Honeymoon
¿Prescriben los pecados de adolescencia? Por Fernando Solla
Pienso que acabo de perder la fe en este momento.
Y al no tener fe, ya no creo en Dios ni en el Infierno.
Si no creo en el Infierno ya no tengo miedo.
Y sin miedo soy capaz de cualquier cosa
El Atlántida Film Fest incluye en la programación de su cuarta edición el último largometraje del realizador checo Jan Hrebejk, que con Honeymoon consiguió el galardón al Mejor Director en el Festival de Karlovy Vary. Ampliamente reconocido en su país de origen, aunque no tan popular de puertas hacia fuera, el cine de Hrebejk parece significarse por una fuerte sátira hacia los hábitos y costumbres de la sociedad checa. Con una premisa similar a la propuesta por Thomas Vinterberg en Celebración (Festen, 1998), el realizador recurre a un caso ficticio y particular como muestra representativa del pasado reciente de la República Checa y su influencia en la crisis de valores del país en la actualidad. Para la ocasión, reincide en el escarnio más feroz, oscureciendo su habitual comicidad presente en su filmografía.
Película desconcertante durante el visionado y convertida en rompecabezas a medida que se acerca el desenlace, Honeymoon es uno de esos largometrajes que a pesar de alguna fisura manifiesta, mejora a medida que avanza, proponiendo al final un juego cinematográfico no por inesperado menos corrosivo, aunque quizá algo descontextualizado con el resto del film. Un interesante ejemplo metalingüístico de los roles de víctima y verdugo en la gran pantalla.
Con la primera secuencia Hrebejk nos invita a participar de la comitiva que sigue a Radim (Stanislav Majer) y Tereza (Anna Geislerová) a la iglesia donde se disponen a contraer matrimonio. Instantes antes de entrar, Dominik (Matej Zikán), hijo de Radim, sufre un pequeño percance con sus gafas y ambos entran en una óptica cercana, regentada por un joven algo retraído que se hace llamar Honza (Jirí Cerný), cuya idiosincrasia se acerca ligeramente a algunas características emo, desentonando con la del resto de protagonistas. Bastará una mirada para que nos demos cuenta que no es la primera vez que los dos hombres interactúan. A partir de este momento Honza se inmiscuirá en la celebración y banquete nupcial modificando lo que prometía ser una jornada idílica y adquirirá un protagonismo inesperado en el devenir de la(s) historia(s).
Una vez más, en Honeymoon, Hrebejk colabora con su amigo Petz Jarchovský, artífice de los guiones de la mayoría de sus proyectos. En esta ocasión, y a pesar de unos diálogos inspirados y punzantes, la lucha entre las dos historias que se quieren contar resulta algo descompensada, pisándose en ocasiones la una a la otra. Parece como si dependiendo de quién lleve las riendas de la situación en cada momento, Ramin o Honza, el tono de la película se modifique bruscamente, favoreciendo las motivaciones de cada antagonista y confundiendo al espectador. Esta constante batalla entre desarrollo e involución argumental no supone un gran lastre si tenemos en cuenta el resultado final, aunque puede favorecer la pérdida del interés de parte de la audiencia, aquella más interesada en seguir el hilo de la narración antes que participar del juego destructivo que propone Hrebejk.
El realizador dedica exactamente la primera mitad de metraje, cuando prototípicamente debería cimentar el suspense y despertar la intriga en el espectador, a cargarse la institución matrimonial o, mejor dicho, las motivaciones de la clase media – alta para firmar este tipo de contrato, en principio, vinculante. Con un desarrollo pormenorizado de cada arquetipo (el padre rico, la hija menor mimada, el cuñado alcohólico, la pareja ideal que copa a copa aireará los trapos sucios de un pasado no tan lejano…), la película parece encauzada a convertirse en un trabajo en exceso discursivo y autocomplaciente con las propias ideas sociales y políticas de Hrebejk y Jarchovský más que en una ficción elaborada. Y de repente, ¡zas!, el realizador se carga todo lo que había construido hasta el momento y nos sorprende con la yuxtaposición de otro planteamiento completamente distinto: ¿prescriben los pecados de adolescencia?
Durante la segunda mitad del largometraje, mucho más oscura, la crítica continúa, pero esta vez ya insertada totalmente en la ficción. Otro vistazo hacia el pasado checo, en esta ocasión hacia los centros pedagógicos privados, los internados donde las familias pudientes envían a sus descendientes, delegando y evitando así cualquier responsabilidad en su educación, que Hrebejk describe como lugares de adiestramiento antes que de aprendizaje. El realizador desarrolla el argumento a través del prisma de la crueldad juvenil en manos de aquellos con recursos y poder adquisitivo contra los que son percibidos como outsiders, gente de origen más humilde que sistemáticamente pasa a ser considerada inferior.
Y aquí es donde Hrebejk arriesga de verdad, convirtiendo Honeymoon en un relato verdaderamente incómodo y desasosegante: evitando el ajusticiamiento (ni que sea moral) y describiendo el restablecimiento del status quo del poderoso.
Cuando finalmente se descubra todo el embrollo, y una vez hayamos asimilado las dos caras de la historia, sentiremos tanto simpatía por la víctima como por el instigador (de hecho, no sabremos quién es quién), que nos veremos incapaces de emitir ningún juicio de valor ni posicionarnos a favor o en contra de ninguno de los dos.
Finalmente, y volviendo al giro metalingüístico que comentábamos al principio, estupefactos seguimos tras la vuelta de tuerca con la que Hrebejk experimenta dentro de la segunda historia. Capaz de citar explícitamente (y sin ningún motivo aparente) el deseo que despertó la fisicidad de la actriz Nastassja Kinski en la película El beso de la pantera (Cat People, Paul Schrader, 1982), emulando su look en Paris, Texas (Wim Wenders, 1984) y corporeizando impulsos sadomasoquistas indisociables del castigo y la tortura, en lo que se asemeja a una reconstrucción de los momentos más ciberpunk de la saga (sueca), basada en la obra de Stieg Larsson, Millenium (Niels Arden Oplev y Daniel Alfredson, 2009). Agitando todos estos elementos, el realizador aprovecha no tanto para resolver la trama, sino para incluir en su película su particular visión sobre la vampirización que provoca el acto cinematográfico, en esta ocasión no para quien lo realiza, sino para el espectador, y la obsesión y fascinación que pueda despertar una actriz o un personaje y cómo canaliza ese instinto una mente en plena ebullición hormonal.
Por esa tremenda, desconcertante e imprevista secuencia, la intensísima conversación entre Radim y Tereza (impecablemente defendidos por sus intérpretes) la mañana después de su boda y la hipnótica coreografía de las alianzas matrimoniales en la mesa de la cocina, Honeymoon contiene algunas de las imágenes más impactantes de la temporada.