Guardianes de la Galaxia: Especial Felices Fiestas
A Merry Bacon Christmas with James Gunn Por Yago Paris
En el texto dedicado al primer especial televisivo del Universo Cinematográfico de Marvel, La maldición del hombre lobo (Werewolf by Night, Michael Giacchino, 2022), reflexionaba sobre la oportunidad que la pequeña pantalla ofrecía de cara a experimentar con narrativas de corte más genérico, donde la gracia se depositara en la visita y reformulación de los tropos más habituales del modo narrativo escogido. Si en aquel ensayo se concluía que la revisión del cine de monstruos de los años treinta se quedaba en la superficialidad del guiño y la imitación —que no comprensión y asimilación—, algo diferente se puede argumentar sobre Guardianes de la Galaxia: Especial Felices Fiestas (The Guardians of the Galaxy: Holiday Special, James Gunn, 2022). La nueva entrega de la saga del grupo de cazarrecompensas interestelares liderado por Peter Quill/Star-Lord (Chris Pratt) explora las narraciones recurrentes de las historias navideñas, que se explotan en clave cómica al convertir en protagonistas a dos secundarios con una escasa capacidad para comprender cómo funcionan las convenciones sociales de los humanos: Mantis (Pom Klementieff) y Drax (Dave Bautista).
El punto de partida encaja de lleno con la ficción navideña, pues consiste en salvar la Navidad debido a que se ha perdido el espíritu navideño. Para ello se propone un prólogo donde el joven Quill, quien se ha criado en la Tierra, trata de celebrar esta festividad con sus compañeros extraterrestres, algo que su padre adoptivo, Yondu (Michael Rooker), ve como un gesto de debilidad, inaceptable en el mundo despiadado en el que viven. El líder de la nave monta en cólera, destroza el árbol de Navidad improvisado y desprecia el regalo que el joven le había preparado, como si se tratara de un Grinch intergaláctico. Kraglin (Sean Gunn) es testigo del suceso, y es quien cuenta esta historia en el presente del UCM al resto de la tripulación, lo que supone el evento desencadenante del relato, pues Mantis le propone a Drax llevar a cabo una misión que permita a Quill volver a vivir una Navidad feliz, recuperando así su espíritu navideño y, de paso, difundiéndolo entre la comunidad extraterrestre a la que pertenecen.
La gracia del relato consiste en colocar a dos peces fuera del agua: Drax y Mantis son seres embrutecidos y con escasas habilidades sociales, que además desconocen en buena medida los protocolos y normas de interacción humanas. Cuando llegan a la Tierra, dispuestos a cumplir con su misión, tiene lugar una serie de gags basados en su inadecuación al entorno. Esto se manifiesta desde la propia misión, que consiste nada menos que en raptar a Kevin Bacon —quien se interpreta a sí mismo—, debido a que es el héroe de infancia de Quill, sin que ninguno de los dos se pare a pensar en las transgresiones éticas que semejante práctica conlleva. Lo mismo sucede con sus esfuerzos por entender en qué consiste la Navidad, una labor en la que fracasan a pesar de su ímpetu. La trama, los personajes y el contexto genérico provocan que sea difícil no pensar en Pesadilla antes de Navidad (The Nightmare Before Christmas, Henry Selick, 1993), una historia donde unos monstruos tratan, en vano, de replicar el espíritu navideño y celebrar la festividad invernal, rapto de Santa Claus mediante. Los mayores hallazgos en este plano se localizan en la tremenda química clownesca que destila la amistad entre Drax y Mantis, así como la instauración de la cultura pop, no ya como marco identitario —algo habitual en las ficciones superheroicas de James Gunn—, sino directamente como mitología de la era contemporánea. Los distintos papeles de la carrera de Kevin Bacon funcionan como narraciones mitológicas que se toman como ciertas —Drax y Mantis no entienden la diferencia entre realidad y ficción, y por tanto consideran las películas de Bacon como realidades documentales—, y por tanto se convierten en las nuevas Escrituras Sagradas en este universo, de las que se extraen los referentes ético-morales.
Cuando Quill interviene para poner un poco de cabeza al despropósito montado por sus monstruosos compañeros, que para nada ha ayudado a Star-Lord a vivir una Navidad de ensueño, la empatía del aterrorizado Kevin Bacon provoca en él un idealista y nada realista cambio de actitud, que se podría entender, precisamente, como el espíritu dickensiano de la Navidad. Este cambio lo lleva a salvar la Navidad de la comunidad extraterrestre en la que ha sido retenido, y lo hace enseñándoles en qué consiste esta festividad —las dos actuaciones del grupo de música establecen el cambio: de una inicial letra donde abiertamente se expone que no comprenden en qué consiste la Navidad, a una segunda canción, en la que participa el propio Bacon, donde ya se ha interiorizado el espíritu navideño—.
Por último, el círculo se completa con otra narrativa clásica de este tipo de ficciones, que consiste en salvar todos los obstáculos para poder volver a casa a tiempo para celebrar la Navidad en familia —como ya sucedía en el final de Ojo de halcón (Hawkeye, Jonathan Ingla, 2021), la otra ficción navideña de Marvel—. Porque, en última instancia, lo navideño difícilmente se entiende sin lo familiar, de ahí que finalmente el verdadero regalo que Quill recibe no tiene tanto que ver con festejos o la presencia de ídolos, sino con algo más sencillo: con poder pasar este tiempo acompañado de los seres más allegados, como así sucede cuando Mantis le revela que son hermanastros.
Por tanto, Guardianes de la Galaxia: Especial Felices Fiestas es un juego, esta vez sí, efectivo con el género. Otro asunto bien distinto sería analizar los valores formales y tonales de la propuesta, tales como lo poco que se adecúa el formato IMAX a las características narrativas de la pieza y lo desaprovechado que queda, o la problemática manera en que en Marvel se entiende lo provocador. Que James Gunn haya creado El escuadrón suicida (The Suicide Squad, 2021) y El Pacificador (Peacemaker, 2022) para el Universo Extendido de DC (DCEU, en inglés), pone de manifiesto lo blando que es y ha sido todo lo que el autor ha firmado para Marvel. Quizás el mejor ejemplo sea el guiño friki que añade en casa de Kevin Bacon, cuyo plan prenavideño consiste en ver Santa Claus conquista a los marcianos (Santa Claus Conquers the Martians, Nicholas Webster, 1964), cumbre de la apreciación cinéfila en clave canallita. Este tipo de decisiones redundan en la manera complaciente de relacionarse con el público, y en buena medida dinamitan las posibilidades de la media de las ficciones Marvel de trascender su condición de producto marketiniano para convertirse en obras con enjundia cinematográfica.