I Am Somebody
Rebeldía y liberación Por Ignacio Pablo Rico
En enero de 1969, unos meses después del asesinato de Martin Luther King Jr., Playboy Magazine publicaba un breve ensayo del líder activista. King había escrito en este texto póstumo que «la revolución negra es mucho más que la lucha por los derechos de los negros. Se trata de forzar a los Estados Unidos a enfrentar sus defectos interrelacionados —el racismo, la pobreza, el militarismo y el materialismo—. La cuestión es exponer los males profundamente arraigados en la estructura global de nuestra sociedad» 1. Estas palabras suponen un colofón perfecto a las oleadas subversivas que tuvieron lugar a lo largo de la década que terminaba, y cuyo influjo franqueó las fronteras de la comunidad afroamericana; pero el carácter ininterrumpido de dichas protestas se quebraría, precisamente, tras la muerte de King. Un año más tarde, Madeline Anderson se apostaba con su cámara en las calles de Charleston (Carolina del Sur) con el objetivo de documentar una huelga encabezada por empleadas negras del Hospital General de la Unión, quienes demandaban que las trabajadoras no blancas cobraran lo mismo que el resto del personal.
El despido de doce internas, propiciado por su pretensión de sindicarse, atraería el interés público sobre una movilización que duró más de cien días, saldándose con el triunfo de la huelga ante unas autoridades reacias, en un principio, a reconocer los derechos de las demandantes. El paro recibiría durante su transcurso el apoyo —intelectual, público e incluso material— de figuras con el peso de Ralph Abernathy o Coretta Scott King.
Pero I Am Somebody es mucho más que el documento vivo de un episodio hoy olvidado de la historia política afroamericana. También es capaz de trascender su indudable valor coyuntural: se nos recuerda habitualmente que Anderson, como mujer y afroamericana, es prácticamente una pionera en el terreno del documental, además de que el audiovisual nunca antes había destacado así la relevancia de las proletarias negras en el Movimiento por los derechos civiles. Contra todo pronóstico, el resultado final no es ni un panfleto, ni un reportaje estrictamente interesado en el rigor puntilloso. Lo que prevalece en las imágenes son los gestos, las convulsiones del espíritu. I Am Somebody es una pieza con un claro valor artístico, construida sobre un doble movimiento: la contraposición —las enfermeras blancas que observan, desde el centro médico, a las negras que marchan— y el fluir —las palabras de Scott King, que se reflejan en los rostros, sublimados en primeros planos, de las orgullosas huelguistas que la escuchan—.
La intención de Anderson no fue solamente dejar constancia, partiendo del entusiasmo militante, de lo que sucedió en aquellos agitados meses, sino hallar verdades refulgiendo en el celuloide. I Am Somebody no es el testamento de una década combativa que llegaba a su fin, sino una apasionada película que aboga por la lucha persistente contra la injusticia como un camino susceptible de transformarnos en seres mejores. Una mirada sobre el mundo sintetizada en un feliz encadenado: la rima consonante entre un rostro y el ave que sobrevuela las aguas.
Al comienzo de I Am Somebody, después de contextualizar el conflicto, un plano con un decidido valor poético se abre paso hacia los espectadores. Acaso la directora encontrara inspiración en una película estrenada tres años antes, la senegalesa La noire de… (Ousmane Sembene, 1966), que ofrece un encuadre hermanado con el que nos interesa: una joven negra ve reflejado su rostro en el espejo que está limpiando. Pero si Sembene nos hablaba de la alienante disociación entre las expectativas y la realidad de su heroína, Anderson trabaja sobre la toma de conciencia de una trabajadora acerca de su propia valía y, en consecuencia, de su condición como ser humano. El título es claro: soy alguien. Porque I Am Somebody, como algunas de sus protagonistas nos recuerdan, no deja de ser un relato sobre la dignidad de la persona, o más bien, en torno a una dignidad forjada gracias a años de batallas fraguadas en las calles.
La descontenta clase obrera negra ha tomado pacíficamente los espacios públicos de Charleston, esa mítica ciudad en la que se dispararon las primeras balas de la Guerra Civil americana, ese Sur donde se ubicaba la legendaria Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939). La cineasta nos está invitando a cuestionar y reimaginar, a partir de un alzamiento popular, una Historia americana que ha ocultado sistemáticamente el sufrimiento negro: al travelling que nos aproxima a un prolijo barrio blanco se le enfrenta otro que recorre el decadente extrarradio. Las placas conmemorativas y monumentos que evocan el pasado son repentinamente opacados por el fervor y la vitalidad con que las manifestantes inundan el lugar.
Durante sus exaltados treinta minutos, en los que se suceden concentraciones, enfrentamientos con la policía y speeches públicos, I Am Somebody esboza una visionaria crítica que hace pensar en las políticas racistas venideras de la administración Nixon, adelantadas aquí por el gobernador demócrata Robert E. McNair. El esfuerzo de este por desarticular la sublevación sanitaria en marcha se cimenta fundamentalmente en la negación de que aquello por lo que se protesta sea una cuestión de derechos civiles. «Esto es una queja concreta por un asunto de salarios. No tiene nada que ver con el credo, la raza o el sexo», comenta otra de las autoridades presentes en el filme. Pasados varios años de la promulgación de la Ley de Derechos Civiles (1964) y de la Ley de derecho de voto (1965), la película se hace eco del intento de despolitizar una gesta — como si los negros ya hubiesen alcanzado una equidad indiscutible— a la que se habían sumado otros sindicatos del país.
Esto supone una muestra temprana de estrategias que se sofisticarían en los años subsiguientes, consistentes en escindir —primordialmente a través de la criminalización del afroamericano— los problemas de los trabajadores negros de los del proletariado blanco; idea a la que nos conducen las imágenes de I Am Somebody en al menos dos ocasiones. No obstante, la escena más bella y significativa de todo el metraje no alude a la pugna que estaba teniendo lugar, sino a la compenetración que surge entre una huelguista y su marido, obligados ambos por las circunstancias a olvidar los roles culturalmente asignados: mientras ella explica las dificultades de conciliar las labores de madre, trabajadora y activista, la cámara se desplaza, y se detiene finalmente en el rostro de él, que sonríe con timidez. Un plano representativo de lo que es esencialmente I Am Somebody: una oda a la empatía, a la paciencia dedicada y a la solidaridad como únicas vías genuinas de empoderamiento comunitario y personal.
- LUTHER KING, Martin Jr. (1969): A testament of hope en Playboy Magazine https://forthearticles.omeka.net/items/show/37 ↩