Golpe de suerte
Los enemigos del amor Por Ignacio Pablo Rico
A quienes encontramos aún más placer en leer a otros que en escribir, nos entristece que, con escasas excepciones, el discurso crítico con respecto al último cine de Woody Allen se haya limitado a observar una obviedad: que, desde Match Point (2005), casi todas sus obras son variaciones de filmes previos. Si bien trabajos como Midnight in Paris (2011), Blue Jasmine (2013), Café Society (2016) o Día de lluvia en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019) han generado una atención especial, otras producciones no parecen haber sido merecedoras, siquiera, de una elaboración mínima a propósito de lo que ofrecen. Es indiscutible que la nueva incursión parisina del neoyorkino, Golpe de suerte (Coup de chance, 2023), vuelve su mirada sobre Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989), la citada Match Point y El sueño de Casandra (Cassandra’s Dream, 2007), pero no es menos cierto que se trata de una reelaboración temática, narrativa y tonal de dichos filmes.
Allen viene de hacer una de sus películas creativamente más tristes, Rifkin’s Festival (2020), donde su desidia detrás de la cámara, así como la alienada devoción a la memoria cinéfila de su personaje principal, nos situaban ante la pérdida absoluta de fe en el cine de quien otrora creyera en las historias fílmicas, teatrales o literarias como (única) tabla de salvación existencial: de su pieza teatral Tócala otra vez, Sam (Play it Again, Sam, 1969) a Un final made in Hollywood (Hollywood Ending, 2002), pasando por La rosa púrpura de El Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), Todos dicen I love you (Everyone Says I Love You, 1996) o Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown, 1999), entre muchas otras. Acaso por tratarse de su quincuagésimo y, nos dice, tal vez último largometraje, en Golpe de suerte hallamos un recobrado interés por la puesta en escena, pero también una fe sorprendente en los frutos del encuentro entre arte y vida —quizás solo manifestada recientemente en las dos grandes ensoñaciones románticas de Día de lluvia en Nueva York—. Hay, sin embargo, algo más que convierte Golpe de suerte en un filme especial: su afán discreto, pero rotundo, de inscribirse en nuestro presente.
Escribía Éric Rohmer que todo es fortuito, a excepción del azar, y ese ordenamiento enigmático, incluso perverso, de lo real parece ser el que guía el entramado de acontecimientos que arrastra a Fanny (Lou de Laâge) y Alain (Niels Schneider), antiguos compañeros de universidad, a reencontrarse y vivir un amor abocado a la clandestinidad, pues Fanny está casada con Jean (Melvil Poupaud). Entre ambos se teje un romance de contornos casi literarios, que hace que la vida se antoje, en la aceptación de esa bella imprevisibilidad, una obra de arte. Sospechando el engaño, Jean deja de ser un marido común para transmutarse en figura diabólica, de pretensiones demiúrgicas, aunando su obsesión por el control del espacio y el tiempo —que Allen concreta en forma de maqueta ferroviaria— con un sórdido desempeño en el mundo de las finanzas 1.
A un lado, los dos jóvenes: Fanny, que ha huido del pasado bohemio arrojándose a los brazos de la aculturalidad de cierta burguesía; y Alain, quien aún cree en el poder hechizante de la vida entendida como libérrima rama literaria. Al otro, Jean, ese esposo de mediana edad que desea someter las relaciones humanas a categorías funcionales y cuantificables. ¿No está entendiendo acaso Woody Allen mejor que nosotros esta Europa nuestra, invocando a través de lo francés una tradición amorosa que lleva de Honoré d’Urfé y Stendhal a Jules y Jim (Jules et Jim, 1962), y en último término a Fantasías de un escritor (Tromperie, Arnaud Desplechin, 2021), para trazar en un villano los contornos de esa amenaza que se cierne sobre todo un modo de pensarnos y vivirnos?
Significativamente, Golpe de suerte, con divertidos ecos de Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993), deposita la resolución del crimen cometido sin remordimientos sobre los hombros de Camille (Valérie Lemercier), un personaje, en principio, no solamente secundario, sino sumiso a las normas con que se conduce la rígida, inerte, cotidianeidad de Jean y de su hija Fanny. Y aunque este Allen no dependa estrictamente del trabajo de Vittorio Storaro para otorgar peso a sus imágenes —baste decir que la cámara encuentra una movilidad aquí sorprendente dentro de su filmografía—, el viaje psicológico que, en el último tercio, efectúa esta mujer normal, cándida, fantasiosa, la lleva de los ilusorios tonos cálidos y ambarinos del hogar a un azul mortuorio que acompaña con inteligencia el destino final de sus pesquisas.
La suerte siempre ha tenido un rol nuclear en el cine de Woody Allen. La pregunta que deberíamos hacernos, en especial a propósito de este nuevo largometraje, es qué ocultan esos acontecimientos azarosos que siempre se producen de un modo tan conveniente: recordemos Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995) y Si la cosa funciona (Whatever Works, 2009). La confluencia paralela de los dos hallazgos que cierran Golpe de suerte aproximan al director, más que nunca antes, a narrativas judías impregnadas de una comprensión mágica de la causalidad heredera de la Cábala. Así, más allá de las evidentes referencias a Georges Simenon o Claude Chabrol, Golpe de suerte halla inesperadas semejanzas con Un tipo serio (A Serious Man, Joel y Ethan Coen, 2009) y Diamantes en bruto (Uncut Gems, Benny y Joshua Safdie, 2019). En los últimos planos del filme, la justicia de ese azar paradójicamente voluntarioso es susceptible de disolver un orden férreo, aparentemente indestructible, y a la vez de resucitar a un hombre a través del sortilegio mesmerizante de la literatura.
Los enemigos del amor nada tienen que hacer contra los golpes de suerte.
- En este punto, quisiera recomendar encarecidamente la lectura, mucho más profunda y hermosa, que realiza Alberto Varet de estos aspectos de la película en su canal de YouTube ↩