Godless
Dios aprieta y luego ahoga Por Bea González
Una sale de ver una película como Godless y no puede evitar fantasear con cómo sería la reacción si la cinta llegara a las manos de algún técnico, digamos de la Oficina de Turismo de Bulgaria, y es que el panorama que Petrova presenta de su país en su debut en el largo, más allá entendemos de la honorable fachada de la capital, Sofía, dista de ser halagüeño. No nos sorprende el qué, ya que no deja de ser combustible inagotable en las cinematografías de los países de Europa del Este el reflejar el entramado de corruptelas institucionales y la degradación de las estructuras sociales y las consecuencias de ello sobre la moral individual de sus ciudadanos; quizás lo que nos sorprenda sea el cómo, o más bien cómo Petrova se esfuerza en mantener un tono digamos alto y sin pausas en su relato de cuán deprimente, cuán desesperanzado y cuán degradado es el día a día de los protagonistas de la cinta.
Con esto no querría subirme al carro de las críticas, que en similar dirección, ha recibido Godless sobre todo a raíz de llevarse el Leopardo de Oro en Locarno (la cinta tampoco se ha ido de Sarajevo con las manos vacías). Que vaya por delante que a mí la película de Petrova me ha gustado (aunque ello me haga plantearme qué tipo de tara psicológica arrastro para mantener este tipo de afinidades en lo cinematográfico), pero a diferencia de lo que la directora ha comentado en alguna entrevista, si mal no recuerdo, no comparto que el mensaje llegue con menos fuerza, si es un mensaje lo que quieres transmitir, si nos permitimos introducir otro tipo de elementos que de alguna forma “aflojen la cuerda” posibilitando cierto alivio al espectador, y ahí tenemos decenas de muestras no muy alejadas geográficamente que lo demuestran.
Ambientada en Vratsa, una ciudad del noroeste de Bulgaria rodeada de montañas, durante el desapacible invierno continental de omnipresente gris, en toda su paleta tonal, los días transcurren para Gana (Irena Ivanova), nuestra protagonista, una enfermera de asistencia domiciliaria a población geriátrica, adicta a los opiáceos y de rostro inexpresivo, entre espacios urbanos degradados que separan largos bloques residenciales de la era comunista, donde habitan los diferentes usuarios a su cargo, la mayoría con un alto grado de dependencia y degradación física. Gana tiene un novio, Aleko (Ventzislav Konstantinov), con el que comparte la adicción a la morfina líquida y un lucrativo negocio: ella sustrae los documentos de identidad de los ancianos y él los hace llegar al mercado negro, dónde no les faltan compradores. Todo ello bajo la supervisión, tutela y amparo de varios cargos de la administración local.
Petrova no ahorra metraje en describirnos cómo de extendida está la miseria moral y la degradación en el ambiente en que se mueven, tanto los personajes principales, como los secundarios. Desde las escenas de intimidad entre Gana y su pareja, las conservaciones con su madre o con alguno de los ancianos, las orgías sexuales a las que se entregan los corruptos locales, o incluso lo que ocurre en el apartamento vecino de uno de sus usuarios y que intuimos a través de una puerta abierta…funcionan como mecanismos reiterativos que reflejan cómo de atrapada está la sociedad búlgara en una rueda de hámster que, décadas después de la caída del comunismo, la ha dejado en la misma posición de salida, con sus individuos incapaces de pensar que exista margen de maniobra posible derivada de la acción individual.
La posibilidad de un encuentro con uno de sus usuarios, Yoan (Ivan Nalbantov), conductor del coro de la iglesia ortodoxa local y superviviente de la persecución del régimen comunista, también víctima de la sustracción de documentación (“sus padres nos intentaron eliminar y ahora son sus hijos lo que continúan su trabajo”), abre una puerta para Gana que Petrova tendrá bien a cerrar en un previsible giro final, aunque no por ello carente de interés, que conecta con el título del film y la historia, ficticia o no, sobre una de las colinas que rodea la ciudad, poniendo en relación varios momentos de la historia del país y de gran parte del antiguo bloque del Este.
Rodada en 35mm y en preciosista 4:3, con actores en su mayoría no profesionales, Godless se va de Sarajevo con un premio especial de jurado y con el reconocimiento a su actriz principal, Irena Ivanova, también galardonada en la ciudad alpina, y me aventuraría a asegurar, sin mucho riesgo, que tendrá su presencia asegurada en algún festival de otoño patrio, dónde seguramente le hará compañía a alguna otra película de la vecina Rusia, de similar fatalismo existencial.
Conocí Bulgaria en 2005 y 2006, y por lo que parece, todo sigue igual… un panorama desolador. Lo visité en invierno y en verano, y la verdad es que hay diferencia: es como ver la misma película dramática en blanco y negro, y volver a verla en color. Continúa siendo el mismo drama pero un poco menos angustioso.
Tiene unos paisajes increíbles, pero sus ciudades están desangeladas, tienen poco que agradecer a Dios…
La película refleja y transmite fielmente ese sentimiento que te embarga cuando ya no la miras con los ojos del turista ocasional. Pertenecer y permanecer allí, por mucho que ames tu tierra, es demoledor: se ve, se siente…
Yo tambien que soy italiano, no comprendi el final, Sobretudo el hombre que skia.
Primero, felicidades por el post.
Acabo de salir del cine de ver Godless en el festival de cine europeo de Sevilla y, mirando ahora en Google, he dado con esta web.
Me ha parecido muy interesante la información acerca de la película aunque en realidad venía buscando respuesta a los interrogantes que me han surgido con el… como tú dices, giro final.
No he logrado entender la escena de la colina, Alex, Gala en el coche, y cómo conecta con el resto.
Como la película no es muy conocida en España y no tengo los conocimientos necesarios de inglés para buscar en páginas extranjeras, ¿podrías aclarármelo?
Muchas gracias de antemano y saludos desde Sevilla.
(Espero con ansia)