Il castello
La torre de control Por Manu Argüelles
Desembarcamos, o mejor dicho, aterrizamos por primera vez en el Festival Punto de Vista y lo hacemos con esa condición que nos parece necesaria en la cinefilia: la curiosidad. Sin ella, nos enrocamos, nos podemos anquilosar o quedarnos acomodados en nuestra zona de confort. Y con la curiosidad activada llegamos a algo que creo que va estrechamente ligado: la voluntad de aprender. La línea de programación del evento no me resulta extraña pero tampoco puedo considerar que sea uno de mis territorios más familiares y transitados. Así que, a partir de esta premisa, me enfundo en el traje que más me gusta vestir: el del eterno aprendiz y cogemos vuelo. Porque la retrospectiva temática de esta edición gira en torno al acto de volar. Así que resulta totalmente coherente que la película de inauguración, Il castello nos sitúe en un aeropuerto, el de Malpensa. ¿El título? Por lo que seremos testigos de presenciar enseguida he pensado en un castillo famoso, el de Kafka. Massimo D’Anolfi y Martina Parenti no pretenden mostrarte con su documental aquello de los aeropuertos que nunca nos habíamos imaginado. El aeropuerto de Il castello sabemos perfectamente que existe pero no reparamos excesivamente en ello, mientras que no nos afecte. Sin embargo en ese momento en el que, presumiblemente, por tu apariencia latina decidan, sin darte explicaciones, retenerte en un cuarto antes de dejarte pasar, es una nimiedad, o no tanto, pero ahí es donde Il castello cae con todo su peso. Ese aeropuerto del estado policial es el mismo del transporte aéreo, al que estamos habituados. Así, es totalmente lógico que el primer plano del film sea uno nocturno de la torre de control. Control, vigilancia, sí, Foucault resuena fuerte en sus imágenes.
Porque interesado como siempre estaba por los mecanismos del poder que son siempre mecanismos de coacción cuyo modelo es la amenaza (respaldada por la fuerza) 1, Il castello toma el aeropuerto como uno de los puntos neurálgicos donde mejor se aprecia cómo actúan dichos mecanismos de poder y de coacción. A partir del sacrosanto principio de «por el bien común», el poder impunemente ejecuta un atropello a lo que yo entiendo como dignidad humana. Es tan sencillo como que dejamos de ser sujetos a ser individuos potencialmente criminales, cualquiera, todos. Cuando uno de los interrogados manifiesta que se está procediendo a una invasión de su privacidad, en el momento que el oficial le arrebata su móvil y revisa todos sus mensajes, su respuesta no puede ser más elocuente: esto es un control policial, aquí no hay intimidad.
Lo interesante de Il castello es que el aeropuerto no es mostrado como un lugar transicional, un no-lugar paradigmático que diria Marc Augé, sino como un espacio físico que impone una autoridad (abusiva). Cuando uno de los instructores de los futuros integrantes de los cuerpos de seguridad del aeropuerto manifiesta que «estamos todos vigilados» (incluso ellos) está expresando mejor que nadie ese estado paranoico y psicótico de la permanente amenaza, la que justifica la omnipresente intimidación. De hecho, Massimo D’Anolfi y Martina Parenti son muy hábiles y nos aclimatan para conducirnos a ese espacio paralelo. Cuando arranca el film nos ubican en cierto halo romántico, cultivado por la tradición del cine de ficción. Optan por retratarnos las diferentes dimensiones completamente deshabitadas, un estado inusual para este lugar de permanente tránsito. Un pequeño episodio de la activación del código de emergencia «Leonardo da Vinci» nos remite a una clara adscripción del cine de género (ciencia ficción). Juguetean con los códigos del cine de ficción, lo estetizan como haría el cine de autor que lo apelaría como un no-lugar, con la implícita poética romántica, para, a partir de las estrategias del cine de no ficción observacional, desmontar esa estilización y plantearnos el aeropuerto, sí, como si estuviésemos en una sci-fi, pero en todo caso ante una distopía de corte orwelliana que es nuestro mismo presente. Massimo D’Anolfi y Martina Parenti realizan un pulso al cine de ficción, incluido el episodio de la mujer que cocina, lava la ropa y se tiñe el pelo todo en el mismo w.c. del aeropuerto, recordando a la premisa de la película La terminal (The Terminal, Steven Spielberg, 2004). La perspectiva es clara. Ante estas situaciones de las que somos testigos, tan insoportablemente indignantes, la ficción se nos escurre entre los dedos. No podemos remitirnos a dramatizaciones, a reformulaciones artísticas. No podemos acudir a ningún recurso retórico (la depuración del cine observacional como la única posible) dado que la imagen habla por sí sola. Acabaríamos adulterando la imagen justa. Recurrir al posicionamiento de fly on the wall en ningún momento está otorgando presunta objetividad. Hoy en día sabemos que eso es una absoluta falacia. Pero es un engranaje útil para evitar la redundancia, acotar la sobrecarga sentimental antes situaciones que no nos van a resultar indiferentes o evitar, claro, la manipulación pornográfica de un Ken Loach.
Cuando en un plano se superponen siluetas de pasajeros reflejados en una composición cubista del cristal, Il castello nos está ubicando como esas presencias que pueblan el aeropuerto, para dejar paso al Otro que cohabita la misma extensión: al sospechoso de tráfico de drogas, al que espera -la mujer retenida en el aeropuerto- al que marcha (obligatoriamente) porque se le niega el asilo. Y en esta Europa tan sensibilizada con la acogida de refugiados políticos, si en un país te niegan asilo, no puedes pedirlo en otro de la misma Europa. Nosotros queríamos coger vuelo pero así es imposible.
- Pardo, José Luis (2016): Estudios del malestar. Políticas de autenticidad en las sociedades contemporáneas. Editorial Anagrama ↩