High Life

El pensamiento más feliz Por Javier Acevedo Nieto

El cuerpo que flota en la nada. Sin nada que le empuje, sin nada que tire de él. No hay distancias y al mismo tiempo todo parece distante. Las estrellas nublan la visión y en la ausencia de gravedad todo se hace extrañamente pesado. Se adquiere la certeza de la pesada levedad de uno mismo en medio del universo. En esa caída libre hacia un agujero negro, en ese hundirse en la mirada etérea nublada por el polvo de estrellas muertas y estrellas rutilantes, Einstein afirmaría que se escondía su pensamiento más feliz. Los cadáveres flotan, las escafandras absorben la oscuridad y alrededor de los rostros rígidos orbitan miradas que por fin reposan. Son hombres y mujeres de las estrellas. Liberados del peso de la existencia, en caída libre, flotando y perdiéndose al mismo tiempo. Monte (Robert Pattinson) carga con el último cadáver de la tripulación. La cámara orbita alrededor del enjuto rostro, un mechón de pelo cano aquí, una barba apurada por allá, y en la mirada el deseo de sobrevivir un día más. Ellos descansan, ajenos ya a todo. La nave es un poliedro con forma de ataúd, los cadáveres orbitan alrededor. De vez en cuando unos pequeños acordes funestos desafían el silencio del espacio. Es necesario ahorrar energía, es vital que Monte llegue otro día más a la consola de mando y envíe un informe a ninguna parte que garantice que los sistemas vitales sigan operativos un día más. Los compañeros de misión por fin se han sumido en el pensamiento más feliz.

High Life 2018

High Life (2018) no es una odisea en el espacio. Claire Denis somete a un padre y a una hija a un periplo que desafía los límites de la condición humana. Monte repara la nave en el exterior, mientras su hija Willow observa dos pantallas absorbiendo con sus ojos negros las imágenes que rastrean la antropología y la historia del ser humano en antiguas películas y noticiarios. Los gritos del bebé ensordecen a Monte. El sonido diegético penetra en el casco y rompe el silencio exterior, advirtiendo que en ese relato lo humano es una presencia perturbadora. «No te bebas tu propio pis ni te comas tu propia caca. Eso es tabú, es lo que solían decir» advierte Monte a una pequeña Willow. Planos cortos encierran a padre e hija. La idea de tabú es una terrenal. Habla de una conducta moralmente reprobable. Monte señala que el tabú no existe en el Universo. En esa nave número 7 hay que erradicar cualquier rastro de la Tierra. Monte practica la abstinencia sexual, se priva a sí mismo del deseo, su cuerpo es explorado por la cámara, cada recoveco. Amontona los pelos de la barba en un pequeño frasco. Se entrega a la rutina para recordar que la misión será larga. High Life ahonda en la descomposición del ser humano, quizá para albergar el nacimiento de algo que va más allá de lo humano. Willow es humana, pero no sabe qué es ser humano. Su referente son las imágenes de las pantallas. Necesita trascender.

High Life Claire Denis

Los tripulantes miran a través de la bóveda acristalada de la nave. La cámara navega entre los rostros, siempre orgánica, siempre erigiéndose en apéndice humano, acariciando los cuerpos y buscando las miradas. Ojos absorbiendo la luz de las estrellas. Un plano nadir simula el punto de vista subjetivo de los navegantes. Las estrellas se acercan y al mismo tiempo se alejan en un perverso movimiento. La voz en off de Monte reaparece de nuevo, indicando la locura que le suscita ese movimiento de alejarse de lo conocido acercándose al mismo tiempo. High Life se aleja de lo humano acercándose constantemente a lo humano. Esa paradoja se desvela en los flashbacks que muestran la vida de los tripulantes en la Tierra. No se anuncian, solo emergen en cortes directos, tajos que cercenan la somnolencia de los personajes después de otra sesión de narcóticos por cortesía de la Doctora Dibs (Juliette Binoche). Boyse (Mia Goth) recuerda el peso del cielo a medida que el crepúsculo se cierne sobre el arco de su sonrisa. Tcherny (André Benajmin) recuerda a su mujer y su hijo, y los reproches de ella le acompañan, le pesan y le llevan a rastrear con los pies la tierra del jardín artificial de la nave. Una tripulación presa en una nave donde lo orgánico y lo inorgánico se funden a través del deseo, la locura y una orgía de fluidos, caricias y manos que se aferran a la carne como única brújula en medio de la nada.

High Life Binoche

Ettore (Ewan Mitchell) quiere follar, la Doctora Dibs mece su pelo frente al ventilador. La erección emerge. La cámara cabecea constantemente, radiografiando cuerpos trémulos y dejándose llevar por el rumbo de las manos. Porque esa cámara es otro brazo más, guiando las embestidas de Ettore cuando finalmente intenta violar a Boyse. La misma cámara que baila con la Doctora Dibs cuando ésta se introduce en una cabina para entregarse al onanismo. Su cuerpo cabalga sobre el dildo y la cámara registra cada estremecimiento. El cuerpo humano en contacto con el esqueleto de la nave. Lo orgánico pugnando contra la máquina. Cicatrices en el vientre, y fluidos corporales que exudan de la cabina para a continuación cortar a planos detalle que revelan las arterias — tubos, conductos y depósitos para heces — de una nave que se erige en féretro de la carne y contenedor del deseo.

High Life Denis

Claire Denis explota los límites de la anatomía humana, dejando que la locura, la corrupción del ser y la desintegración del cuerpo se filtren en fluidos, permitiendo que los picados dejen atisbar el sudor y que los planos detalle revelen el semen que dará a luz a ese ser superior que es Willow. La construcción de una puesta en escena que permita acariciar la atmósfera de represión y encarcelamiento conduce a la clave de un filme que castiga el deseo y propone una mirada que vaya más allá del hombre. Leche materna inundando las sábanas, manos que se rizan con el vello, lenguas que sorben sangre y manos que recogen el fluido de los muslos. Todo ello fundido con una nave que replica el funcionamiento del propio cuerpo, hasta absorberlo por completo y condenar a sus personajes a la locura.

High Life Pattinson

Monte aguanta, todo por Willow. Para ella es un héroe, pero ella solo conoce la idea de humanidad por las imágenes y las bitácoras. Lo humano es un virus a erradicar. La enfermedad afecta a la tripulación- ¿Qué enfermedad? Todas, ninguna: sexo, frustración, la sensación de que la gravedad ya no tiene cuerpos que sostener. Monte niega el deseo, condena las imágenes que aún llegan de la Tierra. La narración se mueve hacia adelante, hacia algún agujero negro. Pero para ir más allá siempre va hacia atrás. Flashbacks, elipsis, la descomposición del hombre en esa nave número 7 es un proceso regresivo. Monte y Willow solo miran hacia el progreso. Un progreso que implica abandonar el cuerpo. Claire Denis rompe la cáscara del cuerpo, se pregunta si hay algo más allá.

High Life Robert Pattinson

Willow tiene curiosidad, Monte solo vive para ella. Las imágenes de la Tierra no son suficiente. Quiere saber qué se siente al rezar. Aunque no haya dioses a años luz de la humanidad. Ella habla de bondad en su padre. En cómo la acaricia, en cómo la arrulla. Él le habla de maldad y de su ignorancia. De crímenes con castigo, de perros muertos estancando el agua. Denis habla de ir más allá del cuerpo. La cámara ha palpado muchos cuerpos. Ha tocado el sexo, el deseo y la muerte. Pero nunca hay espacio para manos que se tocan, ni para abrazos, ni un gesto cómplice, solo guantes flotando en gravedad cero. Quizá el gesto de reconciliación sea el de un padre y una hija caminando juntos hacia la nada. Un amor que no necesita de tabús. Hay muchas referencias, ninguna puede enseñar qué hay al final del viaje del padre y la hija. Quizá se esconda el Gueden de Ursula K. Le Guin en La mano izquierda de la oscuridad (1969), ese planeta donde la biología y el sexo son constructos, donde el cuerpo responde solo a la mente.

High Life 2018 SS

La luz es la mano izquierda de la oscuridad

y la oscuridad la mano derecha de la luz.

Dos son uno, la vida y la muerte, yaciendo

juntas como amantes

como manos entrelazadas,

como el final y el camino.

1

Monte y Willow se encaminan hacia el destino final. Entrelazan sus manos, se preparan para la caída libre. Sus cuerpos ya no van a pesar. Nada va a tirar de ellos, nada los va a empujar. Inmóviles, pasan las estrellas, pasan el fuego. Un ojo negro les observa. No hay nada, la gravedad se suspende. La oscuridad se cierne sobre ellos. Una fina línea dorada en el horizonte. El final del camino. Un paso más allá de lo humano y del cuerpo, enterrados en la nave. La línea dorada se agranda, el horizonte llena la pantalla y ciega por completo. El pensamiento más feliz: fin de la misión.

 

  1. LE GUIN, Ursula K. (2018). La mano izquierda de la oscuridad. Barcelona: Ediciones Minotauro.
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