Home is Somewhere Else

Annecy 2022 (II) Por Samuel Lagunas

El caso reciente de Flee (Jonas Poher Rasmussen, 2021) solamente era la punta del iceberg de un fenómeno que hoy luce desbordado. Si creemos el registro que ha hecho Alfonso Burgos en su tesis doctoral titulada Ficciones constructoras de realidad. El cine de animación documental (2015), entre el año 2000 y el 2015 apenas se contabilizan 15 largometrajes que aspiraban a registrar la realidad mediante dibujos, y antes del año 2000 únicamente aparece Drawn for memory (1995) de Paul Fierlinger. Seis años más tarde, estamos ante una plaga a la que hemos llamado, sin pensarlo mucho, “animación documental”. Nada más en la Selección Oficial y en la Sección Contrechamp del Festival de Annecy 2022, 7 de las 20 películas entran sin problema en esa categoría. De Silver bird and rainbow fish (Lei Lei, 2022), por ejemplo, ya se ha hablado excepcionalmente en este sitio, y de algunas más que encuentro relevantes me ocuparé en textos posteriores.

Home is Somewhere Else

Home is Somewhere Else (Carlos Hagerman y Jorge Villalobos, 2022), la única película mexicana que compite este año en el Festival, es otra “animación documental” que presenta los testimonios de Jasmine, de José Eduardo “El Deportee” y de las hermanas Evelyn y Elisa. Cada historia se engarza con la siguiente por un sufrimiento común: la deportación. Ya sean los padres quienes son expulsados de Estados Unidos, o los mismos protagonistas, Home is Somewhere Else no consigue, sin embargo, ser mucho más que una desafortunada antología de orfandades.

Si de la anterior docuficción animada mexicana Olimpia (José Manuel Cravioto, 2018), la prensa reconoció que un grupo de estudiantes de la UNAM se dedicó a rotoscopiar material de archivo del movimiento de 1968 (con qué motivo, nunca me ha quedado claro), de Home is Somewhere Else hay que aplaudir que se trate de una película colectiva donde varios estudios independientes de animación en el país (Virus Mecánico, Llamarada, Casiopea, Brinca) unieron recursos humanos y económicos para llevar a cabo la película. En una industria que responde mayormente al ego de sus creativos, la cooperación siempre será un valor encomiable.

Home is Somewhere Else

Me reuní con Carlos y Jorge en Le Regann Brasserie, un bar en contraesquina del centro principal de exhibiciones del Festival. El calor afuera era insoportable, pero Sylvia, su representante en Annecy, afortunadamente había reservado una mesa adentro. Ella llevaba puesto un vestido verde, tal y como lo había anticipado en el correo que me había mandado la noche anterior. Así fue más fácil identificar la mesa en la que los directores mexicanos estaban esperándome. Hablar con alguien en español después de tropezar durante tres días con el francés y el inglés, resultó consolador. Intenté que la charla no redundara en lo que habían dicho en otras entrevistas, pero hay cosas que es imposible dejar de contar. Por ejemplo, ambos recuerdan con simpatía cómo uno de los informantes pidió que su personaje no se viera “tan gordo” en la pantalla. O cómo cinco dibujos de Jasmine sirvieron de base para el desarrollo del estilo con el que se ilustraría su testimonio. Debo admitir que, al menos para mí, Home is Somewhere Else interesa más por las anécdotas de su realización, que por la película misma, pues ayudan a entrever las formas en que se está aprendiendo a hacer “animación documental” en México.

Narrada de manera convencional y episódica, en Home is Somewhere Else se suceden tres voces en off que presentan su caso ante el público de manera cronológica y sin sobresaltos. La estructura de los relatos es elemental: Estaba bien-llegó la deportación-estoy mal-hay que hacer algo. Entre cada historia, José Eduardo funge como rapero presentador lanzando algunas rimas freestyle que intentan agilizar la cinta y que la encaminan hacia la lección final. Los problemas empiezan cuando nos damos cuenta de que el dibujo está allí únicamente para ilustrar los recuerdos, por lo que no pasa mucho tiempo para que la reiteración entre lo que escuchamos y lo que vemos dificulte la empatía con los personajes y entuma el movimiento de la película. Este modelo, no está demás decirlo, ya se había usado en América Latina en la cinta colombiana Pequeñas voces (Jairo Carrillo y Oscar Andrade, 2010). A pesar de las irregularidades, no se puede negar que, en la segunda historia, “A Tale of two sisters”, los dibujos inspirados en la obra de la pintora Aura Moreno, intentan salir de la comodidad de imitar la realidad y adquieren formas más expresivas y conceptuales. En esos esporádicos momentos, como espectadores logramos sentirnos parte del mundo que habitan las voces que escuchamos. El resto del tiempo, lo vemos todo detrás del escaparate de la técnica.

La experiencia y el estilo de Hagerman como documentalista y de Villalobos como animador, se perciben con claridad en Home is Somewhere Else: la preferencia por la conversación entre personajes antes que por la entrevista, la ausencia de guion en muchas de las secuencias y el énfasis en la “utilidad social” y educativa de la historia. De igual manera, la película evidencia algunos gustos compartidos: la ternura de Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, Hayao Miyazaki, 1988), la lucidez de Vals con Bashir (Ari Folman, 2008), y la economía del lenguaje audiovisual en Evangelion (Hideaki Anno, 1995-1996). Pero nada de esto es suficiente para que Home is Somewhere Else anide en la mente y el corazón de los espectadores. Su carácter tímido y condescendiente queda expresado abiertamente en el momento en que José Eduardo despoja a los personajes de su disfraz y enfatiza que son mucho más que “dibujos animados” mostrando algunas fotografías de archivo. Se trata, al igual que sucedía con Flee, de una desconfianza en lo que la animación puede lograr por sí misma.

Home is Somewhere Else

Con las cervezas y la conversación a punto de agotarse, les pregunté a ambos justo eso: ¿cuál creen que es el poder de la animación en su película? Su respuesta es emblemática. “A los jóvenes les gustan los dibujos” Y, luego: “Queremos que la película se vea en las escuelas”. Traté de ocultar mi desilusión, aunque no sé si lo haya logrado. Recuerdo que en el caso de Olimpia la estrategia de marketing había sido la misma: “una nueva manera de presentar la historia a las nuevas generaciones”. Lamento mucho estos intentos de maquillar con dibujos un hecho presente o pasado para que resulte más llamativo, porque parecen responder más a una necesidad comercial que a una urgencia ético-política. Que dos de los personajes se conviertan en voceros y emprendan algunas acciones colectivas como asistir a marchas no convierte la cinta automáticamente en más “política”, especialmente cuando ya hay un repertorio de lugares comunes (discursivos y audiovisuales) asociados a la migración. Home is Somewhere Else queda lejos de desautomatizar nuestra relación con el fenómeno y con las personas deportadas porque la película misma no consigue articular una posición clara al respecto. Desde luego que la animación puede servir para motivar audiencias; sin embargo, confinarla únicamente a la función de disfrazar o de ilustrar un acontecimiento es olvidar que animar no es solo mostrar el mundo; animar es también interpretarlo.

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