Hagazussa
La mirada del otro Por Pablo López
Resulta muy interesante haber podido ver The Ritual (2017), la película de terror de David Bruckner, el día antes de la proyección en Sitges de Hagazussa (2017), debut en el largometraje del alemán Lukas Feigelfeld. Interesante porque, siendo dos películas muy diferentes, las visiones antagónicas del paganismo que ofrecen resultan, en su comparación altamente expresivas. The Ritual cuenta la historia de un grupo de ingleses del siglo XXI que se internan en un bosque sueco y descubren un terror del pasado. Por su parte, Hagazussa retrata la vida de Albrun, una joven del siglo XV que vive en los Alpes alemanes, y cómo lidia con la convicción de los lugareños de que se trata de una bruja.
¿Dónde está la relación? A nivel formal no podrían estar más alejadas: mientras The Ritual es un eficaz filme de terror moderno, cercano a las claves de El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999) pero, en esencia, bastante convencional, Hagazussa juega en un terreno muy diferente. La cadencia del montaje, la fotografía de tonos saturados que se vuelve progresivamente más abstracta y un uso del sonido poco convencional hacen que el filme alemán se acerque más a lo experimental que a un cine de terror preocupado por la legibilidad y lo argumental. Por tanto, si las propuestas de The Ritual y Hagazussa se encuentran en lados opuestos del espectro cinematográfico, ¿dónde está la vinculación?
La relación, insisto, antagónica, está en su forma de mirar al paganismo, es decir, al extraño. Ambas son películas producidas en países de raíz cristiana, pero en una el otro, el mal, está encarnado por el paganismo (algo común en el cine de terror, The Ritual no es aquí más que un ejemplo paradigmático), mientras que en Hagazussa es el cristianismo intolerante la fuente de esa ruptura de la cotidianeidad en la que se basa todo relato de terror. Más interesante aún, la película alemana convierte al pagano en el protagonista. En este caso una joven (interpretada por Aleksandra Cwen, que se marca aquí un impresionante tour de forcé) que desde niña ha sido aterrorizada por los aldeanos, quienes consideran a ella y a su madre un par de brujas porque viven lejos del pueblo y no participan en las actividades de la comunidad. En una de las secuencias del principio de la película el sacerdote local invita a la joven a visitarle en la iglesia. Allí le explica que no ven con buenos ojos su forma de vida y que esperan que se acerque a la luz de Dios. La ironía aquí es que las paredes del templo están cubiertas de calaveras humanas, símbolos de un culto a la muerte muy común en el cristianismo medieval y que, probablemente, tenía su raíz en el paganismo. Una paradoja que, por supuesto, parece pasar inadvertida para el párroco y sus seguidores.
De esta forma, Hagazussa se va convirtiendo poco a poco en la historia de una resistencia. Al principio, inconsciente: la joven solo quiere vivir tranquila y tener una buena relación con los aldeanos. Después, tras un suceso trágico, la resistencia se vuelve más activa, violenta, de hecho. La joven se venga de los aldeanos y, más importante aún, trata de recuperar las raíces un tanto olvidadas de sus creencias. En la película estas se reflejan en la relación con el entorno: en una de las secuencias más hipnóticas de la película, la joven toma una seta alucinógena y se funde con la naturaleza. Poco a poco, va convirtiéndose más y más en aquello por lo que la odiaban: incapaz de vivir como los demás exigen que lo haga, la resistencia de Albrun acaba tornándose identitaria. Si no puede coexistir con ese cristianismo que la considera un monstruo por ver el mundo de otro modo, entonces no le queda otra opción que abrazar aquello que la ha convertido en una paria, la herencia de su madre.
Pero Hagazussa va aún un paso más allá en la forma en la que muestra todo esto, dando una pátina de ambigüedad que permite al espectador posicionarse en cualquiera de los dos lados. Cuando Albrun vive una experiencia casi sexual, en el sentido más amplio de la palabra, mientras ordeña una cabra, es posible verlo como el indicativo indiscutible de que la muchacha es, en efecto, una bruja depravada. También es posible, por el contrario, comprender que el contacto con la leche recién ordeñada y la suavidad de las ubres del animal no hacen más que ofrecerle a la joven el calor que tanto anhela. Porque Hagazussa puede leerse de ambas formas: como la transformación de una joven inocente en una bruja capaz de crímenes atroces o como su descenso a la locura a través de una soledad impuesta por la intolerancia reinante. De hecho, aquí la película se hermana con La cinta blanca (Das weiße Band – Eine deutsche Kindergeschichte, Michael Haneke, 2009) como retrato de las raíces cristianas del nazismo al que Lukas Feigelfeld apunta sutilmente mediante la referencia despectiva a los judíos de una de las aldeanas, comparándolos con las brujas.
Y así regresamos a The Ritual (que es, dicho sea de paso, un digno relato de terror). La película de David Bruckner sirve como espejo de Hagazussa, es lo que queda tras la victoria del cristianismo sobre el paganismo. Una prueba de la demonización de otras formas de entender el mundo a la que siglos de cultura cristiana nos han abocado. Así, Hagazussa acaba por convertirse no solo en la historia de resistencia de la joven Albrun: es un acto de resistencia sobre una mirada, la cristiana, que ha condicionado y distorsionado durante siglos la forma en la que Europa se ha relacionado con todo aquello que permanecía en los márgenes impuestos por dicha mirada.