Happer’s Comet
Extrañamiento pandémico Por Yago Paris
La pandemia de COVID-19 ha condicionado la vida de todos los habitantes del planeta de manera determinante, por lo que, más pronto que tarde, el cine acabaría reflejándolo. Y el tiempo que se tuvo que esperar para que aparecieran las primeras ficciones en torno a ideas como el confinamiento no fue demasiado grande. Sin embargo, muchas de estas obras —Madrid, interior (Juan Cavestany, 2020); La treintena (Mireia Noguera, 2020); Juntos (Together, Stephen Daldry, 2021); Confinados (Locked Down, Doug Liman, 2021)— se limitan a hablar de manera un tanto obvia, complaciente y cinematográficamente plana de unos eventos tan extraordinarios, apabullantes y desconcertantes que da la impresión de que los creadores de estas obras no han estado demasiado finos a la hora de reflexionar más allá de lo evidente del encierro. Es por ello que resultan especialmente notorias las pocas muestras de lucidez en este campo. Tal es el caso de Coma (Bertrand Bonello, 2022), un filme capaz de hablar del confinamiento sin caer en la obviedad representativa de los cambios de rutina o los nuevos procesos de socialización. Mediante diferentes líneas narrativas, que van de la realidad a la ensoñación pesadillesca, pasando por la fantasía escapista por desesperación y el necesario volcado de la vida en lo virtual, Bonello consigue crear imágenes que hablan de las consecuencias del confinamiento sin referirse a este de manera directa, al construir un desconcierto que llega gracias al incontrolable solapamiento de planos de realidad propio de un estado mental alterado, el que produjo el encierro en casa.
Algo muy similar sucede en Happer’s Comet (Tyler Taormina, 2022), obra programada dentro de la sección oficial del festival Novos Cinemas, donde se llevó los premios a la mejor película por parte del jurado internacional y del jurado de la crítica. La película es una cinta experimental que, prescindiendo enteramente de diálogos y casi por completo de trama, captura en imágenes las consecuencias que el confinamiento tiene sobre una pequeña comunidad residencial de Estados Unidos. Aunque nunca se aclara que este sea el caso, el director deja una serie de pistas en la narración que apuntan hacia esta circunstancia, tales como el hecho de que las personas aparezcan encerradas en casa, que las calles estén vacías y que un coche patrulla de la policía las vigile durante la noche, que en un instante aparezca un individuo por la calle portando una mascarilla, o el hecho de que algunos residentes que se aventuran a dejar sus hogares se escondan cuando sienten la presencia de un vehículo acercándose. Así, el filme se podría resumir como la rebelión de un pequeño grupo de personas, que, hastiadas del encierro pandémico, deciden salir a la calle a patinar.
La todavía breve filmografía de Tyler Taormina recuerda en buena medida a ciertos aspectos de David Lynch —especialmente, a la serie Twin Peaks (1991-2017)—, principalmente en sus dos largometrajes, la citada Happer’s Comet y la anterior Ham on Rye (2020). La idea de lo comunitario está muy presente en su cine, como se localiza ya en el cortometraje universitario Dreaming with Tyler Taormina (2010), donde un grupo de personas construyen, mediante sus testimonios, una idea de lo que supone soñar; o en su primera obra profesional, el mediometraje Wild Flies (2016), que consiste en un mosaico nocturno de una comunidad suburbana que se reúne en torno a un restaurante. Esta segunda idea, la del espacio compartido, también está presente en sus obras, ya sea el espacio abstracto de lo onírico, o en los puestos de restauración, donde se celebran rituales de socialización, siendo en este caso el ejemplo más evidente el de Ham on Rye, donde una especie de baile de graduación, estrambótico proceso de emparejamiento mediante, se produce en un restaurante de comida rápida. Estas ideas conectan con la serie televisiva de David Lynch, como también lo hace el contraste entre lo diurno y lo nocturno, dos maneras de representar la oscuridad que anida en lo luminoso. De nuevo, Ham on Rye es significativa a este respecto, ya que a través de la narrativa del coming of age, expone el contraste entre la ilusión de hacerse mayor cuando uno es adolescente, y la realidad decepcionante de haber pasado al otro lado del espejo.
Ham on Rye (Tyler Taormina, 2019)
Happer’s Comet, la más vanguardista de todas sus obras, y la más apoyada en el aparataje formal para transmitir sus ideas de fondo, conecta debido a estos argumentos con otro aspecto fundamental de lo lynchiano, que es la experimentación con la imagen y el sonido. Al mismo tiempo, en ella se da un inicial impedimento de varios de los factores anteriormente señalados, tales como el espacio compartido y los rituales de socialización. ¿Cómo interactuar cuando las personas deben permanecer aisladas en sus casas, sin poder salir a la calle? En este sentido, la ruptura de las leyes impuestas no es tanto un acto de rebeldía ni un gesto político, sino la necesidad de recuperar lo que, aparentemente, es para Taormina la seña de lo humano, que es el espacio público y la interacción social. Esto se produce en el tramo final del filme, cuando un maizal se convierte en el secreto punto de encuentro, principalmente para parejas, que, tras haber sido prohibido el encuentro físico, ansían el contacto emocional y carnal.
Pero, para alcanzar ese punto, previamente se ha expuesto una narración fragmentada, compuesta por un conjunto de imágenes-misterio, de inmensa capacidad sugestiva, que señalan un estado de ánimo paralizado, un shock emocional ante el inmenso cambio que se ha producido en la realidad, hasta el punto de extrañarla. Es así como la aparente inconexión inicial entre las diferentes imágenes va cobrando fuerza, a medida que las diferentes actividades cotidianas —o su ausencia, debido al citado bloqueo— van hablando de las consecuencias del confinamiento. También es el caso de la detención de la producción o la escasez de trabajo, como se representa en la escena donde un empleado sin nada que hacer se dedica a realizar flexiones durante su turno laboral. La estética general, con las zonas residenciales apacibles, la fotografía de colores intensos pero secos o la exploración de la nocturnidad, establecen un vínculo notorio con ideas comunes a las presentes en obras como Twin Peaks. Pero en realidad solo hace falta asistir al prólogo del filme para extraer esta impresión: la filmación de una mazorca de maíz, pudriéndose en un charco, con un gusano surcando su superficie, imagen simbólica que no solo establece un vínculo directo con la serie de Lynch, sino que también, de manera indirecta, representa lo turbio que anida en lo apacible.
Otros aspectos reseñables del filme, y también localizables en anteriores obras, así como en la serie de Lynch, es la presencia de un humor desconcertante, a veces estrambótico, otras veces gélido, siempre incómodo. La más cómica de sus obras es claramente Ham on Rye, una cinta que, siguiendo narrativas como la de Movida del 76 (Dazed and Confused, Richard Linklater, 1993), también expone el final de la adolescencia como un espacio incómodo, agresivo y decepcionante, pero que lo hace en muchos momentos desde el humor. Más fría es la comedia en Happer’s Comet, como se observa en el momento en que un hombre pasa de estar a punto de buscar pornografía a tratar de buscar una solución a su depresión. Menos presente que en sus anteriores trabajos, deja no obstante espacio para alguna broma relacionada con el desconcierto, la necesidad de escapar a la vigilancia policial o la manera torpe con que algunos personajes tratan de patinar. Transcurriendo enteramente en una única noche —el espacio temporal breve es otra seña de identidad de Taormina—, y con un potente diseño de sonido —la última similitud con la obra de Lynch—, Happer’s Comet es un importante paso adelante en la carrera de su autor, quien, valiéndose de elementos puramente audiovisuales, es capaz de construir una de las obras más potentes hasta la fecha sobre el extrañamiento del confinamiento, hasta el punto de que el poder de sus imágenes trasciende el propio contexto pandémico para hablar, de manera más amplia, de la existencia desnortada.