Hablar

El lenguaje está pervertido Por Jose Cabello

No podemos negar que la Tecnología tiene el pie sobre el cuello de la Comunicación entre seres humanos, quedando esta última cada vez más supeditada a la primera. No estoy en contra del progreso tecnológico, que nadie se eche las manos a la cabeza, pero sí me posiciono cuando dicho “avance” repercute en un detrimento de las cualidades del ser humano. Si ya de por sí estamos bombardeados por el corto plazo, el fast lifestyle, provocando una falta de atención gigante hacia todo lo que suponga más de tres minutos de observación, la brecha no hace más que seguir creciendo con la eclosión de las redes sociales. Y el ejemplo más claro lo tenemos cuando, en algunos casos, quedar con un amigo se convierte en una lucha a machete entre su móvil y tú, y ambos debemos competir por su atención. Cada vez más, al menos en mi caso, desistimos en la batalla contra el móvil, terminamos cediendo e ignorando que nuestro amigo está pendiente del teléfono continuamente. Y entonces se produce una deformación de la comunicación. No funciona.

Hombres, mujeres y niños (Men, Women and Children, Jason Reitman, 2014) podría ser una representación paradigmática de la deconstrucción de la Comunicación. Independientemente de que la película no levante cabeza, consigue transmitir no solo hasta dónde ha llegado la adicción al teléfono móvil (la mayor red de comunicación de bolsillo hoy día) sino cómo actos que en un pasado reciente se hacían cara a cara, como ligar y escenificar un tonteo absurdo para calentar a la otra persona, han pasado hoy a deconstruirse y resolverse a través de una frase escrita en el móvil mientras estamos comprando ropa, paseando al perro o simplemente sentados en la taza del water.

Hablar

Joaquín Oristrell inaugura la decimooctava edición del Festival de Málaga con Hablar (2015), una película coral que reivindica la palabra, la comunicación entre nosotros, y critica la comunicación fosilizada, una comunicación que provoca malentendidos y continuas frustraciones en el ser humano. Hablar, rodada en un plano secuencia que, a diferencia que Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or The Unexpected Virtue of Ignorance, Alejandro González Iñárritu, 2014), no maltrata al espectador con la sensación de vértigo, transita por las calles del barrio de Lavapiés, un barrio espejo de la clase media/baja.
Hablar se arma con veinte historias en donde la palabra es la clave de la solución al conflicto y los relatos se entrecruzan, no empiezan y acaban, sino que transcurren paralelos en el tiempo.
Las tramas son dispares: un “adicto” al porno que se excita con las palabras cibernéticas de otras mujeres que no son la suya causando una discusión en plena calle con su mujer; un empresario que, en un tono casi de provocación, aborda con el relato de sus quehaceres diarios al chico de un puesto de comida; una chica desgastada de hacer entrevistas de trabajo que no logra ver más allá de su desastre; una pareja de amigas barrenderas en la que una no logra trasladar a la otra su sensación de no verse querida; o un joven escritor que se encuentra por casualidad con su antigua profesora de Lengua, irónicamente muda del estado tan afligido en el que se halla.

Hablar 2

La mayor parte de los relatos respiran naturalidad, otros, sin embargo, hacen que Hablar caiga tímidamente en una actitud panfletaria que ya destilaba ¡Hay motivo! (Varios, 2004), empleando ahora a un empresario xenófobo o un sketch, intencional o no, sobre la burbuja inmobiliaria. No solo tienen en común el discurso político sino que al establecer la película en un barrio como Lavapiés (cada vez más lejos de lo que representó en sus orígenes), o introducir elementos para suscitar debate entre los personajes, como el cartel de Podemos, ambas películas funcionan como una visión demasiado estática que reproduce la situación en nuestro país muy acotada por su contexto.

Pero lo más importante del cine de Joaquín Oristrell se vuelve a repetir en Hablar, al conseguir sacarnos de la sala con una actitud optimista, de buen rollo, de fraternizar en la idea de colectividad que tanto forma parte de su peculiar manera de entender el cine. Y el espíritu libre que el director posee, la empatía que consigue transmitir, va en la misma línea que derrocha en sus continuos homenajes a la profesión de actor. El episodio dentro del teatro, con el que pone fin a la película, es una veneración a la Palabra en sí misma, pero también es una ofrenda al actor, un homenaje por acoger esas palabras en su boca y materializar sus ideas, pues el cine de Joaquín Oristrell defiende a los actores como reyes de su tablero, no como peones.

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