Hanussen (El adivino)
No actuar a tiempo Por Yago Paris
Tras Mephisto (1981) y Coronel Redl (Redl ezredes, 1984), el final de la conocida como «trilogía de Centroeuropa» de István Szabó se cierra con Hanussen (El adivino) (Hanussen, 1988). A pesar de que su autor asegura que jamás ha pensado en estas tres obras de manera conjunta, ni que su intención haya sido desarrollar una trilogía, lo cierto es que estamos ante historias con numerosos vasos comunicantes. Las tres transcurren durante los años más convulsos del siglo XX, que van desde la caída del Imperio austrohúngaro hasta el auge del nazismo. Sus protagonistas son personajes individualistas, que poseen alguna cualidad que les permite distinguirse del resto, pero que, en lugar de utilizar su situación, su talento, para obrar un cambio, acaban seducidos por el poder y pagando las consecuencias. La que más se desvía de esta línea es Coronel Redl, el filme con el personaje más honesto, pues, a su manera, cree en el bien común y en la defensa de un orden positivo para la sociedad, aunque este sea el Imperio austrohúngaro, hasta el punto de que llega a dar su vida con tal de mantener viva una idea que se cae a pedazos. Con Hanussen (El adivino), Szabó desarrolla un filme que es, en el fondo, una revisión de las ideas y patrones narrativos ya ofrecidos en Mephisto, con el doble problema de estar en cierto sentido repitiendo lo que ya se ha hecho y, aunque aportando variaciones, dando lugar a una cinta claramente inferior en sus valores cinematográficos. La mayor pega que se le puede poner al filme es la manera en que las escenas y los personajes se instrumentalizan para la exposición, en algunos casos burda, de ideas y pensamientos, dando lugar a una narración plagada de escenas cortas y personajes endebles, lo que provoca que, como ficción, la película sufra para mantenerse en pie. En el plano de las similitudes entre esta y Mephisto, aquí también contamos con un personaje basado en una persona real —Klaus Schneider, inspirado en Harschel Steinschneider—, que pertenece al mundo del espectáculo, donde se hace llamar Erik Jan Hanussen —interpretado por Klaus Maria Brandauer, como en las tres obras de la trilogía—, quien escala en la pirámide social a través de sus magnéticos espectáculos —a diferencia de Höfgen, el protagonista de Mephisto, Hanussen sí tiene talento—, lo que lo lleva a codearse con las altas esferas, y finalmente caer de manera estrepitosa, también víctima de los nazis. La gran diferencia, la que permite que las tres obras de la falsa trilogía establezcan un intertexto rico en matices, es la actitud del protagonista hacia el poder. En este caso, Hanussen afirma tajantemente que no quiere tener nada que ver con este, que no pertenece a ningún partido, que nunca lo hará, y que solo mira por su interés. De esta manera, el filme permite ofrecer otra de las grandes reflexiones de la filmografía de Szabó, que consiste en el problema moral de, pudiendo hacer algo para cambiar el contexto social, optar por mirar hacia otro lado, por egoísmo, hasta el punto de que, cuando uno entra en razón y decide actuar, ya es demasiado tarde. De esta manera, Hanussen (El adivino) dialoga de manera directa con Mephisto, y, aunque funciona mejor como engranaje en la filmografía de Szabó que como filme autónomo, son sus diferencias entre la primera entrega de la trilogía y esta la que permite que se puedan extraer aspectos de valor de un filme, por lo demás, discreto.
I. El talento extraordinario
El filme comienza en los últimos coletazos de la Primera Guerra Mundial. El protagonista, a quien en este momento de la narración todavía se lo conoce por su nombre real, Klaus Schneider, sufre una herida en la cabeza estando en el frente, por lo que es enviado a un sanatorio. Allí descubre su inmenso poder, cuando es capaz de convencer a uno de los muchos heridos de guerra de que no haga explotar una bomba que se lo lleve por delante, junto con el resto de compañeros. Nunca se llega a especificar en qué consiste, pero la habilidad de Schneider puede ser utilizada para sanar los trastornos mentales. El protagonista, quien ha establecido una estrecha relación con su médico, el doctor Bettelheim (Erland Josephson), se traslada con este a Budapest para continuar con su labor sanadora, pero es tentado por un oficial del ejército a quien conoció en el frente, el capitán Tibor Nowotny (Károly Eperjes), quien trabajaba en el mundo del espectáculo antes de que la guerra comenzase. Este le ofrece la posibilidad de sacarle un próspero rendimiento económico a sus habilidades, tras haberle visto realizar un pequeño show de adivinación en el sanatorio, y finalmente Schneider cae en la tentación de la fama. En otras palabras, el protagonista, que posee un gran poder, opta por sacarle un beneficio individual, en vez de cumplir con la responsabilidad social que su gran poder acarrea.
El protagonista se traslada a Checoslovaquia junto con Nowotny, y se cambia de nombre, pasando a ser conocido por el más comercial seudónimo de Hanussen. Las suspicacias de las autoridades hacia su poder lo llevan ante los tribunales, donde explica en qué consiste: «Me siento ciudadano de centroeuropa, donde hemos compartido el mismo destino», lo que, según él, le permite entender lo que las diferentes naciones de esta región europea necesitan y anhelan, de ahí que dé la impresión de que es capaz de adivinar algo que en realidad simplemente ya conoce de antemano. Al mismo tiempo, señala otro aspecto crucial: «Yo simplemente expreso lo que ellos no se atreven a expresar». De esta manera, es capaz de decir lo que todo el mundo piensa pero nadie se atreve a decir, o, mediante sus ejercicios de hipnosis —quizás simple capacidad de convicción—, lograr que las personas pierdan el miedo y lleven a cabo aquello que desean pero a lo que no se atreven. Como buena película donde los diálogos sirven para emitir sentencias sobre los personajes o las intenciones de la obra, esta escena es una de las claves para entender las capacidades de Hanussen y los puntos clave por los que pasará posteriormente.
II. La diferencia se paga
Esta capacidad para la observación de los detalles, sumada a su enorme conocimiento de la condición humana, permite que su éxito sea descomunal, pues, en una época de enorme incertidumbre y crisis económica, donde todo el mundo está aterrado ante el futuro y anhela saber qué sucederá, Hanussen es capaz de predecir lo que tendrá lugar. Su gran éxito lo lleva a ascender en la pirámide social, permitiéndole codearse con las élites germanas, país al que se traslada posteriormente y en el que se instala. Es ahí donde alcanza su mayor éxito, pero es ahí también donde levantará las mayores suspicacias. Hanussen no es el único austriaco nacido el 20 de abril que llega a Berlín y alcanza una gran notoriedad social. En paralelo se construye un discurso que conecta el destino del protagonista con el de Adolf Hitler, quien, en fuera de campo, va ganando cada vez mayor poder. En un primer momento, el partido nacionalsocialista quiere contar con los servicios de Hanussen, pues saben que le pueden sacar un enorme rédito a sus capacidades, especialmente a partir de que, presionado por la prensa para que ofrezca predicciones sobre el futuro cercano, Hanussen asegure que Hitler ganará las elecciones, como finalmente sucede. Sin embargo, el personaje rechaza frontalmente formar parte de ninguna asociación política de ningún tipo, algo que los nazis ven de manera sospechosa, pues, si es una persona con talento y no pertenece al partido, se convierte en un enemigo temible. El lazo se va estrechando en torno a él a medida que este va tonteando con distintas esferas de poder. Destaca su interacción con Henni Stahl —evidente trasunto de Lenni Riefenstahl, a quien interpreta Ewa Blaszczyk—, una fotógrafa que trabaja para el mismísimo Hitler, quien le da el siguiente consejo al protagonista: «Asegúrate de nunca ser iluminado desde arriba». Es una advertencia, a sabiendas de que es posible que se tomen represalias contra él. Al mismo tiempo, la idea alude de manera directa al final de Mephisto, donde el protagonista era enfocado desde lo alto de las gradas de un estadio por una serie de focos, que lo perseguían a lo largo del terreno de juego. Los destinos de estos dos personajes, como anticipa este consejo, están condenados a converger.
A diferencia de Höfgen, que en el fondo era un actor mediocre que trató de sacarle partido a un contexto social en el que escaseaba el talento, Hanussen es un hombre muy capaz, que destaca frente a la normalidad de la sociedad, algo que un régimen totalitario homogeneizante siempre verá como una amenaza frente al sistema. Al mismo tiempo, resulta un problema por recordar demasiado al propio Hitler. En ambos casos, se trata de dos personajes con una inmensa capacidad de convicción, que ofrecen respuestas a un futuro incierto, y que son capaces de movilizar la voluntad de las masas. Ambos consiguen contarle a la población lo que esta quiere oír, o, lo que es más perturbador todavía, verbalizan lo que la población ya piensa pero no se atreve a decir. Esto se manifiesta de manera clara en uno de los espectáculos de hipnosis, donde Hanussen le pregunta a una mujer, que se ha ofrecido voluntaria a participar, qué pensaría si le dijese que al final del número va a conseguir que ella le prenda fuego al teatro, a lo que esta le responde que se reiría, incapaz de creerse algo así. Sin embargo, cuando la hipnosis ha comenzado, la mujer recibe una antorcha y comienza a quemar una de las cortinas, mostrando en el rostro una pasión y una convicción estremecedoras. Al igual que haría Hitler, Hanussen consigue crear un espacio seguro donde las personas dan rienda suelta a sus instintos ocultos. Acto seguido, se muestra un mitin político nazi, donde en el discurso se expone lo siguiente: «El fuego purificador que hemos prendido. Ahora debemos, todos nosotros, alzar una antorcha que ilumine el camino para nuestro pueblo. Una antorcha que prenda fuego a todo lo que está arrastrando nuestra nación al mundo de los traidores». El paralelismo parece evidente.
Otra escena, en este caso de supuesta hipnosis, complementa la actitud de la población. En ella, una amante de Hanussen le pide que la hipnotice para conseguir que se tire por la ventana, suicidándose. Sin embargo, esto no llega a ocurrir, y se sugiere que es así porque la joven en realidad no desea hacerlo. De esta manera se refuerza la idea de que, aunque Hitler y Hanussen sean manipuladores, solo son capaces de espolear un sentimiento preexistente, no de crear voluntades donde no las había. De esta manera, Szabó señala los problemas del poder, su capacidad para crear escenarios donde la sociedad sufre, pero no se olvida de la parte ineludible de responsabilidad de la población, que no es simplemente víctima de su contexto, sino que también ayuda de manera activa a crearlo. Como ya se había comentado en Budapest Tales (Budapesti mesék, 1977), el realizador se mueve entre una visión idealista de la sociedad y la consciencia de que el ser humano es capaz de los mayores horrores, que en muchos casos nacen de los propios individuos de a pie, no de las altas esferas.
III. No actuar a tiempo
Uno de los principales problemas morales que István Szabó ha señalado en su cine consiste en la colaboración con el poder, es decir, en posicionarse de su lado. Sin embargo, existe también otra visión, aquella de quienes no se posicionan de ningún lado, es decir, que ni favorecen al poder ni lo combaten. También existe un problema moral en estos casos, pues, como defiende el cineasta, no posicionarse es una manera de posicionarse. Esta idea ya se localizaba en uno de los cortometrajes que rodó durante su etapa universitaria, antes de dar el salto al largometraje. La obra en cuestión es Variációk egy témára (1961), donde se muestra una terraza en la que diferentes grupos de personas disfrutan del buen tiempo. Un músico está amenizando la tarde pero, en el momento en que para, comienzan a oírse los pasos de una marcha militar, cuyo volumen es cada vez mayor, hasta que acaba siendo insoportable para los asistentes, momento en el que uno de ellos decide quitarse las gafas de sol, para observar lo ocurrido. De manera metafórica, el autor reflexiona sobre los problemas de acomodarse al bienestar y no estar vigilante ante los posibles cambios, que pueden dar lugar a la instauración de regímenes totalitarios. Nuestro deber ciudadano consiste en, a diferencia de este grupo de personas, no mirar para otro lado, porque, como le sucede al personaje que trata de actuar, es muy posible que, para cuando queramos hacer algo, ya sea demasiado tarde.
Este es el caso de Hanussen, un personaje individualista que solo piensa en su beneficio, y que decide no actuar a pesar de que es el único que tiene la capacidad para hacerlo, puesto que ve el futuro y sabe que es oscuro. Esto se lleva al extremo de que, aunque nunca quiere formar parte de ningún partido político, llega incluso a asistir a un mitin político del partido nacionalsocialista. Sin embargo, llega un momento donde toma suficiente conciencia como para darse cuenta de la gravedad de los horrores que están por venir, pero ya es demasiado tarde para entonces. El protagonista es detenido por las autoridades y, sin mayores explicaciones, simplemente para evitar cualquier posible riesgo ante la existencia de una persona talentosa que no se alinea abiertamente con el partido, es asesinado en un bosque. El personaje, por tanto, no ha actuado a tiempo para evitar la catástrofe, como se muestra en la escena final, que consiste en material de archivo donde se expone el incendio del Reichstag. De esta manera, István Szabó ofrece una nueva perspectiva de su obsesiva investigación en torno a los problemas relacionados con interactuar con el poder, una de las ideas clave de la trilogía de Centroeuropa, y que seguirá investigando en las posteriores obras de su carrera.