Gueule d’ange (Angel Face)
Sobre la crueldad y las películas abandonadas Por Martín Cuesta
Querido Manu:
Me he decidido a escribirte esta carta como consecuencia de una conversación que mantuviste hace unos días con respecto a la influencia de la personalidad en los textos que escribimos, a la pertinencia de hablar desde el yo cuando se trata de analizar objetos artísticos, en este caso películas, a la imposibilidad de desprenderse de nuestra subjetividad y cómo, de qué manera, ésta debe mostrarse, en definitiva.
Me hubiera gustado decirte en aquel momento que no debemos pedir disculpas por usar la primera persona del singular en nuestros textos, ya que finalmente siempre, aunque no lo pretendamos, nuestra personalidad se transluce a las palabras que elegimos, al enfoque que le otorgamos, etc. Al igual que el subconsciente de un cineasta aflora por dónde elige colocar su cámara, por la duración de sus planos, por los objetos o personas que incluye en su encuadre, el nuestro lo hace por la morfología de nuestros escritos.
Todo esto viene a cuento por el texto que hoy te envío, en el que voy a romper algunas de las normas que me autoimpuse al empezar a escribir sobre cine, esto es, jamás hacerlo sobre una película con la que he abandonado la sala y preferentemente dedicar mis palabras a imágenes que tienen alguna cualidad que las hagan merecedoras de dedicarle algún tiempo. No es el caso de Gueule d’ange (Angel Face), la película de Vanessa Filho, enclavada en la sección Un certain regard de la muestra cannoise sobre la que te escribo hoy. Una cinta sobre un abandono materno y una infancia perdida, un drama cotidiano o algo así, si consideramos la maternidad a la fuga como algo cotidiano, que creo que no deberíamos.
Mi huída vino determinada por la repulsiva mirada de la directora francesa sobre los cuerpos de sus protagonistas, una mirada que incide en un término bastante de moda entre los compañeros redactores, lo que se ha venido llamando “cine de la crueldad”. Un término que, como todos, termina siendo usado en ocasiones de forma arbitraria, pero que creo que en esta ocasión está perfectamente justificado. Quizá podría servir esta carta para explicarte como ajusto este concepto tan de moda a mis propias ideas sobre el cine. Tomemos un ejemplo… como te decía la película nos habla sobre el conflicto entre una madre despreocupada (o más bien sólo preocupada por los reali-ies, las fiestas desmadradas y el sexo casual) y sus apartadas obligaciones filiales. Tras una de esas noches de alcohol y sospechosas visitas al baño de la discoteca, vemos un plano de Marion Cotillard (tan pasada de tono como de costumbre) tirada en su cama bajo los efectos de la resaca y retratada por la directora en un plano medio, con la actriz de espaldas a la cámara y en posición fetal. Filho retiene el plano durante varios segundos en el culo en bragas de su protagonista, restándole cualquier dignidad a su imagen y haciendo contraplano con la apesadumbrada cara de su hija, por si no nos había quedado claro hasta qué punto debíamos considerar culpable a una mujer tan pérfida y toda esa mandanga.
Espero que esta descripción sirva como paradigma del tono de la película, de cómo una y otra vez, a lo largo de su metraje, al menos del metraje que alcancé a ver, la única obsesión del filme es denigrar a sus personajes, sin ningún afán humanista de redención, tampoco teniendo el humor como excusa, sino sólo por el mero placer de humillar y de épater a los espectadores impresionables, pura pornografía visual. Espero también que ofrecer este punto de vista, no sobre una película abandonada a mitad de su metraje por un cronista cabreado sino sobre los motivos que pueden llevar a ese cronista a abandonar la proyección, sea de interés para ti o nuestros lectores. Por compensar, mañana prometo volver a escribir de cosas más gratificantes, o al menos intentarlo.
Recibe un fuerte abrazo,
Martín.