Historias que solo existen cuando son recordadas

Extinción Por Manu Argüelles

Aquí la gente se olvida de morir. El lugar es Jotuomba, una villa fantasma en la región pobre y rural, cerca de Río de Janeiro, Vale do Paraíba. Allí recala Rita, una joven fotógrafa, que le pide a Madalena, la anciana protagonista del film, alojamiento para pasar unos días. Un espacio donde parece haberse parado el tiempo, que quiere vivir de espaldas a la muerte (el cementerio permanece cerrado por orden del sacerdote), para ignorar así la inminente extinción a la que están abocados. Rita será una especie de aliento vital para los lugareños, hostiles inicialmente ante la intrusa, pero después agradecidos con su presencia, como si ella fuese una señal para no desfallecer, para abrigarse en la vida y reencontrarse con ese «nosotros» del presente.  Es un descalzarse del estado hipnótico en el que viven, aferrados a los recuerdos de juventud, tal como le pasa a Madalena.

Comentaba Enrique Urbizu en la rueda de prensa del Festival de San Sebastián en torno a No habrá paz para los malvados que la historia que quieras contar es la que determina la puesta en escena que se escoja. Julia Murat sigue el mismo principio al construir la ficción mediante dilatados planos fijos para seguir el discurrir diario de Madalena. Para visualizar el trazado repetitivo de su existencia, arrancando en las penumbras cavernosas de la cerrada noche, filma de forma consecutiva dos días con las mismas acciones: Madalena haciendo pan, tomando café con Antonio, regando las flores a la puerta del cementerio, etcétera. Pero aunque sean idénticas actividades, Julia Murat encuadra la imagen desde una perspectiva diferente, para transmitir con el cambio de orientación (si la hemos visto de forma frontal haciendo el pan, después la volveremos a ver pero desde un lateral), las sutiles diferencias que se dan en la cotidianeidad, aún cuando repitamos lo mismo día tras día. Porque la esencia del paso del tiempo, el tropo sobre el que se construye el film, está en esas discretas variaciones que la realizadora nos escribe visualmente. Por eso, la cámara adquiere movimiento cuando Rita llega, dado que la vida, con la expansiva vitalidad de la juventud, se cuela por las rendijas de la inmovilidad anímica del emplazamiento, llegando al culmen máximo ante un baile frenético de ella sola en la oscuridad, como símbolo de la integración consumada de la chica dentro de la aldea.

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En esta sugerente reflexión sobre lo que está abocado a desaparecer, Historias que solo existen cuando son recordadas cincela una atmósfera fantasmática, excelentemente fotografiada bajo el sustento de la gramática del claroscuro más intenso.El plano inicial de Madalena, emergiendo de las tinieblas más profundas del pasillo de su casa con un candil en la mano, nos trae el expresionismo pictórico de Caravaggio, para adentrarnos en el inquietante negro bituminoso de aquello condenado a volatilizarse. Unas sombras carnívoras que en su devoradora gula petrifican la materia y dejan tras de sí extraños rastros, coagulados por esas huellas de historias anteriores que se superponen en la superficie del presente, como las fotos que Rita realiza.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Beatriz dice:

    A lo «caravagio»..,pictórica..

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