Historia de una pasión
La amargura de la posteridad Por Fernando Solla
I would not paint – a picture –
I’d rather be the One
It’s bright impossibility
To dwell – delicious – on
And wonder how the fingers feel
Whose rare – celestial – stir –
Evokes so sweet a torment –
Such sumptuous – Despair –
La soledad en la rebelión silenciosa y el sentimiento de pertenencia hacia el propio alma a la vez que de desposesión ante el mundo alrededor. En esta frase compuesta podríamos definir la esencia del último trabajo de Terence Davies. Un proyecto que, a simple vista, puede parecer menos refulgente que los anteriores del autor, pero que gana exponencialmente una vez dejamos reposar el impacto traumático de su visionado.
Uno de los aspectos más destacables del filme que nos ocupa es la aparente inversión narrativa con respecto a los últimos títulos de Davies. Tanto en The Deep Blue Sea (2011) como en Sunset Song (2015), el autor ejemplificaba a partir del caso concreto de los sus protagonistas una tendencia del colectivo limítrofe. En ambos casos, el contexto bélico sería el continente (incluso detonador) del dilema. En Historia de una pasión serán el grupo (en este caso clase social) y la cuestión de género los que dinamitarán cualquier atisbo de bienestar, sumiendo a la protagonista en un mar de dudas, siempre a la deriva.
Davies no parece tan preocupado por mostrar una sucesión de hechos destacados en la vida de Emily Dickinson y consigue, de este modo, crear un espacio creativo tan libre como encorsetado es el contexto del personaje. Si bien la historia parece explicarse en orden cronológico, el viaje será más bien de otro tipo. No tanto de inicio a fin, sino de dentro hacia fuera y viceversa. Asimilaremos desde un primer momento el punto de vista de la protagonista como propio, asumiendo un matrimonio indisociable. En lo bueno y en lo infame. En la luz y en la oscuridad de la poetisa. Si bien captaremos cómo algunos acontecimientos influyeron en la obra de la artista, será precisamente a partir de la puesta en imágenes del espíritu de los poemas cómo se nos presentarán los hechos. Una especie de interinidad sentimental como analogía de la identidad.
Del mismo modo, el personaje se desarrollará a través de su propia obra de un modo tan conmovedor como inquietante. La temporalidad será algo con lo que Davies jugará en todo momento. Se nos recordará en varios momentos clave del film que las letras de Dickinson no gozaron de reconocimiento en vida. Al mismo tiempo se nos explicará esta existencia frustrada a través de la crónica en imágenes (y personajes) de los versos. El propio contenido creará, pues, la personalidad y entidad del personaje, pero ese contenido será a la vez su propia obra. Una especie de comentario de texto puesto en imágenes en la que el audio en off se utilizará con una finalidad estética claramente focalizada en esta función.
Hay una reflexión intrínseca sobre el acto cinematográfico a través de la inenarrable labor en la fotografía de Florian Hoffmeister, habitual de la casa. Del mismo modo que apuntábamos que Historia de una pasión transcurre prácticamente en silencio, el tratamiento de la imagen es quizá el factor determinante para que la propuesta de Davies asuma su éxito. La plasticidad estética es un apoyo narrativo en que el autor hace hincapié a lo largo de su filmografía. En el caso que nos ocupa, veremos cómo a través de las imágenes y su tratamiento se desarrollará el pensamiento de nuestro personaje. Que Davies es un maestro en potenciar las especificidades del medio cinematográfico para exaltar las cualidades u orígenes literarios en que se basan sus argumentos ya lo sabemos. En este título añade también la captación fílmica de la pintura como horma.
La película se puede explicar a partir de los dos elocuentes y fascinantes travelling laterales que definen en escasos segundos todo el universo familiar de la protagonista y del resto de personajes que la conforman (padre, madre, hermano y hermana). Todos ellos tendrán su desarrollo individual a la vez que se mostrará su influencia e interacción con su atribulada hermana. En un solo plano Davies y Hoffmeister son capaces de transmitirnos todo un universo simplemente filmando a cada personaje y su momento de intimidad compartida en la sobremesa. Lectura, labores, siesta… Un asiento para cada inquietud y un final compartido para todos: arder en el fuego del hogar.
El contraste entre ambos planos será definitivo. A la vez, el gran hallazgo del filme es cómo los intérpretes que defienden a los personajes jóvenes se transforman (ante el espectador) en los adultos a través de la filmación del retrato de cada uno de los protagonistas. Esa especie de fusión ante la absorta mirada de los espectadores propulsa además el ámbito de acción de la propuesta, permitiéndonos empatizar con una situación que no por particular nos resultará ajena.
Cynthia Nixon compone a su personaje a partir (y a través) de su desesperación sentimental. Al descubierto. La actriz es el rostro visible del método narratológico del autor (y de la autora en que se basa este retrato fílmico, nunca mejor dicho). Su interpretación es valiente en el sentido en que asume la voluntad del director y guionista para, además, corporeizar no tanto la figura de Dickinson como la entidad e impacto de su obra para la posteridad. Sin ningún miedo ni recelo, la combinación entre cerebral y apasionada, entre contenida y perturbada resulta algo desconcertante en algunos momentos pero, finalmente, siempre adecuada al tono de la película.
Enfrentarse a Historia de una pasión supone un reto tan inclasificable como apasionante. Alineando e igualando de nuevo las disciplinas técnicas con las artísticas, Davies consigue que la relación dolorosa de la artista retratada con su obra sea correspondiente al vínculo establecido entre la película y el espectador durante el visionado. Ese recorrido por lo más oscuro de nuestra intimidad provoca un efecto tan devastador como rotunda es la entidad representativa y figurativa de la historia narrada.