I am Divine y ¡Deja ir a mi pueblo!
Por Jose Cabello
Atravesando el ecuador del festival LesGaiCineMad, las propuestas de largometrajes y cortometrajes, tanto en ficción, como documental o videoarte, no decaen. El variado repertorio de esta edición, además de la implantación de un mayor número de sedes con respecto al año pasado, sigue atrayendo al público incluso en los primeros días de la semana, lunes y martes, agotándose entradas o accediendo con restricciones a los pases. En concreto, el lunes Cineteca Matadero Madrid sufrió una avalancha de repentinos fans de Divine que no quisieron perderse el estreno en nuestro país del documental I am Divine, un pasaje muy light por su vida y obra marcando distancia entre la persona y el personaje, aunque más centrado en éste último.
La sala Azcona estaba repleta, no sobró una butaca, fue una lucha a machete por conseguir entrada. Dos horas y media antes, la sala Berlanga acogió los esperados cortometrajes españoles de esta edición: Caipirinhas en Ipanema de Antonio Hernández Centeno, Desnudos de José Antonio Cortés Amunárriz, Huellas de José Manuel Silvestre, Planeta Tierra de Quiela Nuc, Separata de Miguel Lafuente y El vestido azul dirigido por Lewis-Martin Soucy. Tras el pase de los cortos se estableció un coloquio entre el público y los directores. En esta vorágine de buen cine, charlas, entrevistas y demás liturgias cinéfilas, el martes apostó por un tono más relajado y, buscando la otra mirada del festival, la comedia, asistimos a la sesión de la francesa Let My People Go!
I am Divine
Resulta difícil deliberar sobre la crítica cuando el film en concreto se resume a un documento fílmico de hechos fehacientes donde quedan narrados con un cierto orden cronológico determinadas situaciones, anécdotas o vivencias de la vida de una persona. Más arduo resulta el trabajo si la persona en cuestión fue un hito dentro del mundo del cine. Un acto de metacine, de esta forma se podría catalogar I am Divine, un documental que intenta reconstruir los pasos de este símbolo del cine de John Waters, el origen de la amistad entre ambos, la creación del mito y la figura de Divine, su auge, las obras de teatro y performance que protagonizó, hasta la última parte de su carrera donde se preparaba para formar parte del reparto en Matrimonio con hijos (Married with Children, Ron Leavitt, Michael G. Moye, 1987-1997), cosa que nunca realizó por fallecer antes del comienzo del rodaje de la serie.
Los primeros contrariados con I am Divine serán aquellos fans acérrimos y conocedores de su filosofía que, como expertos en la materia, se convertirán en los mayores detractores de este escandalosamente liviano paseo por su vida. Todo lo contrario sentirá el mero aficionado a su cine pues su director, Jeffrey Schwarz, se inclina más por una toma de contacto que por un análisis exhaustivo de la trayectoria de este icono. Dicha línea quedará corroborada cuando se silencie, o se haga escasa referencia, a la persona detrás de la figura, persona que también queda devorada, tal y como ocurrió en la realidad, por el personaje. Sin ir más lejos, muchos de los entrevistados sobrepasan la cantidad de veces oficialmente permitidas de la frase “era un chico normal” o “todo en él era normal antes de Divine”, como si por un momento creyesen hablar de alguien nacido en Urano.
Independientemente de la contribución fílmica a la historia, este documental no desvela ninguna sombra en una trayectoria marcada, en lo personal, por la complejidad familiar y la soledad. La zafiedad de la utilización del zoom en la fotografía roza lo paranormal convirtiéndose, casi, en la única técnica utilizada durante gran cantidad del montaje. Tampoco ayuda el devenir ácronico de los distintos diálogos mantenidos: lo mismo hablan de Mondo Trasho (John Waters, 1969) que de Hairspray (John Waters, 1988); un desconcierto de temas quizás en homenaje al caos vital de la propia estrella.
Let My People Go!
La ópera prima de Mikel Burch esboza el drama cuando religión y homosexualidad afloran contiguas dentro de la vida de una persona. En este caso, el pretexto es un chico francés, Ruben, residente en Finlandia, que vuelve a Paris tras una absurda discusión con su marido. Burch confronta dos universos situados en las antípodas a través del parangón entre ambos países: el chico nórdico criado con una madre aferrada a la libertad sexual frente al parisino nacido en el seno de una familia judía apegada a las tradiciones de su pueblo.
Let My People Go! bucea, sin tocar fosas marinas, en la delicada temática de la tolerancia homosexual a regañadientes por parte de esta prole judía. Ojos que no ven, aceptación que no sienten. El enfrentamiento tendrá lugar una vez Ruben vuelva a su casa para contar la tragedia de su matrimonio, misión sin éxito al encontrarse inmerso en un núcleo familiar atestado de problemas, situaciones que desenmascaran la humanidad y contradicciones de estos devotos exacerbados.
Tanto Yossi & Jagger (Eytan Fox, 2002) como Eyes Wide Open (Haim Tabakman, 2009) se hicieron eco de lo controvertido de la situación judía. El adoctrinamiento, como todo método religioso que quiera ser útil, fidedigno que mostró My father, my Lord (David Volach, 2007) no deja hueco para la visibilidad en un entorno tan hostil.
La extrapolación de este ambiente a una ciudad aparentemente cosmopolita adquiere una simbiosis entre la vanguardia y lo carca que
no logra exprimirse más allá de la estética, también vista en El pequeño Nicolás (Le petit Nicolas, 2009).
Los escollos a obviar resultan excesivos, desde la chirriante tonalidad de colores pastel, infectada ya en los créditos simulando una escenografía marca Wes Anderson, hasta la pobreza argumental del film por querer heterosexualizar a esta pareja gay. Pero estos despropósitos no dañan el global de la obra, gozando el tono cómico como el atractivo principal de la cinta. Tampoco debe quedar al margen la representación que el director quiere trasladar a la pantalla a través de Ruben, un joven caracterizado por su amaneramiento en las formas, risueño y viva la vida, propiedades que le atribuirían una homosexualidad directa pero que, continuamente, aplasta los tópicos surgidos a medida que el personaje crece y, con su mera presencia, dirige la situación, configurando así una buena defensa de la autonomía sexual y eliminado los clichés que el propio espectador pudiera incorporar.