Ilusión

La ilusión quijotesca Por Jose Cabello

Hay quien afirma que la coyuntura económica y social respirada durante la instauración de la democracia española, el periodo conocido como Transición, tiene su réplica en la actualidad a través de la crisis que persiste en formar parte de la historia reciente de este país. La teoría que equipara climas de ambos periodos se ampara en la similitud de tres factores: desempleo, inflación y deuda externa. La crisis del petróleo en 1973, consecuencia directa de la guerra del Yom Kipur, delimita a España como un Estado dependiente del suministro externo provocando un desequilibrio en la balanza de pagos, y el consiguiente endeudamiento con el exterior al carecer de los medios de producción necesarios para el desarrollo de energía e incurrir en unas importaciones excesivamente elevadas. En consecuencia, la economía global se contrae, pero en España, a diferencia del continente europeo, la inflación alcanza cifras más altas y la tasa de desempleo, ya importante durante la última etapa del régimen franquista (tapada mediante la emigración a Europa), aumenta hasta agravarse por el desajuste del flujo migratorio cuando los países europeos menos afectados impiden la nueva entrada de inmigrantes y otros muchos exiliados regresan a España tras la caída de la dictadura.

A pesar de poseer unas características que, a priori, podrían tender puentes confirmando esta comparación de crisis, la diferencia fundamental radica en el divergente aspecto social entre ambas etapas. Si en 1977, vísperas de las primeras elecciones generales democráticas, el violento aumento de los precios condujo a una fuerte movilización social que derivó en una importante subida salarial generalizada, en la actualidad, los reiterados abusos de poder por parte de figuras públicas, los escándalos o los recortes sociales no son reprochados suficientemente por el pueblo. Lo que en un pasado se resolvió con esperanza, hoy permanece abstraído en una crisis de valores con la ulterior pérdida de la ilusión.

Ilusión

Daniel, guionista de una serie de dibujos animados infantiles, quiere recuperar esa ilusión. Para ello esboza el guion, además de construir las canciones de un film musical sobre los Pactos de Moncloa. Todo el entramado se crea en clave de ficción, contado a modo de una semana dentro de su vida y encarnado por el mismo director, Daniel Castro, en el rol principal de la película. Daniel, el personaje que no el director, focaliza todo su esfuerzo hacia la obtención de la financiación necesaria para materializar su original propuesta, recorriendo los despachos de productores y causando daños colaterales a su relación de pareja.

La búsqueda de la ilusión, durante la aventura del protagonista, contiene una vertiente enmascarada y desdeña conscientemente a un inteligente segundo plano aquello que realmente configura el valor de Ilusión, haciendo compartir al espectador y al director un ritual de redención hacia los proyectos personales no terminados.

Ilusión 2

Una temática recurrente en la nueva ola de cine español, fruto de una generación distinguida por arrastrar la inmadurez hasta la edad adulta. Elías Siminiani, Jonás Trueba o Carlo Padial constituyen tres referencias esenciales a esta nueva ola que se contagia y se estimula ante la imposibilidad de conseguir algo, sirviendo de espejo a una realidad social que galopa hacia la inactividad, bien camuflada como el manierismo del nuevo artista bohemio o bien como el reencuentro con el yo interior, pero siempre bajo la premisa de un dilema propio de otra fase vital.

Un agudo e inteligente sentido del humor cimenta los pilares del insólito bosquejo fabricado bajo la etiqueta drama pero bañado por comedia para mitigar la desdicha de Daniel, un individuo que considera que Michael Haneke aporta una mirada nihilista y extremadamente agorera al cine actual y, por ende, a la sociedad, negándose a vender Caché (2005) o Funny games (1997) a sus clientes cuando trabaja como dependiente en un videoclub. Daniel seduce al público mediante gags, monólogos frente al espejo del baño emulando futuras entrevistas en Cannes, consecuencia del hipotético éxito de su musical, o hilarantes letras de canciones que conciben su peculiar crisol entre música y política, incluyendo en las estrofas temas tan extravagantes como la personalidad de Suárez o la desaparición de los etruscos.

El tiempo avanza. Los sueños se esfuman. La realidad castra el anhelo del ideal perpetuo que el ingenuo antihéroe se resiste a abandonar. La ilusión muda a desilusión. Una sensación agridulce. Y justo en este punto es donde se origina una brecha que engulle al protagonista en un dilema deontológico: abandonar totalmente el proyecto o mantener sus sueños aparcados de manera transitoria, mientras dedica tiempo a una vida laboral alienante impuesta por mercantilización forzosa. Con independencia de la decisión adoptada, el poder de reclamo de Ilusión desciende de la frescura característica de este ejercicio brillante que insufla aires de esperanza a una comedia española agonizante.

 

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