Infiltrado en el KKKlan

El otro, el mismo. Por Ignacio Pablo Rico

En 1989, Spike Lee conseguía que la tímida y esquiva Tracy Chapman mirara desafiante a la cámara en el videoclip de Born to Fight. Resulta interesante volver la vista atrás y encontrar, en este trabajo aparentemente discreto, uno de los rasgos más estimulantes del cine de Lee. Porque mientras Chapman cantaba, en una esquina del ring, «they’re tryin’ to dig into my soul / and take away the spirit of my god», el realizador sembraba las imágenes de grandes líderes e iconos negros, de highlights del movimiento por los derechos civiles y, acaso lo más importante, de un poderoso imaginario pugilístico que había pasado a formar parte de la memoria subversiva del siglo XX americano. Con ello, el director de Nola Darling (She’s Gotta Have It!, 1986) demostraba una notable inteligencia para tender puentes entre el ayer y el hoy, con el fin de dejar sentir el latido de la Historia en imágenes que apelaban a la contemporaneidad. Malcolm X (1992), Crooklyn (1993), 4 Little Girls (1997) o Nadie está a salvo de Sam (Summer of Sam, 1999) reafirmaban este especial talento de Lee para un cine de época que, como el soul o el hip-hop, reivindica la llamada-respuesta, el reflujo del pasado y la reinterpretación inagotable como dinámicas creativas características de la cultura afroamericana.

Por ello, esta adaptación libre de la autobiografía de Ron Stallworth resulta, en muchos sentidos, decepcionante, pese a la eficacia narrativa y humorística de una propuesta que, por lo demás, queda muy lejos de los atrevimientos estéticos y formales que puntearon la carrera de Lee. Una trayectoria compleja, polémica y llena de obstáculos materiales, que lo ha obligado a trabajar a menudo en la precariedad —Bamboozled (2000), Red Hook Summer (2012)—, e incluso a aceptar los más peregrinos encargos —Plan oculto (Inside Man, 2006), Old Boy (2013)—. No es de extrañar: Haz lo que debas (Do the Right Thing, 1989) o Fiebre salvaje (Jungle Fever, 1991) dinamitaban cualquier planteamiento amable en torno a la convivencia racial y el multiculturalismo, con una agresividad política que propició no pocos debates encarnizados y palabras condenatorias. Netflix, no obstante, ha sabido adelantarse a la tardía reivindicación de Lee que llegaría con Infiltrado en el KKKlan, dándole carta blanca para reformular su ópera prima en formato serial: en Nola Darling (She’s Gotta Have It!, 2017-), reescritura en clave hipster y millennial de la obra maestra de 1986, Lee demuestra la loable pretensión de entender los cambios de sensibilidad política que se están produciendo en la juventud negra de hoy, pero asimismo de plegarse a las preferencias de los nuevos públicos.

Infiltrado en el KKKlan

Pese a que la acción de Infiltrado en el KKKlan se ubique a comienzos de los 70, la realidad del momento se reduce a un mero boceto, destacando un acercamiento desdibujado al Klu Klux Klan, como si estuviésemos no ante una fuerza histórica, sino frente a la representación vaga y paranoica de un mal que a este nuevo Lee —con un influjo notable del productor Jordan Peele— no le interesa siquiera explorar. El pasado reaparece como un recipiente vacío al que colmar de alusiones absolutamente coyunturales al presente más inmediato. La batalla entre el Black Power y el White Power cobra en el filme, además, una dimensión engañosa: el punto de partida de Infiltrado en el KKKlan se halla en unas declaraciones de Donald Trump tras el atentado supremacista que tuvo lugar en Charlottesville (Virginia) en agosto de 2017. El largometraje insiste, una y otra vez, en que no podemos hablar en ningún caso de «dos bandos», como hizo el mandatario… para luego establecer equiparaciones maniqueas entre unos y otros cuando ello sirve a los propósitos discursivos de Lee —véase el discutible montaje paralelo en torno al visionado de El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, D.W. Griffith, 1915)—.

Si la película acaba resultando, a grandes rasgos, solvente, es porque funciona a modo de caja resonancia de la obra del cineasta. El irresoluble choque entre las posiciones del detective Ron Stallworth (John David Washington) y la aguerrida activista Patrice (Laura Harrier) nos remiten, por poner un ejemplo, a las antagónicas perspectivas identitarias de Vaughn Dunlap (Laurence Fishburne) y Julian Eaves (Giancarlo Esposito) en Aulas turbulentas (School Daze, 1988). Stallworth es una meritoria encarnación de ese arquetipo del héroe americano —generalmente asociado al western— definido por su espíritu fronterizo. Un heroísmo con un notable peso en el blaxploitation, corriente a la que Lee referencia en diferentes escenas de Infiltrado en el KKKlan: como la Cleo (Tamara Dobson) de Cleopatra Jones (Jack Starrett, 1973), que permanece significativamente en el umbral de un cuarto mientras contempla a un muchacho en shock tras ser acusado injustamente por la policía, Stallworth es un individuo que está, a un mismo tiempo, dentro y fuera de la comunidad afroamericana. En él no es difícil ver al propio Spike Lee: ¿quién es el artista, absorbido por el mainstream ideológico, sino ese policía que pretende cambiar las cosas desde dentro del sistema para darse cuenta, al final, que lo máximo a lo que puede aspirar es a una broma telefónica?

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