Había una vez un hombre (Terje Vigen)

La Naturaleza como reflejo del alma Por Eduard Grañana

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El artista no obtiene sus conquistas a través de la vida, sino a través de la imitación artística. La frase en cuestión, cuya autoría recae sobre André Malraux, fue utilizada a mediados del siglo pasado por el escritor e historiador de cine sueco Bengt Idestam-Almquist para demostrar, a través de la figura de Victor Sjöström, que no siempre es así. Para este escritor nórdico, el cineasta sueco se convirtió en artista por el influjo de una inmediata inspiración 1, una especie de conversión espontánea que convertiría a aquel director de teatro en uno de los grandes cineastas de la historia. Transformación, que Idestam-Almquist sitúa en algún lugar de la costa noruega alrededor de 1915. Pero ni Sjöström se convirtió en artista de forma espontánea en algún lugar de la década de los diez mientras paseaba por la costa noruega, ni tal transformación fue inmediata. Sjöström y aquellos pioneros del cine sueco conocieron y estudiaron las industrias cinematográficas que les envolvía para dar vida a su propia época dorada. Buscaron influencias en el cine épico italiano, en el Film d’Art francés y aprendieron técnicas cinematográficas de la mano de directores como Paul Garbagni, de los estudios Pathe 2 o de los estudios daneses de la Nordisk Films. Las ideas de Charles Magnusson, director ejecutivo de la Svenska Biografteaterm, también fue clave para entender este cambio de paradigma de aquella joven industria cinematográfica: disminuir la producción de filmes para así, poder aumentar su calidad.

Pero más allá de las influencias de otros cines dominados por escenarios grandilocuentes o de interiores al estilo barroco como el italiano o el francés, el cine sueco decidió huir de aquellos platós y buscar en el patetismo y la poesía de sus paisajes su signo distintivo. No en vano, aquellos fundadores de la industria cinematográfica sueca, como Magnusson o Jaenzo, eran ex-documentalistas y la literatura escandinava decimonónica ya había utilizado el paisaje autóctono como algo más que un simple telón de fondo.

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Había una vez un hombre (Terje Vigen, Victor Sjöström, 1917), filme que dio origen a una época de esplendor que perduraría hasta 1924, refleja, de alguna manera, esta salida del cine hacia un mundo exterior donde la naturaleza juega un papel primordial. La historia, basada en un poema del dramaturgo noruego Henrik Ibsen, relata la vida del pescador Terje Vigen. Una vida marcada por la pérdida de su hija y su mujer durante las guerras napoleónicas como consecuencia del encarcelamiento del protagonista por las tropas inglesas, cuando este viaja a Dinamarca en busca de alimentos. Y una vida, donde el sentimiento de venganza atenuado por parte del protagonista, renace tras encontrar al que en su día fue, de forma indirecta, el verdugo de su familia.

El papel del paisaje, como elemento que va mucho mas allá de la simple ambientación, se convierte, no solo en un ente que actúa sobre el destino de los personajes, sino también en un focalizador de su psique, principalmente la de su protagonista, encarnado por cierto, por el propio Victor Sjöström. Ya en las primeras imágenes del filme, seremos testigos de esta simbiosis que forman Naturaleza y Terje Vigen y que nunca llega a desaparecer. Unos planos que muestran un protagonista que tras salir de la oscuridad casi claustrofóbica de su hogar, se acerca a la orilla donde las olas golpean enfurecidamente las rocas, creando un bello plano general donde la rabia de la Naturaleza se fusiona con la del anciano, dando paso a continuación, a la propia historia, contada a través de un flashback. Un mar encolerizado que se irá transformando a lo largo de la película de la misma manera que cambian los sentimientos del protagonista. El mar en cólera de los primeros minutos se vuelve plácido cuando, el ahora joven protagonista, piensa con calma el destino que ha de tomar tras llegarle la noticia del bloqueo marítimo inglés y retornará a su estado más vesánico cuando, pasados los años, Terje Vigen se reencuentra con el soldado británico, que junto con su mujer e hijo, ven peligrar sus vidas mientras navegan por los mares que bañan las costas suecas. La última imagen del filme, donde el protagonista despide a la familia del soldado inglés, vuelven a mostrar un mar sereno, sensación compartida por el protagonista tras haber tomado la decisión de haber salvado finalmente la vida de aquel antiguo enemigo y la de su familia. No solo Terje Vigen se encuentra en total simbiosis con la Naturaleza, en mayor o menor medida, todo personaje está unido al paisaje que le rodea. Ejemplo de esta unión lo encontramos en los ciudadanos agonizando por la hambruna provocada por el bloqueo marítimo, que de la misma manera que el protagonista, son representados en tal escena, como sujetos ecológicos difícilmente separables del paisaje que los envuelve.

Había una vez un hombre

Un paisaje fotografiado por Julius Jaenzon en donde algunos autores han visto la herencia de ciertas pinturas paisajistas europeas, en la que el espectador (tanto el de aquellas pinturas como el del filme) puede sentir la necesidad de habitarlas imaginativamente 3, una sensación producida por la utilización de planos paisajísticos de larga duración que fomentan la meditación del espectador 4. De nuevo cabe evocar, para ejemplificar tal sensación, aquella escena donde el protagonista, sentado a la orilla de un mar en calma, medita, como el propio espectador, sobre la dura situación a la que está sometido su familia y su pueblo y en la que tiene que tomar una decisión.

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Había una vez un hombre (Terje Vigen) se estrenó en una época convulsa. Como en el filme, los océanos de aquellos años eran escenario de un conflicto bélico, la Gran Guerra, producto de la cual dio origen a la Guerra Submarina, un conflicto que al igual que en el poema de Ibsen, se ve marcado por un bloqueo marítimo. De alguna manera, Charles Magnusson parecía buscar, aprovechando aquella coyuntura, el enaltecimiento de la población escandinava cuando propuso aquella historia a Sjöström. El poema de Henrik Ibsen, publicado en 1871, tuvo diversos resurgimientos de popularidad entre la población (como en 1905 durante la disolución de la unión entre Suecia y Noruega) así como nuevas reediciones (también en 1905 aparece una edición ilustrada por Christian Krogh). En 1917 el poema de Ibsen no era, por tanto, un texto totalmente desconocido para la población escandinava, incluso se llegó a decir que algunos espectadores de la época recitaban el poema de memoria mientras visionaban el film. Bo Bergman, miembro de la Academia Sueca, destacó precisamente tras el visionado de la película la fidelidad hacia el texto original. Una fidelidad del texto nada reñida con las imágenes mostradas por Sjöström, donde estas actuaban en ocasiones como ilustraciones del propio poema, mostrando así ciertas cualidades del paisaje que no se detallan en el texto. Un soporte donde también juega un papel importante la interpretación ya que Victor Sjöström en su carrera tras las cámaras apostó por la eliminación de la exageración teatral de los actores sustituyéndola por una interpretación más realista, donde los personajes reflejan sus aspectos psicológicos. A pesar que no siempre es así y el histrionismo se antepone en varias ocasiones al realismo, si que se nos muestra en diferentes escenas a un Terje Vigen en su lado más íntimo y reflexivo.

 Había una vez un hombre

El éxito del filme nos puede hacer sospechar que aquella intención de Magnusson de ensalzar el espíritu nacional se consiguió. El final de la obra, donde el barco británico iza la bandera sueca en muestra de agradecimiento, es toda una victoria de Terje Vigen, extrapolable, cómo no, a todo un pueblo. Pero también este final de reconciliación supone, como lo argumentó en 1960 Jean Béranger, historiador del cine escandinavo, un acto de armonía con la grandeza del mar 5, ya que, no lo olvidemos, la lucha del hombre no solo es con su semejante, sino con la Naturaleza, representándose estos seres humanos, y utilizando de nuevo las palabras de Béranger, como pequeñas hormigas miserables.

  1.  IDESTAM-ALMQUIST, Bengt. (1958): Cine sueco. Ed. Losange. Buenos Aires
  2.  HJORT, Mette; LINDQVIST, Ursula (Ed.) (2016): A companion to Nordic cinema. Ed. John Wiley & Son.
  3.  GUNNING, Tom (2010): Landscape and the fantasy of moving pictures: Early cinema’s phanton rides en HARPER, G, RAYNER, J. (2010): Landscape and the Fantasy of Moving Pictures: Early Cinema’s Phaton Rides. Ed. Itellect. Bristol.
  4.  HJORT, Mette; LINDQVIST, Ursula (Ed.) (2016): A companion to Nordic cinema. Ed. John Wiley & Son
  5. KWIATKOWSKI, A. (1983): Swedish Film Classic. Ed. General Publishing Comany. Toronto.
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