In Bloom y The Reunion
Por Christian G. Carlos
Nana Ekvtimishvili y Anna Odell son las guionistas de In Bloom y The reunion, respectivamente. También directoras, aunque en el caso de In Bloom, en la dirección está acompañada por el alemán Simon Groß. Ambas son películas personales escritas a partir de los recuerdos de una y otra directora, recuerdos basados en dos países tan distintos como son Georgia y Suecia. Las realidades de uno y otro lugar nada tienen que ver, pero los sentimientos los acercan. Ante una experiencia dramática, el sentimiento que aflora es el de venganza. Un viejo sentimiento del que nadie es inmune, pero ante el cual se puede reaccionar de manera muy distinta. Infligir o no infligir castigo contra el verdugo, esa es la cuestión que tarde o temprano podrá plantearse la víctima.
Ante esa dicotomía, Anna Odell lo tiene claro. Su película es la más personal de las dos. Opera prima para la artista sueca, en ella dará a entender el acoso escolar que tuvo que sufrir con un lento travelling inicial por el pasillo del centro, y una rápida puesta en escena que nos sitúa en el encuentro de ex-alumnos al que Odell asiste. El gran primer impacto que deja la película son sus ojos. Verdosos, con mirada desconcertante, perdida, y a la vez irrenunciable. El salón donde tendrá lugar la reunión, junto a todos los ex-compañeros, se consigue reducir a la mirada de Anna Odell, nada complaciente con lo que considera un encuentro hipócrita. El espacio queda desde el inicio determinado por esa mirada. Todo es tan falso como ella, con esos ojos, lo juzga. La primera parte de la película se interrumpe tras varios desencuentros y choques entre Anna y los demás, que no pueden evitar sacar lo peor de sí mismos, tal y como ellos pretendían encubrir y Odell descubrir.
Ekvtimishvili y Groß querían construir una película sobre el pilar de la amistad entre dos niñas, y para ello las sitúa en el duro contexto georgiano de principios de la década de los 90.
‘Los otros’, señalados como culpables con la mirada de Odell, en In Bloom son tratados como cómplices. O peor aún, como inexistentes, pusilánimes. Son varios los momentos en los que, ante escenas de violencia, los habitantes de ese lugar de Georgia son caracterizados casi como elementos del paisaje: impasibles, inamovibles. Se diría que casi inalterables ante una realidad habitual en esos días. Tan intrascendente, por común, es lo violento en ese contexto, que el guión de Ekvtimishvili opta por utilizar la elipsis narrativa en varios momentos vitales para el devenir de su historia. Lo que señala, tanto por especificación como por reiteración, es la pistola que le es regalada a una de sus pequeñas protagonistas. Un objeto clave para el film, que no será arma en lo diegético, sino en lo extradiegético.
En The Reunion no vemos ninguna pistola, ni otro tipo de arma. El objeto que sirve como venganza es el cine en sí mismo. Conforme va avanzando la película, vamos viendo como éste ha sido usado por Anna Odell como arma, que la directora lo ha empuñado para atacar a esos excompañeros. Lo hace respaldándose en su narración por capítulos. Esas disputas en el encuentro entre exalumnos que habíamos visto en el primero, no era más que una película que, en un ejercicio metacinematográfico, Anna Odell había imaginado y quería compartir con sus excompañeros luego. Con gran audacia, la narración continúa desplegándose en varios planos, como si de una matrioska –esas populares muñecas rusas que están la una dentro de la otra- se tratara. La abstracción de las formas, el despliegue narrativo, llega hasta el punto de dejar una delirante y fantásticamente hilada escena final. El actor que interpreta en la película del primer capítulo a uno de los personajes que interpreta al excompañero original –fuera de cámaras- de Anna Odell, le reprocha el trato que este le ha dado a su personaje. Un despliegue en tres capas de la realidad.
Así es como dispara Anna Odell, usando el cine para ridiculizar a esos personajes, quitándoles toda dignidad y posibilidad de redimirse. Humillándolos todavía más.
El cine como arma en tanto que exposición pública de lo más negro de cada uno. Su talentosa obra queda en parte tocada por esta moralidad, por ese uso del cine como venganza. Molesta haber sido usados como jueces de ciertas personas, pero qué bien nos ha llevado. Todo lo contrario sucederá en In Bloom. Las jóvenes protagonistas, que por el camino nos dejan grandes momentos como la tan celebrada escena del baile. En ella se mueve el cuerpo y gravitan las emociones, que crecen a ritmo de la música georgiana y evolucionan. Hasta el punto de alcanzar la madurez, entender la venganza y aceptar no pulsar el gatillo. La pistola no era un arma, era un subrayado del guión. Eka y Natia, las dos jóvenes protagonistas, comprenderán lo fácil que es dejarse llevar por la venganza y castigar, como hizo Odell. Pero no lo harán. Es donde los caminos de las dos películas se separan, paradójicamente, hacia el más cabal y el más pasional. Lo violento, tan presente en una con la pistola, y ausente en la otra, cambiará de lado.