonos con el corazón en un puño, sin embargo al centrarse en Marianne y su crecimiento capta perfectamente esa sensación de lo efímero, muy apegada a esta edad intersticial. Es muy probable que en la adolescencia es cuando tomamos conciencia por primera vez conforme todo es provisional, que los momentos de felicidad no van a durar para siempre. Sabemos perfectamente la vida que no querremos tener en el futuro, pero no sabemos cuál es el rumbo que seguiremos. En la adolescencia aprenderemos que todo termina y que todo cambia. Pero recordaremos a nuestros amigos, tan bellos y tan perfectos. Y recuperaremos la felicidad.

Banda de las chicas cd

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