Hawaii

Por Jose Cabello

Tercer día consecutivo en LesGaiCineMad. El día abrió con una sorpresa de última hora. La sala Berlanga acogió el photocall por el que paseó la actriz española Carmen Maura junto con el director Mikael Burch para presentar el último largometraje de ambos, Let my people Go!, una producción francesa que sitúa a un joven judío homosexual en la encrucijada de seguir las tradiciones de su pueblo o romper con todo para apostar por el amor. También durante la presentación, tanto la actriz como el director quisieron aprovechar su fugaz visita al festival para responder preguntas de los asistentes. El film se proyectó el pasado martes día 5 a las 22.00 horas en la sala Berlanga.

También pudo verse ayer la quinta obra de Marco Berger en otra de las sesiones del festival. Bajo el título de Hawaii, el realizador argentino vuelve a marcar la impronta asentada en su cine a través de personajes masculinos que transitan entre una limitada gama de escenarios donde la acción transcurre sin ayuda de abundantes diálogos, potenciándose la tensión sexual del ambiente. Berger decanta así la balanza a favor de la actitud de los actores y la música -aunque casi toda la banda sonora la componen ruidos provenientes de la naturaleza-, con el fin de obrar la inquietante atmósfera que erige el leitmotiv de la película.

La clave de Hawaii estriba en la complicidad que se establece entre los protagonistas, pues ambos eran amigos durante la infancia, aunque parecen haberlo olvidado, y es por medio de un encuentro fortuito que se produce la nueva toma de contacto. La escasez de conversaciones fluidas entre los dos provoca la aparición de un tercer personaje en el viejo caserón, el espectador, un jugador ajeno aunque obligado a mover ficha cuando se le invita a reflexionar sobre la desconcertante intencionalidad de cada uno de ellos, pues lo más estimulante del relato lo confiere el disimulo a ultranza que el director quiere establecer escondiendo sus verdaderos sentimientos. Es decir, no existe un narrador omnisciente ni tampoco una divagación íntima de los personajes en la que se escuche su yo interior, la película busca instalar la duda constante del por qué de los actos a través de miradas cómplices y extrañas rompiendo el clímax sistemáticamente para mantener la intriga hasta bien entrada la trama. Todo este armamento estilístico quedaría en tierra de nadie si se prescindiera de la sutilidad con la que se despojan una a una las capas que cubren el núcleo de la historia.

Rota la tela de araña del primer obstáculo, aparentemente infranqueable, la regeneración argumental brota ipso facto dejando atrás la fase dubitativa de este romance para llegar a la certidumbre, y aquí, un kit de desafortunados desencuentros en la línea de otro film argentino, Medianeras (Gustavo Taretto, 2011), inyecta una alta dosis de tensión a la trama. Medianeras recogía la rutina de dos vecinos que a priori podrían ser almas gemelas pero cuyos destinos se esquivan en un sinfín de ocasiones. Entre los comportamientos de los dos proyectos existe conexión, pero se alejan cuando aquello que en ésta reflejaba la falta de comunicación de las grandes ciudades, Hawaii lo remplaza por las tempranas obsesiones de uno de los propios chicos. Su lucha intentará dejar K.O. estos prejuicios a través de una batalla interna que ya parte con un primer round perdido y sin la posibilidad de una segunda oportunidad. Será entonces cuando el señuelo, abierto desde el comienzo, desvele el verdadero deseo de los protagonistas.

 Alejada de estereotipos románticos, la historia consigue adquirir un tono pasional repleto de matices a pesar del exiguo contacto físico entre cuerpos. Sin embargo, esquivando un tópico cae en otro con la elección de los actores. Ninguno de los dos es feo, ni bajo, ni gordo, ni siquiera se muestran despeinados en la mayoría de las escenas y, de hecho, parte de la empatía levantada tiene su gancho en la fisionomía de los actores. El dilema aparece únicamente si Hawaii no constituye el único acercamiento a la filmografía de este realizador argentino, pues las desigualdades entre esta última y la predecesora Plan B (2009) se calibran entre alfileres inclinando a pensar que se compró billete para un déjà vù. 

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