Infancia clandestina
a Rodolfo Walsh Por Manuel Quaranta
En general, al cine argentino –si se me permite la generalización–, le ha costado tratar con tacto y sin golpes bajos el asesinato sistemático de personas que comenzó en marzo de 1976 –bien podríamos retrasar la fecha un par de años. Los motivos de, digamos, la mala praxis son evidentes, por lo menos uno: la imposibilidad de tomar cierta distancia de los hechos, ya sea temporal como sentimental. Es extremadamente difícil poner entre paréntesis sucesos tan desgraciados seis, siete o diez años después de acaecidos. ¿Cómo limpiarse con premura la sangre derramada? Por supuesto, también es arduo referirse a temas que nos convocan a todos: la tortura, la desaparición forzada de hombres y mujeres, el robo de bebés. ¿Cómo no sentir que esos actos, literalmente, están mal?
El cine argentino –no consigo una mejor denominación– ha padecido, por otro lado, el impulso –natural– de idealizar la lucha armada y a sus ejecutores: jóvenes soñadores que pretendían cambiar el mundo. No quiero malas interpretaciones: las condiciones objetivas para una modificación de las estructuras económicas tal vez estaban más próximas por esos años, la lucha había que darla, sin duda; el problema resultó ser que las decisiones tomadas –por una cúpula muchas veces ciega de poder–, lamentablemente, permitieron la imposición de un plan económico del que aún hoy sufrimos las consecuencias –por no referirme nuevamente a un plan de exterminio generalizado.
El cine argentino –y ya no hago más aclaraciones– se ha encargado, entonces, de dividir la cuestión en dos bandos inconciliables, los buenos y los malos. Los buenos, muy buenos. Los malos, muy malos. Como hemos aprendido a lo largo de todos estos años, los buenos no eran tan buenos y los malos eran peores de lo que pensábamos: militares asesinos comandados por una cúpula asesina que seguía órdenes del imperio asesino. Ante esto, una parte de la sociedad daba vuelta la cara para no mirar el horror de frente creyendo que con este gesto se salvaría. No. Nadie se salvó. Todos estábamos inmersos en una ola de violencia y terror que no tenía límites, las consecuencias aún hoy perviven.
Los buenos, lo sabemos ahora, no eran tan buenos. El recrudecimiento de la violencia clandestina luego de la muerte de Perón le vino como anillo al dedo a los que estaban sedientos de más sangre y dinero. Una contraofensiva criminal propuesta por la cúpula de montoneros en el año 1979 mandó, como se dice, al muere a cientos de guerrilleros que todavía pensaban en un cambio posible –esto no es una equivocación. ¿Cómo pudo haber lecturas tan desgraciadas de la realidad? ¿Por qué algunos pusieron sus intereses personales por encima de la causa? ¿Cuál era la causa?
Para los no tan buenos reservo estas palabras de Osvaldo Bayer: “A los repudios viscerales los reservo para los verdaderos enemigos de la humanidad, esos que hacen posible que mientras se mueren millones de niños de hambre se gasten en armas las mejores reservas de los pueblos, a esos que por fabricar artículos superfluos en pos de la egoísta ganancia personal han envenenado ecológicamente el futuro de las próximas generaciones y dividido el mundo entre desarrollados y subdesarrollados. Y no puedo odiar a aquellos que se equivocaron y perdieron buscando nuevas sendas. Ahora cito a José Pablo Feinmann “No puedo tener un repudio visceral por los montoneros […] ante todo, porque sé que quienes los odian son canallas morales”.
Para los perpetradores de la masacre y para aquellos civiles que la propiciaron resta sólo decir que están siendo, por fin, juzgados y encarcelados –si se los encuentra culpables– y comentarles, por si no lo saben, que siempre, siempre, quedarán en nuestra memoria.
Lo cierto es que esta introducción presenta una película argentina, Infancia clandestina, que trata sobre las cuestiones señaladas sin caer en sensiblerías baratas ni maniqueísmos prefabricados desde un punto de vista extremadamente complicado, el de un niño: sus temores, sus deseos, sus amores. Infancia clandestina pretende esbozar una sensación: al menos, por aquellos años, no pudieron quitarnos la inocencia.
Buen enfoque, Manuel. Solo disiento en una cosa chiquitita, respecto de la nota, pero grande respecto de la historia. El golpe del 76 no vino a «permitieron la imposición de un plan económico», como mayoritariamente se cree.
Vio a REPONER el modelo vigente con breves interrupciones. Veamos historia hacia atrás:
-Con Onganía lo había intentado Krieguer Vasena.
– Con Illía sus propios correligionarios que torpedearon desde adentro a su gobierno
-Con Guido uno cuyo nombre borró la historia
– Con Frondizi, Frigerio y Alsogaray («Pasar el invierno»)
– Con la «Fusiladora», Prebisch («Retorno al coloniaje», ya sabemos el autor)
– Con la Década Infame, Federico Pinedo y los restantes.
– con Alvear, otro cuyo nombre no recuerdo.
Antes de Hipolito, TODOS
El plan que Martínez de Hoz anuncia durante una cadena de tres horas y media en abril de 1976 (y que me tragué completa), no es más que retomar la línea histórica que tampoco arranca en Rivadavia (Baring como muchos creen) sino que hay que estirar el cogote hasta don Cornelio, que sus negocios tenía.
En esencia, el modelo SIEMPRE fue el mismo. Tuvo muchas formas, cambió de ejecutores, etc, pero nunca dejó de ser el mismo. Por eso me extraña la ceguera de la mayoría de los historiadores que la van de progres, que se hacen los giles para no pisarle los callos al prócer «que dejó un diario de guardaespaldas».
Nótese que excluí los dos gobiernos nacionales y populares (1916-1922 y 1928-1930) y (1945-1955)
Y que ni mencioné a Menem, por archi sabido. Saludos cordiales
Coincido en tus afirmaciones. Sin embargo el escrito intenta hacer hincapié en el período que inaugura el golpe del 76. Aunque, quizás, no haya ninguna inauguración. Lo cierto es, de todas formas, que Rodolfo Walsh entreve en 1977 algo al respecto. Lo cito:
«Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar11, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisioncs internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.13
Los resultados de esa política han sido fulminantes. En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad infantil supera el 30%, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan. Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la ‘racionalización'».