Hannah Arendt
Una reivindicación del pensamiento Por Laura del Moral
Hannah Arendt fue una de las pensadoras más importantes del siglo XX, impartió clases en numerosas universidades de Estados Unidos, incluyendo la Universidad de Chicago, Berkeley, y la Universidad de Princeton, donde fue la primera mujer que recibió una cátedra. En la New School for Social Research ejerció como profesora de filosofía política hasta su muerte. En 1951 publicó un libro fundamental sobre una nueva forma de poder político, Los orígenes del totalitarismo, en el considera que el nazismo ha dado forma a un tipo de violencia que se caracteriza por una nueva forma de administración del terror. Ningún libro había investigado de esa forma los pasos hacia las tiranías del siglo XX de Hitler y Stalin. Demostró que el racismo estaba enquistado en las sociedades de Europa central y occidental a finales del siglo XIX y cómo el imperialismo experimenta con las posibilidades de indescriptible crueldad y asesinato en masa. Este estudio le trajo la admiración se sus colegas y de amplios sectores de la educación y a él le siguieron otros textos fundamentales para el pensamiento contemporáneo.
En Hanna Arendt (2012), la directora alemana ha centrado su película en un período posterior, en cuatro años de la vida de la filósofa en los que se produjo el juicio del Teniente Coronel de las SS, Adolf Eischmann, en Jerusalén, y que ella cubrió como corresponsal para el The New Yorker. Abre y cierra la película una imagen nocturna de Manhattan, Nueva York es la ciudad que la propia Arendt califica como su paraíso, a la que emigró después de duros años en los campos de internación en Francia y en la que tuvo que aprender su idioma, un aspecto fundamental, el de la lengua, que no se puede olvidar, remarca la propia directora, en cualquier situación de exilio.
Hannah Arendt Causó una revolución con el planteamiento que otorgó a los hechos que ocurrieron durante el Holocausto a raíz de su asistencia al juicio. En el film se enfrenta al ser pensante con el no pensante, Arendt, discípula de Martin Heidegger, se cuestiona la capacidad de decisión y de raciocinio de Adolf Eischmann al que retrata como un simple funcionario, el cual no se cansó de repetir durante su proceso “que sólo cumplía con su deber, no sólo que obedecía órdenes, sino que también obedecía la ley”, esa nueva ley común que había impuesto el Fürher y que su administración llevaba a cabo sin utilizar su capacidad de sentir ni reflexionar. Todas las conclusiones que obtuvo a lo largo del sumario le acabaron conduciendo al concepto de “la banalidad del mal” una separación entre la voluntad y la responsabilidad como consecuencia de que el mal pasa por entre las debilidades de la libertad y las impotencias del juicio. El tribunal reconoció en su sentencia que el delito únicamente podía haber sido cometido bajo una gran organización burocrática con recursos gubernamentales pero cuando las actividades que realizó constituían delito todas las piezas de la maquinaria se convertían, en autores, en seres humanos y aquí es dónde ella plantea que la naturaleza de todo gobierno totalitario y quizá de toda burocracia sea transformar a los hombres en simples ruedecillas de la maquinaria administrativa, de deshumanizarles.
Su exposición de los hechos fue objeto de controversia y de una campaña organizada, con amenazas incluidas, contra la autora tanto por parte de sus colegas intelectuales como de algunos de sus más cercanos amigos. Sólo tuvo el apoyo de su marido, Heinrich Blücher, algunos íntimos y el de sus alumnos de la Universidad que la admiraban profundamente, a los que Arendt explica en una conferencia que concede que ella nunca había tratado de perdonar sino simplemente de comprender, de entender lo que había ocurrido. Margarethe von Trotta ha querido diferenciar a la pensadora, Arendt, contundente, decidida, fría, trabajadora y a Hannah, la mujer cálida, amiga de sus amigos, cómplice y muy enamorada de su marido y que hace del acto introspectivo del pensamiento, de la reflexión su modo de respuesta y de refugio ante todas las acusaciones y advertencias que recibe.
La filósofa alemana está interpretada con inteligencia y de forma notoria por Barbara Sukowa con la que la directora ya había trabajado en Rosa Luxemburgo (Rosa Luxemburg, 1986) y de la que también escribiremos a propósito de la retrospectiva que ha ofrecido el Festival de Cine Alemán junto con la segunda película que forma su trilogía del Holocausto, La calle de las rosas (Rosenstraße, 2003) completando así los tres films con los que la directora ha querido recordar el pasado de su país.
Un activista y pensadora cuya obra se resiste a una simple clasificación, la impresionante lucidez de los escritos de Arendt interesa tanto a estudiosos como al público lector. Su escritura continúa deleitando e inspirando, incluso nos continúa enfrentando a las mismas preguntas hoy en día.