Her, de Spike Jonze

Names Por Mónica Jordan

A Salva, cuya idea inspiró este texto

Sofia

La distopía es un género ideal para reflexionar con el parapeto de la ficción puesto como protector; permite, con su carga ficcional, alejarnos de la realidad aunque a través de ella estemos tratando aquello que nos preocupa. Quizás por ello, la decisión de Jonze en favor de este subgénero de la ciencia ficción tenga más de intencionado que de casual, pues ofrece al director el distanciamiento necesario para afrontar lo que en Her se nos muestra: el largo, tedioso y doloroso camino de la aceptación tras un divorcio.

Theodore (Joaquin Phoenix) se aferra a aquel pasado luminoso con su mujer (Rooney Mara), de hecho en los primeros momentos en que Jonze nos muestra los recuerdos del matrimonio todo rezuma amor, pasión y felicidad; todo es luz, risas y complicidad. Sin duda, Theodore se niega a aceptar que aquello ya no es una realidad en su vida, sino que es fruto del pasado. Su presente, en cambio, pasa por firmar los papeles del divorcio, una tarea que lleva aparcando concienzudamente mes tras mes.

El proceso de aceptación tras la separación nos puede llevar a pensar en la experiencia que pasó Jonze tras el divorcio en 2003 de su ya ex esposa, Sofia Coppola, pero esta teoría adquiere más fuerza cuando no son pocos los que han señalado las relaciones que mantiene Her con Lost in Translation (2003), la obra que encumbró como directora a Coppola. Así, los tintes existencialistas del libreto que, por primera vez, firma en solitario Jonze, tienen en la fotografía impresionista de Hoyte Van Hoytema (reputado director de fotografía, habitual en la filmografía de Tomas Alfredson y actualmente en cartelera con Interstellar) el complemento ideal para Her. Esta, aun siendo continuista con la obra de Jonze, se convierte en la más personal de su carrera, en parte al estar liberada del corsé que podía suponer tener a Charlie Kaufman como guionista, o al contar con la garantía de libertad que otorga escribir un guion original. Todo esto con la sensibilidad que, con creces, Jonze ya demostró en la tierna Donde viven los monstruos (Where the Wild Things Are, 2009), en la que un niño vivía un proceso de superación muy similar al de Theodore, solo que el divorcio en aquella es el de los padres.

Donde viven los monstruos

Donde viven los monstruos

Jane

Nos encontramos en La voz de los muertos, el segundo libro de la saga Ender publicado por Orson Scott Card después del éxito de El juego de Ender. Sin necesidad de entrar en detalles, en esta secuela Ender (que vive en un futuro lejano) tiene a su alcance toda la información del mundo mediante un ordenador que, a través de su oreja, le susurra aquello que necesita saber, desde datos enciclopédicos hasta empíricos, desde certezas hasta interpretaciones propias. Su nombre es Jane y, en efecto, es una voz femenina que acompaña a Ender a lo largo de su aventura vital.

Jane y Ender no mantienen una relación amorosa como lo hacen Theodore y Samantha en Her, pero el vínculo que les une está forjado a través de años y años de compañía, de experiencias (a veces muy duras) en las que ella ha ejercido de fiel escudera para él. Son, como Theodore y Samantha, el uno para el otro. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando, en un desvío de atención profesional, Ender comienza a plantearse la vida como un hombre algo más normal? Esto es, ¿qué ocurre cuando una mujer, de carne y hueso, aparece en su plano vital?

Jane es una constante en la vida de Ender, le susurra las respuestas a todos sus dilemas, incluso cuando él no los verbaliza; le aporta anotaciones a pie de página ante los hechos que vive(n); y, sobre todo, vive por y para servirle, ante todo. Precisamente por eso, la opción de desconectar a Jane es un gesto tácitamente desaprobado por ambos y solo se lleva a cabo para dormir o descansar, nunca ante otra clase de situaciones… Hasta que Ender, como decíamos antes, se enamora.

La infidelidad en una relación con un sistema operativo llega, tanto en Her como en La voz de los muertos, ante la aparición de un ser de la especie de uno de los miembros de la pareja. En Her, Samantha ha evolucionado tantísimo su cerebro que no se siente completa con la compañía de Theodore, sino que necesita más, como mínimo enamorarse de más de seis cientas personas al mismo tiempo o indagar en sus capacidades junto a otros sistemas operativos. En La voz de los muertos, es Ender quien, en un fogonazo, decide apagar los comentarios de Jane para disfrutar de la realidad en 3D, si bien es ella quien, finalmente, decide (a través de la aceptación de ese cambio en Ender) que debe abandonarle para acompañar a otra persona.

Los sistemas operativos y los humanos parecen condenados a no entenderse a nivel emocional (¿por qué será!), pero parecen perfectos acompañantes durante el proceso de luto, o como preparadores ante la búsqueda del amor real. Jane, sin necesidad de palabras, entiende que ha llegado el momento de ceder a una mujer el lugar que ocupaba en la vida de Ender; Sam, por contra, es quien decide que no alcanza con Theodore pero, en ese gesto, empuja a este a encontrarse con la vida real, quizás en la figura de una vecina con aspecto de Amy Adams.

 Her

Her

Lucy

En Lucy (Luc Besson, 2014), Scarlett Johansson (quien da voz al sistema operativo Samantha en Her) es una mujer que, a través de un desafortunado accidente con drogas, es capaz de aprovechar las capacidades del cerebro humano en su totalidad. Lo que empieza siendo progresivo (poco a poco sus habilidades se multiplican a medida que la droga despierta partes no usadas de su cerebro), finaliza en un éxtasis al llegar al 100% de su uso. Lucy es capaz de manipular la realidad a su antojo: mover objetos, desplazarse con infinita velocidad, controlar el tiempo y mantener en su memoria datos que serían la envidia de cualquier ordenador. Lucy es, dicho de otra forma, la quintaesencia de la nueva carne: un cerebro humano convertido en un perfecto sistema operativo, un ser omnisciente y todopoderoso… Una diosa de unos y ceros.

Tras todo el in crescendo que sufre Lucy en sus capacidades mentales, la película finaliza con el sacrificio de su condición humana y con la aceptación (la palabra de moda en este artículo) de su nueva forma. Como Samantha en Her, escoge explorar sus capacidades y aprovecharlas al máximo, sacrificando lo concreto por abrazar lo magnánimo. Scarlett Johansson parece haberse convertido en la representación de lo divino en la Tierra, de las mentes superiores… o de otros mundos… Samantha y Lucy, son buenos ejemplos de ello.

Lucy

Lucy

La mujer corpórea

Sin embargo, el rol de Johansson como ser suprahumano no se detiene en estos dos casos, sino que este año hemos podido ver en algunos festivales su interpretación de una extraterrestre en Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013). En Her hallamos una secuencia sobrecogedora que busca mostrar en pantalla los desajustes que provoca una relación entre dos seres de diferentes especies. Se trata de aquella en que Samantha decide suplir su falta de cuerpo físico con la contratación de una joven que suplirá su presencia.

La escena, lejos de lograr que Theodore vea saciado su deseo de estrechar entre sus brazos a su amada, pone en evidencia la enorme frustración que crea en ambos miembros de la pareja sus diferencias. Samantha ha reflexionado mucho acerca de su corporeidad, a través de la palabra describe a Theodore todo aquello que le gustaría hacerle… Como hizo con su nombre (escogido tras leer un libro), Samantha tiene la capacidad de inventarse a sí misma, de crear su identidad corporal, y para la ocasión elige a una joven rubia, de grandes ojos, mirada sugerente, y labios carnosos, que interpretará su papel en el plano físico mientras ella la guía en sus actos a través de un audífono en forma de lunar. La historia no podía acabar bien, por supuesto, pues pone en sobreaviso acerca de las cada vez más abismales diferencias que existen entre ambos.

Por otro lado, en una escena-espejo de Under the Skin la propia Scarlett Johansson en versión extraterrestre, se ha decidido a abandonar su misión para experimentar con su nuevo cuerpo humano. Así pues, se explora la carcasa física que cubre su persona mirando con curiosidad su reflejo y explorando su figura en busca del propio reconocimiento. Como Samantha, vive y experimenta el mundo empírico a través de un cuerpo prestado, en un ejemplo gráfico del dualismo platónico. Aunque en esta ocasión, se defienda que, sin un cuerpo, el alma queda también atrapada en la nada.

Under the Skin

 Under the Skin

La mujer idealizada

No obviamos, llegados a este punto, cuantísimo de idealismo y fantasía masculina tienen tanto Jane como Samantha como Lucy. En Her, de hecho, es la frustración que genera la idealización lo que acaba de hacer arrancar a Theodore, pero hasta el desenlace (generado, de hecho, a través de la decisión de ella) funciona como un acomodado Petrarca.

La diferencia básica entre Theodore y Petrarca es que, mientras que el poeta sostenía el platonismo para mantener la inspiración que le permitía escribir, Theodore lo adopta por comodidad y como parapeto. En efecto, sufre ante la perspectiva de vivir enamorado de un sistema operativo, pero al mismo tiempo disfruta de esa inalcanzabilidad porque le permite evadir los problemas (reales), aquellos que muy posiblemente acabaron con su matrimonio.

La idealización es posiblemente el peor compañero de Theodore, y a ello no colabora precisamente su trabajo. Reputado escritor de cartas de amor en una empresa dedicada completamente a este cometido, el impacto inconsciente que tiene sobre su imaginario dedicar su jornada laboral a alabar las bonanzas del amor, muy probablemente le haya creado una idea acerca de este que poco o nada tiene que ver con la realidad. Así, la enorme decepción sufrida por la separación, el constante bombardeo en el trabajo de historias que sí funcionaron y una incapacidad congénita para no afrontar la realidad, hacen de Theodore la víctima ideal del amor idealizado; al fin y al cabo, la relación con un sistema operativo, además de ideal, le permite contar con una mujer servicial y, hasta cierto, punto dócil.

Decíamos en el primer apartado que Jonze, en los flashbacks que comparte con el espectador acerca de la relación entre Theodore y su esposa, muestra de manera clara la idealización de aquella relación con una fotografía brillante y unas escenas cercanas de instantes felices. Sin embargo, no es baladí que, a medida que la película avanza, esos recuerdos/flashbacks empiecen a oscurecerse y a tomar tintes dramáticos. El proceso de aceptación se ha iniciado en Theodore, y toda la relación con Samantha no será más que el pistoletazo para dar los pasos finales: firmar los papeles del divorcio, enfrentarse al adiós de su exesposa y, finalmente, reiniciar una vida adulta y real junto a alguien de su alrededor. Ignoramos qué funcionó a Jonze para su propio proceso personal, pero sin duda sus dos últimas obras, más libres y personales, parecen auténticos mantras emocionales.

Her 2

 Her

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Comentarios sobre este artículo

  1. Alicia Jaramillo dice:

    Me ha gustado mucho esta película por que a pesar de exponer una realidad virtual, la historia deja conocer los sentimientos del protagonista a profundidad. Es catalogada como una película exitosa no sólo por la temática que presenta, pues la participación de los actores es estupenda.

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